« Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde
» (Lumen Gentium 31)
» (Lumen Gentium 31)
La connotación esencial de los fieles laicos que trabajan
en la viña del Señor (ver Mateo 20,1-16), es la índole terrena de su
seguimiento de Cristo, que se realiza precisamente en el mundo:
« A los
laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando
los asuntos temporales y ordenándolos según Dios ».(Lumen Gentium 31) Mediante
el Bautismo, los laicos son injertados en Cristo y hechos partícipes de su vida
y de su misión, según su peculiar identidad»
La identidad del fiel laico nace y se
alimenta de los sacramentos : del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía.
El Bautismo configura con Cristo, Hijo del Padre,
primogénito de toda criatura, enviado como Maestro y Redentor a todos los
hombres. La Confirmación configura con Cristo, enviado para vivificar la
creación y cada ser con la efusión de su Espíritu. La Eucaristía hace al
creyente partícipe del único y perfecto sacrificio que Cristo ha ofrecido al
Padre, en su carne, para la salvación del mundo.El fiel laico es discípulo de Cristo a partir de los
sacramentos y en virtud de ellos, es decir, en virtud de todo lo que Dios ha
obrado en él imprimiéndole la imagen misma de su Hijo, Jesucristo.De este don divino de gracia, y no de concesiones humanas,
nace el triple « munus » (don y tarea), que cualifica
al laico como profeta, sacerdote y rey, según su índole terreno.Es tarea propia del fiel laico anunciar el Evangelio con el testimonio de una vida
ejemplar, enraizada en Cristo y vivida en las
realidades temporales:
la familia; elcompromiso
profesional en el ámbito del trabajo, de la cultura, de la ciencia y de la
investigación; el ejercicio de las responsabilidades sociales, económicas,
políticas. Todas las realidades humanas terrenas, personales ysociales, ambientes y situaciones históricas, estructuras e instituciones, son
el lugar propio del vivir y actuar de los cristianos laicos. Estas realidades
son destinatarias del amor de Dios; el compromiso de los fieles laicos debe
corresponder a esta visión y cualificarse como expresión de la caridad
evangélica:« El ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad
antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad
teológica y eclesial ». (Juan Pablo II, Los Fieles Laicos, 15)El testimonio del fiel laico nace de un don de gracia,
reconocido, cultivado y llevado a su madurez. (Juan Pablo II, LosFieles Laicos, 22)Ésta es la motivación que hace significativo su compromiso en el mundo y lo sitúa en las antípodas
(antípoda es una persona opuesta a otra) de la mística de la acción, propia del
humanismo ateo, carente de
fundamento último y circunscrita a una perspectiva puramente temporal. El
horizonte escatológico es la clave que permite comprender correctamente las
realidades humanas:
desde la perspectiva
de los bienes definitivos, el fiel laico es capaz de orientar con autenticidad
su actividad terrena. <span>El nivel de vida y la mayor productividad económica, no son los únicos indicadores válidos para medir la realización plena del hombre en esta vida, y valen aún menos si se refieren a la futura</span>:« El hombre, en efecto, no se limita al solo
horizonte temporal, sino que, sujeto de la historia humana, mantiene íntegramente
su vocación eterna ». (Gaudium et spes, 76)LA ESPIRITUALIDAD
DEL LAICO EN ORDEN AL APOSTOLADOSiendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y
origen de todo el apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del
apostolado del laico depende de su unión vital con Cristo, porque dice el
Señor: "El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin
mí nada podéis hacer" (Juan. 15,4-5). Esta vida de unión íntima con
Cristo en la Iglesia se nutre de auxilios espirituales, que son comunes a todos
los fieles, sobre todo por la participación activa en la Sagrada Liturgia, de
tal forma los han de utilizar los fieles que, mientras cumplen debidamente las
obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias de la vida, no separen
la unión con Cristo de las actividades de su vida, sino que han de crecer en
ella cumpliendo su deber según la voluntad de Dios.Es preciso que los laicos avancen en la
santidad decididos y animosos por este camino, esforzándose en superar las
dificultades con prudencia y paciencia. Nada en su vida debe ser ajeno a la
orientación espiritual, ni las preocupaciones familiares, ni otros negocios
temporales, según las palabras del Apóstol: "Todo cuanto hacéis de palabra
o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios
Padre por El" (Colosenses 3,17).
Pero una vida así exige un ejercicio continuo
de fe, esperanza y caridad.Solamente con la luz de la fe y la meditación
de su palabra divina puede uno conocer siempre y en todo lugar a Dios, "en
quien vivimos, nos movemos y existimos" (Hechos 17,28), buscar su
voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los
hombres, sean deudos o extraños, y juzgar rectamente sobre el sentido y el
valor de las cosas materiales en sí mismas y en consideración al fin del
hombre.Los que poseen esta fe viven en la esperanza
de la revelación de los hijos de Dios, acordándose de la cruz y de la
resurrección del Señor.Escondidos con Cristo en Dios, durante la
peregrinación de esta vida, y libres de la servidumbre de las riquezas,
mientras se dirigen a los bienes imperecederos, se entregan gustosamente y por
entero a la expansión del reino de Dios y a informar y perfeccionar el orden de
las cosas temporales con el espíritu cristiano. En medio de las adversidades de
este vida hallan la fortaleza de la esperanza, pensando que "los
padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que
ha de manifestarse en nosotros" (Romanos 8,18).Impulsados por la caridad que procede de Dios
hacen el bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe (ver Gálatas.,
6,10), despojándose "de toda maldad y de todo engaño, de hipocresías,
envidias y maledicencias" (1 Pedro 2,1), atrayendo de esta forma
los hombres a Cristo. Mas la caridad de Dios que "se ha derramado en
nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado"
(Romanos 5,5) hace a los laicos capaces de
expresar realmente en su vida el espíritu de las Bienaventuranzas. Siguiendo a
Cristo pobre, ni se abaten por la escasez ni se ensoberbece por la abundancia
de los bienes temporales; imitando a Cristo humilde, no ambicionan la gloria
vana (ver Gálatas 5,26) sino que
procuran agradar a Dios antes que a los hombres, preparados siempre a dejarlo
todo por Cristo (ver Lucas 14,26), a padecer persecución por la justicia
(ver Mateo 5,10), recordando las palabras del Señor:
"Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y
sígame" (Mateo 16,24). Cultivando entre sí la amistad cristiana, se
ayudan mutuamente en cualquier necesidad.La espiritualidad de los laicos debe tomar su
nota característica del estado de matrimonio y de familia, de soltería o de
viudez, de la condición de enfermedad, de la actividad profesional y social. No
descuiden, pues, el cultivo asiduo de las cualidades y dotes convenientes para
ello que se les ha dado y el uso de los propios dones recibidos del Espíritu
Santo.Además, los laicos que, siguiendo su
vocación, se han inscrito en alguna de las asociaciones o institutos aprobados
por la Iglesia, han de esforzarse al mismo tiempo en asimilar fielmente la
característica peculiar de la vida espiritual que les es propia. Aprecien
también como es debido la pericia profesional, el sentimiento familiar y cívico
y esas virtudes que exigen las costumbres sociales, como la honradez, el
espíritu de justicia, la sinceridad, la delicadeza, la fortaleza de alma, sin
las que no puede darse verdadera vida cristiana.El modelo perfecto de esa vida espiritual y
apostólica es la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles, la cual, mientras
llevaba en este mundo una vida igual que la de los demás, llena de
preocupaciones familiares y de trabajos, estaba constantemente unida con su
Hijo, cooperó de un modo singularísimo a la obra del Salvador; más ahora,
asunta el cielo, "cuida con amor maternal de los hermanos de su Hijo, que
peregrinan todavía y se debaten entre peligros y angustias, hasta que sean
conducidos a la patria feliz". Hónrenla todos devotísimamente y
encomienden su vida y apostolado a su solicitud de Madre.Bibliografía:
Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia. Tercera parte. Doctrina Social y Acción
Eclesial. Doctrina Social y Compromiso de los Fieles Laicos., n.541-544.Concilio
Ecuménico Vaticano II. Decreto Apostolicam Actuositatem., n.5.
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