VII. EXIGENCIAS DEL AMOR
28. La castidad, señal de verdadero amor
La virtud de la templanza es aquella disposición de la voluntad que inclina a usar
ordenadamente el bien deleitable, el placer sensible. La virtud de la castidad es una parte de la
templanza, e inclina a usar ordenadamente el placer sexual. La castidad, la pureza, reside en el
fondo del alma y permite mirar las cosas y las personas limpiamente. Por el contrario, cuando
no se vive, los ojos del alma están como manchados, y se ven maliciosamente las cosas y las
personas.
Como el Amor supone querer el bien del otro, ya se ve que la pureza es una condición
imprescindible para el amor, para ver en el otro una persona, para mirarle a los ojos y no al
cuerpo, como posible objeto de placer. En la relación amorosa esta es una exigencia, y a la
vez es una manifestación del amor. En la medida en que alguien no vive esta virtud es señal
de que se ama a sí mismo.
“Los novios -señala el Catecismo- están llamados a vivir la castidad en la continencia. En
esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y
de la esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del
matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse
mutuamente a crecer en la castidad”. (Catecismo de la Iglesia Católica, n.2350).
29. El Amor no admite “ser probado”
Frases del tipo: “Tengo que probar tu amor; si me amas no tienes más remedio que hacer
algo que te perjudica; te demuestro mi amor saltándome las reglas del respeto” son la prueba
clara de que ahí no hay Amor auténtico ni se está enamorado. Porque el Amor tiende a dar, no
a recibir; tiende a enriquecer al otro, no a sacar partido de él. Poner condiciones en este 12
sentido, pedir “prestaciones” de utilidad-placer, es no tener en cuenta que el otro es persona, y
se le trata como una cosa. Se prueban las motos, los bolígrafos..., pero a las personas no se las
prueba.
Siempre que se solicita del otro entrar en la impureza, uno se pregunta: ¿Por qué me lo
pide? ¿Por ser yo quien soy o por lo que le doy? Al no dar al otro lo que causa un mal propio
y ajeno -perder la pureza es un mal para ambos- se aclara la duda: si el otro rectifica, quizá
haya sido un error del que se arrepienta; si no, es que sólo busca eso. La negativa al mal deseo
hace comprobar si hay amor a la persona, junto con un momento de debilidad. Si es así,
surgirá la petición de perdón y la rectificación. Si sólo se busca el placer, vendrá la insistencia
reiterada o el abandono para buscar el placer en otra fuente. En todo caso se despeja la duda
sobre las intenciones de quien hizo la mala propuesta. La garantía del buen-amor es la
presencia constante del respeto mutuo. Si se pierde el respeto ya se ha perdido el amor.
30. El "cortocircuito" del enamoramiento
Cuanto más temprano y más intensamente gana importancia y predominio el aspecto
sexual en el proceso de conocerse y enamorarse, tanto más difícil es que esa relación llegue a
ser un auténtico Amor que abarque verdaderamente la personalidad entera del otro con todas
sus facetas espirituales y caracteriológicas. Pues una relación sexual fácilmente actúa como
cortocircuito que impide la maduración personal y del Amor. El enamoramiento, en el que
predomina el atractivo y la afectividad sobre el aprecio de los valores más profundos de la
persona, unido a la dependencia que crea el placer sexual, puede ser declarado como Amor,
pero no lo es.
Imaginemos una melodía interpretada por toda una orquesta. Cada instrumento suena en su
momento, y algunos apenas se notan. Si se aísla un instrumento y se pone a todo volumen, lo
que hará es distorsionar la maravilla de la melodía. Ya no es lo que se trataba de escuchar. Es
más, ese cortocircuito puede ser algo así como un chillido que hace inaudible la música.
No olvidemos que el aspecto sexual -sobre todo si se reduce a aspectos principal o
exclusivamente genitales desvinculados de la paternidad- puede desenfocar totalmente a la
persona (puede constituir una obsesión o un vicio), y desenfocar la relación amorosa,
convirtiéndose en el elemento aislado que polarice toda la relación en torno a un solo valor (el
sexual-genital) no integrado en el conjunto de valores (físicos, afectivos, espirituales,
generativos, etc.) que, integrados armónicamente, dan unidad a la persona. Ese valor
“desintegrado” la desune, la rompe.
La tendencia sexual es un valor positivo y muy delicado que debe permanecer latente antes
del matrimonio. No en vano las fuentes de la vida son, en cierto modo, algo sagrado. La
intimidad del otro debe de ser como un misterio que se desvele en el matrimonio. Si se
desvela antes, el enamoramiento pierde su encanto, los novios se miran de otra manera; los
enamorados han sufrido una negativa transformación personal en su camino hacia el
matrimonio. Y con mayor razón quedarán negativamente afectados si no llegan nunca a
contraer matrimonio.
31. El “riesgo” prolongado
Hay un problema cuando un chico y una chica se relacionan de modo estable desde los
diecisiete años o antes, y es que, o tienen las ideas muy claras, una voluntad fuerte para
guardar las distancias y no se ponen en situación de “riesgo”, o tendrán muchas ocasiones 13
para poder actuar mal. Y puede que lleguen a justificarse engañosamente considerando esa
mala conducta como una muestra de amor y confianza, como un “anticipo”.
Es una de las dificultades de los noviazgos precoces, incluso planteados con la idea de
casarse... dentro de diez años. La frecuente relación puede llegar a hacer que se trivialicen
aspectos íntimos, originándose una escalada en la demanda afectivo-sexual. Transcurrido un
tiempo prudencial para conocer las mutuas cualidades -fin fundamental del noviazgo- puede
establecerse entre los novios una relación rutinaria en la que se presentan momentos de
pasión, malos ejemplos, debilidad o familiaridad creciente que puede concluir
insensiblemente en una relación inicialmente no prevista ni deseada. Cuanto más se prolonga
el riesgo más probable se hace el peligro de “accidente”.
¿Después? Quizá el chico no vuelva a aparecer. Quizá a ella le parezca mal y vengan las
lágrimas. Quizá a ella no le parezca mal, y caigan en el vicio.
32. Saber decir No al capricho para decir Sí al Amor.
Como en el noviazgo no faltarán ocasiones de saltarse las normas morales y de faltar al
respeto a la otra persona, es preciso evitar aquellas ocasiones o lugares en los que se puede
desorientar la sensualidad. Saber decir que NO cuando la otra persona o el ambiente lleve a
hacer algo de lo que uno se puede arrepentir más tarde.
Esto puede ayudar a corregir defectos en la otra persona. Una buena chica puede hacer
mucho bien a un chico, y al revés. Con esto, aunque cueste en un momento determinado decir
que No, se está diciendo que Sí al verdadero Amor, ya se case en el futuro con esa persona, ya
sea con otra.
El sacrificio es como un fuego purificador que pone al descubierto el verdadero amor.
Respetar el tipo de relación y respetar a la otra persona, teniendo que moderarse, renunciando
muchas veces al propio capricho, es una exigencia del amor. Quien no se sabe sacrificar por la
otra persona, ni entiende de cariño, ni -si se casa- podrá ser feliz en el matrimonio.
33. Como si estuviéramos casados
Hay una diferencia esencial entre “estar prácticamente casados” y el Sí vinculante y
definitivo, dicho en conciencia ante Dios y ante todo el mundo. Todo lo que se haga antes del
matrimonio no compromete definitivamente, y uno puede abandonar. La boda, en cambio,
conlleva una decisión que compromete del todo si se entiende bien.
En el matrimonio ya no son dos, sino una vida en dos personas, un “nosotros”. Algo que
Dios ha unido y que nadie puede romper, como la paternidad y la filiación. Es verdad que
después de la boda se puede vivir como no estando casado, pero en realidad se sigue atado
hasta que la muerte les separe. Esto es algo que se sabe perfectamente y no se puede borrar de
la conciencia.
Por eso el lugar propio de la unión sexual entre las personas es el matrimonio, después de
la alianza por la que se entrega el espíritu y el cuerpo: todo. Por eso ahí puede ser una
manifestación de Amor (que es corpórea y también de orden espiritual, y que expresa la
donación incondicionada -y sin retorno- de la propia persona), y fuera de él nunca es una
manifestación adecuada de entrega.
No cabe decir que se está prácticamente casado, de igual modo que un opositor de
judicaturas no puede juzgar y sentenciar, aunque al día siguiente sea Juez. La intención de ser 14
marido y mujer no basta para serlo. Conviene no engañar ni dejarse engañar en esto porque,
repito, antes de la boda ese compromiso no es firme y puede quedarse en un buen deseo que
podría retractarse. En cualquier otro asunto (económico, profesional, social, etc.) menos
relevante que la propia suerte personal no se omiten esas garantías. Cuando no se hace así se
contribuye al caos social y personal.
34. El premio del Amor
El Amor bien llevado, también con la carga de sacrificio que comporta para olvidarse de
uno mismo, da como resultado la felicidad humana (aunque sea relativa). El Amor es algo
permanente, que da seguridad de por vida porque se sabe confiado en el otro. Cuando ambas
personas se entregan totalmente, el Amor satisface plenamente y es enriquecedor.
El desamor, en cambio, se demuestra siempre falso porque causa todo lo contrario: la
insatisfacción. Y no digamos nada de la sensualidad: siempre decepciona, causa frustración.
Porque nosotros estamos hechos para algo permanente, no para algo transitorio y egoísta
que se acaba prácticamente donde ha comenzado. El placer, el goce del cuerpo, nunca
satisface; la alegría, por el contrario, que es el goce del alma, colma de felicidad. Porque la
alegría es la consecuencia del amor. Todos tenemos en el fondo de nuestro ser una sed de
permanencia, de algo espiritual. Y el Amor de esposos es espiritual, también en sus expresiones corporales. Y permanece para siempre dejando, además, constancia, si es fecundo, con el premio del hijo deseado, que es la encarnación, prolongación del Amor de los esposos.
35. Saber esperar
La esperanza es la virtud propia de los labradores: esperan ver el fruto de sus sudores. Y
también es la virtud propia de los enamorados, pues esperan ver realizados sus sueños: poseer
el Amor en plenitud y con frutos que perpetúen su amor.
Pero, como el labriego, hay que saber esperar. Esto a veces cuesta. ¿Quién no ha sentido
alguna vez la tentación de coger del árbol una fruta todavía verde? Si se recoge la fruta
cuando aún no está madura, es muy probable que no llegue a madurar y se eche a perder.
También puede suceder, es verdad, que se logre madurar, pero uno se tiene que pagar la
impaciencia, pues la fruta sabe de otro modo recogida en su punto.
Durante la juventud se relacionan chicos y chicas que llegan a enamorarse con un
enamoramiento fugaz que luego se acaba. ¡Cuántas personas viven la experiencia de un
matrimonio estable y fecundo que dura muchos lustros... y sin embargo no se casaron con su
primer amor, aquel de los dieciséis años! La vida es así. Importa en todo caso durante la
juventud no hacer cosas de las cuales uno se arrepentirá después.
Vale la pena seguir las normas del buen-amor -(eso son las normas morales) y saber
esperar a entregarse del todo en su momento, a la persona que puede hacernos muy felices.
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