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Tema: ¿Soy culpable de mí mismo?

Necesito abrir los ojos ante mi situación actual y verla con realismo y con esperanza.
 
¿Soy culpable de mí mismo?


Cada decisión deja una huella: en mi vida, en la de los seres cercanos, en otros corazones que no conozco pero que, de modos misteriosos, quedan bajo la influencia de mis actos.

Con el pasar del tiempo, las decisiones configuran un mosaico. Como enseñaba san Gregorio de Nisa, en cierto sentido somos padres de nosotros mismos a través de nuestros actos.

¿Qué imagen he trazado en mi alma? ¿Hacia dónde está dirigida mi mirada? ¿Qué busco, qué sueño, qué temo, qué lloro, qué me causa alegría? ¿Hacia dónde oriento el cincel cada vez que plasmo la estatua de mi vida?

Si los defectos dominan mi corazón, siento pena. Surge entonces la pregunta: ¿soy culpable de mí mismo? ¿Son mis decisiones las que me llevaron a esta situación de apatía, de tibieza, de orgullo, de envidia, de rencores?

En ocasiones busco la culpa fuera de mí. Incluso tal vez tenga algo de razón: hay personas que me han herido profundamente, que un día llegaron a provocar esa angustia o ese odio que me carcome a todas horas. Pero en otras ocasiones tengo que reconocerlo: la culpa es completamente mía.

Necesito abrir los ojos ante mi situación actual y verla con realismo y con esperanza. Sobre todo, necesito aprender a leer mi vida desde un corazón que me conoce como nadie: el corazón de Dios.

A Él puedo preguntarle si soy culpable de mí mismo, si me he dañado tontamente, si he permitido que me ahoguen asuntos insustanciales, si me he encerrado en un pesimismo dañino.

Luego, desde el diagnóstico del Médico divino, podré abrirme a su gracia para curar mi voluntad, para orientar mis pensamientos a un mundo nuevo y bello, para dar pasos concretos que me permitan perdonar y pedir perdón.

Será posible, entonces, que esa libertad con la que tantas veces he hecho daño, a otros y a mí mismo, empiece a ser usada para construir una vida nueva, desde la luz del Espíritu Santo y con la meta que embellece todo: amar a Dios y a los hermanos. 

Tema: Clases de perdón

Esencialmente hay dos clases de perdón..., el perdón divino y el perdón humano, porque si no perdonamos no seremos perdonados
Autor: Juan del Carmelo | Fuente: Religión en Libertad

Así es como nosotros mismos lo expresamos Señor, cuando en el Padrenuestro decimos: Señor, perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores:

"Muéstrate conciliador con tu adversario mientras vas con él por el camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas puesto en prisión", (Mt 5,25).

El perdón es la base de la sanidad de nuestra mente, conciencia y corazón. Necesitamos perdonar porque sin perdón no tendremos perdón y cuanto más tardemos en perdonar más nos ataremos a ese dolor que nos produjo la ofensa que en su día recibimos. Si no hay perdón por nuestra parte, estaremos alimentando en nuestra alma, la amargura, el resentimiento y el rencor y lo que es peor, estaremos caminando hacia el pozo del odio que es un claro terreno de dominio satánico. El que odia no ama y ese es el mayor deseo de satanás, la destrucción del amor que es la antítesis del odio, que es el único sentimiento que él tiene y conoce. El perdón es la clave de nuestra liberación espiritual.

Al margen de las dos clases básicas de perdón; el perdón que recibimos de Dios y el perdón que estamos obligados a dar a los demás por sus ofensas, si queremos que Dios nos perdone a nosotros por las ofensas nuestras; tenemos dos clase de perdón, uno que tienen un sentido anómalo y el otro que tiene un sentido ofensivo hacia Dios.

En el primer caso se trata de pedirse o exigirse perdón a uno mismo. Hay actitudes y hechos cometidos por nosotros que nos humillan, nos denigran y nos avergüenzan. Nuestra actuación en la vida nunca es perfecta, cometemos muchos errores. Nadie es perfecto, la misma esencia defectuosa, propensa a fallar existe en todos los seres humanos. Esta realidad, unos por razón de su propio orgullo no reconocen sus errores o faltas, no ya frente a los demás, sino también, frente a sí mismos. Para ellos los que se equivocan son los demás. En el polo opuesto tenemos a los que son humildes, que aun siendo inocentes, se consideran culpables de esos errores que se originan en las conductas humanas. Perdonarse a sí mismo de esta clase de errores que no ofende al Señor ni a los demás, es un acto de humildad interna el no perdonarse a uno mismo y afianzarse en la idea de que el error fue de otro es un acto de soberbia.

Cierto es que hay veces que resulta difícil atribuir el error a un tercero o a uno mismo, pero en esa situación, el que no tiene dominada su soberbia instintivamente atribuirá el error a otro, antes que a uno mismo. Por el contrario, En el lado opuesto, no hay duda de que el que sea humilde y ame la humildad, no tendrá inconveniente alguno en atribuirse a sí mismo, el error de que se trate. Perdonarse uno a si mismo es un acto de humildad interno que solo el Señor conocerá y te fortalecerá con dones y gracias divinas, que te acercarán más a Él.

Ya en una antigua glosa, hice referencia a una persona, creo recordar que miembro de la carrera diplomática, que se unió en una fiesta a un círculo de amigos que estábamos comentando tenas referentes a las miserias y hambre existente en muchos países del mundo. Este señor tomó la palabra y con gran sorpresa nuestra dijo: Dios tendrá que pedir perdón a la humanidad, por el mucho sufrimiento que esta ha soportado y soporta. Desgraciadamente esta es una afirmación, que no se le ocurre pensar, suponer o decir a cualquiera de esas personas que están soportando esos sufrimientos, porque por muy escasa que sea la formación religiosa que tenga, su sentido común les dice que hay un Dios todopoderoso y bondadoso que hará justicia el día de mañana, pues Él no es el culpable de sus desgracias, el pecado o la ofensa a Dios son los cupables..

El que piensa que estas tragedias e injusticias son una falla de Dios, es que a pesar de tener una buena formación académica, su mente y percepción espiritual son demasiado estrechas como para comprender la magnitud de algunas cosas, y sobre todo adolece de un tremendo desconocimiento de quién es Dios y lo que representa en nuestras vidas y no solo en el ámbito espiritual interno, sino también en el material externo. Está muy claro que en el mundo el desastre lo cometen los seres humanos. Solo por razón de nuestro orgullo e ignorancia de quien es Dios y de lo que representa, se puede pensar que Dios nos ha fallado. Esta es una necia actitud producto de la ignorancia y de la soberbia humana.

Existe el mal y existe el bien, el mal que se extiende por el mundo es un fruto del pecado; cuando se ofende a Dios estamos generando el mal, para nosotros y para los demás, pues todos formamos parte del Cuerpo místico de Cristo y tanto los bienes como los males que generamos repercuten en el Cuerpo místico de Cristo el Señor nos dejó dicho: "5 Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. 6 El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. 7 Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará". (Jn 15,5-7). Santo Tomás de Aquino escribía diciéndonos: "El Cuerpo místico, abarca todos los hombres que han existido o existirán desde el comienzo hasta el fin del mundo. Los condenados son los únicos que están excluidos para siempre. El Cuerpo místico está constituido no solo por los hombres sino también por los ángeles; Cristo es la cabeza de esta multitud".

Son los pecados de los hombres los que son, generadores del mal que se padece en el mundo, porque todos los hombres, mientras no sean reprobados pertenecen al Cuerpo místico de Cristo, y sea bueno o malo lo que realicemos a todo el mundo le afecta.

Tema: Eucaristía y silencio

Es condición indispensable para escuchar y encontrarnos con Dios. El encuentro con Dios se da en el silencio del alma.
 
Eucaristía y silencio

La vida crece silenciosamente en el oscuro seno de la tierra y en el seno silencioso de la madre. La primavera es una inmensa explosión, pero una explosión silenciosa.

Dios fue silencioso durante muchos siglos, y en ese silencio se gestaba la comunicación más entrañable: el diálogo entre Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¿Qué es el silencio?

Es esa capacidad interior de saber estar reposado, calmado, controlando y encauzando los sentidos internos y externos. Es esa capacidad de callar, de escuchar, de recogerse. Es esa capacidad de cerrar la boca en momentos oportunos, de calmar las olas interiores, de sentirse dueño de sí mismo y no dominado o esclavo de sus alborotos.

Uno de los males de la actualidad es el aburrimiento, que se origina de la incapacidad del hombre de estar a solas consigo mismo. El hombre de la era atómica no soporta la soledad y el silencio, y para combatirlos echa mano de un cigarrillo, una radio, la televisión, y para evadirse del silencio se echa ciegamente en brazos de la dispersión, la distracción y la diversión.

¿Para qué sirve el silencio?

Es muy útil para reponer fuerzas, energías espirituales, calmarse, para encontrarnos con nosotros mismos, para conocernos mejor, más profundamente.

Es imprescindible para ser creativos. Todo artista, científico, pensador, necesita desplegar en su interior un gran silencio para poder generar percepciones, ideas, creaciones. Los grandes genios del arte y de la literatura fueron hombres que dedicaban mucho tiempo al silencio. Y de esos momentos de silencio brotaron las grandes obras. Es lo que llamamos el silencio creador, fecundo, productivo.

Es condición indispensable para escuchar y encontrarnos con Dios. Jamás le escucharemos si estamos sumergidos en el oleaje de la palabrería, dispersión, agitación. El encuentro con Dios se da en el silencio del alma. Así lo dice santa Teresa de Jesús: “Pues hagamos cuenta que dentro de nosotros está un palacio de grandísima riqueza, todo su edificio de oro y piedras preciosas –en fin, como para tal Señor-, y que sois vos parte de que aqueste edificio sea tal, como a la verdad lo es (que es ansí, que no hay edificio y de tanta hermosura como un alma limjpia y llena de virtudes, y mientras mayores, más resplandecen las piedras), y que en este palacio está este gran Rey y que ha tenido por bien ser vuestro Padre y que está en un trono de grandísimo precio, que es vuestro corazón” (Camino de perfección, 28, 9).

Y san Juan de la Cruz nos susurra al oído: “El alma que le quiere encontrar ha de salir de todas las cosas con la afición y la voluntad, y entrar dentro de sí mismo con sumo recogimiento. Las cosas han de ser para ella como si no existiesen...Dios, pues, está escondido en el alma y ahí le ha de buscar con amor el buen contemplativo, diciendo: ¿A dónde te escondiste?” (Cántico espiritual, 1, 6).


¡El valor del silencio!

Las grandes decisiones en la vida nacieron de momentos de silencio.

Necesitamos del silencio para una mayor unificación personal. La mucha distracción produce desintegración y ésta acaba por engendrar desasosiego, tristeza, angustia.

Hay diversas clases de silencio.

Jesús nos dijo: “cierra las puertas”. Cerrar las puertas y ventanas de madera es fácil. Pero aquí se trata de unas ventanas más sutiles, para conseguir ese silencio.

Está, primero, el silencio exterior, que es más fácil de conseguir: silencio de la lengua, de puertas, de cosas y de personas. Es fácil. Basta subirse a un cerro, internarse en un bosque, entrar en una capilla solitaria, y con eso se consigue silencio exterior.

Pero está, después, el silencio interior: silencio de la mente, recuerdos, fantasías, imaginaciones., memoria, preocupaciones, inquietudes, sentimientos, corazón, afectos. Este silencio interior es más difícil, pero imprescindible para oír a Dios e intimar con Él.

Los enemigos del silencio son la dispersión, el desorden, la distracción, la diversión, la palabrería, la excesiva juerga, risotadas, la velocidad, el frenesí, el ruido.

¿Qué relación hay entre eucaristía y silencio?

El mayor milagro se realiza en el silencio de la eucaristía. Las más íntimas amistades se fraguan en el silencio de la eucaristía. Las más duras batallas se vencen en el silencio de la eucaristía, frente al Sagrario. La lectura de la Palabra que se tiene en la misa debe hacerse en el silencio del alma, si es que queremos oír y entender. El momento de la Consagración tiene que ser un momento fuerte de silencio contemplativo y de adoración. Cuando recibimos en la Comunión a Jesús ¡qué silencio deberíamos hacer en el alma para unirnos a Él! Nadie debería romper ese silencio.

Las decisiones más importantes se han tomado al pie del silencio, junto a Cristo eucaristía. ¡Cuántas lágrimas secretas derramamos en el silencio! Juan Pablo II cuando era Obispo de Cracovia pasaba grandes momentos de silencio en su capillita y allí escribía sus discursos y documentos. ¡Fecundo silencio del Sagrario!

Así lo narra Juan Pablo II en su libro “¡Levantaos! ¡Vamos!”: “En la capilla privada no solamente rezaba, sino que me sentaba allí y escribía...Estoy convencido de que la capilla es un lugar del que proviene una especial inspiración. Es un enorme privilegio poder vivir y trabajar al amparo de este Presencia. Una Presencia que atrae como un poderoso imán...” .

Preguntemos a María si el silencio es importante. El silencio de la Virgen no es un silencio de tartamudez e impotencia, sino de luz y arrobo...Todos hablan en la infancia de Jesús: los ángeles, los pastores, los magos, los reyes, Simeón, Ana la Profetisa...pero María permanece en su reposo y sagrado silencio. María ofrece, da, recibe y lleva a su Hijo en silencio. Tanta fuerza e impresión secreta ejerce el silencio de Jesús en el espíritu y corazón de la Virgen que la tiene poderosamente y divinamente ocupada y arrebatada en silencio. 

Tema: El Amor en los Valores

 El papel que juega el amor en los valores, y un breve panorama sobre esta sección.
 Solo hay una cosa más difícil que hablar del amor y es hablar brevemente sobre él. Todos intuimos la necesidad del amor en nuestras vidas en todas sus manifestaciones: amor a los padres, a los hijos, en pareja, a Dios. Podemos tener graves dificultades para describirlo y aún mayores para entenderlo, pero todos percibimos cuánto lo necesitamos. Y precisamente por eso es un valor, porque sin él nuestra vida pierde todo su sentido. Amar y ser amado es uno de los grandes sueños de todo ser humano. La incesante búsqueda del amor puede llevar al más sensato a hacer una tontería, y es que ya decía Platón que el amor es una especie de locura. Otros autores han dicho que el amor es una puerta entre el cielo y la tierra, y esta metáfora puede tomarse en sentido poético, figurado o religioso siendo en todos los casos igualmente aplicable.
Sobre el tema del amor, hemos decidido dar una perspectiva más amplia. Definiciones de Amor y sus clases es un texto que comienza a esclarecer un poco qué es el amor con una perspectiva psicológica y antropológica. Como una de las primeras manifestaciones que nos vienen a la mente cuando pensamos en el amor es su connotación a nivel pareja, decidimos incluir el tema “El Eros y el Enamoramiento” para entender mejor esta faceta en particular. Por supuesto que el amor tiene aspectos agradables y otras no tanto, especialmente en lo que se refiere al amor en pareja, los cuales son tratados con más profundidad en “Es fácil enamorarse y difícil mantenerse enamorado”. Lo anterior nos lleva, por supuesto a hablar de “El amor en el matrimonio”. Queda muy claro a todos que el amor no solo se trata de parejas, por lo que “Educación en el Amor” será de gran utilidad para padres de familia. La “Reflexión sobre los sentimientos” cierra las puertas del segmento psicológico y antropológico para dar paso a las citas, textos y comentarios sobre el amor en el sentido religioso: Amor a Dios, Amor al Prójimo…
Esta brevísima introducción a este informe especial para valores te permitirá no perderte, pues algunos de los documentos son un poco largos, sin embargo quisimos que este tema tan importante no fuese solo un informe superficial. Para los textos largo, te recomendamos que los imprimas en papel, pues es mucho más fácil leer así que directamente en la pantalla.
Esperamos que esta sección te sirva para comprender mejor el papel del amor en todos los aspectos de nuestras vidas.
Fuente: Encuentra.com

Tema: Bullying intrafamiliar

Mons. Felipe Arizmendi, Obispo de San Cristóbal de las Casas, nos ha hablado de su experiencia personal de bullying intraeclesial
 
Bullying intrafamiliar
Bullying intrafamiliar
Mons. Felipe Arizmendi, Obispo de San Cristóbal de las Casas, nos ha hablado de su experiencia personal de bullying intraeclesial. Los hechos que comenta nos hacen conscientes de nuestra propia historia en que hemos sido víctimas o actores de bullying en nuestros propios grupos de pertenencia y participación al interno de la Iglesia.

Lo mismo podemos decir de la existencia de bullying intrafamiliar: hemos sufrido o actuado violencia y agresividad al interno de nuestra familia.

De hecho es algo que constata el Instrumentum Laboris, o sea el Instrumento de Trabajo como preparación al Sínodo de la Familia y que nos ha llegado del Vaticano como síntesis de las respuestas a la encuesta que nos habían enviado y que se ha respondido en las Diócesis de todo el mundo. Cito una larga y dolorosa serie de frases de dicho documento, el cual nos habla de “la dificultad de relación y comunicación en familia como uno de los nudos críticos relevantes […] la incapacidad de construir relaciones familiares que superen los conflictos y tensiones entre los cónyuges, debido a la falta de confianza mutua y de intimidad, al dominio de un cónyuge sobre el otro, así como a los conflictos generacionales entre padres e hijos. El drama que se vive en estas situaciones es la progresiva desaparición de la posibilidad de diálogo, de tiempos y espacios de relación: la falta de comunicación, el no compartir las cosas, hace que cada uno afronte sus dificultades solo, sin ninguna experiencia de ser amado y de amar a su vez […] la debilidad de la figura del padre en muchas familias genera fuertes desequilibrios en el núcleo familiar […] la referencia a la violencia psicológica, física y sexual, y a los abusos cometidos en familia en perjuicio de las mujeres y los niños, un fenómeno lamentablemente no ocasional, ni esporádico […] la promiscuidad sexual en familia y el incesto, así como la pedofilia y el abuso de niños […] el autoritarismo de parte de los padres, la falta de cuidado y atención a los hijos […] el drama del comercio y la explotación de niños, el ´turismo sexual´ y la prostitución que explota a los menores” (nn. 64-67).

Nuestra experiencia personal, nuestra observación y los noticias diarias nos refieren numerosos hechos de bullying al interno de la familia. Si la familia vive cargada de violencia, agresividad y desprecio, es natural que el bullying se manifieste en la relación humana de todo grupo social. Ahora bien, de nosotros depende que esta constatación de hechos y amenazas se convierta en una oportunidad de mejora: cultivemos una relación positiva y amable en la familia, que a su vez nos consolidará y dispondrá para la relación fuera de la familia. Estas vacaciones de verano sean una ocasión propicia para ello.

Acostumbremos saludar a cada miembro de la familia que vayamos encontrando a lo largo del día, con palabras, gestos y acciones, por ejemplo dándonos la mano o un abrazo o beso, mirándonos a los ojos con cariño. A muchos nos cuesta decir al otro que lo amamos, pero a todos nos gusta escuchar que nos aman. Pidamos perdón y perdonemos. Hagamos las paces. Aprendiendo de Dios, seamos “lentos para enojarnos y generosos para perdonar”.

Seamos también finos y delicados en corregir errores, muy expresivos en reconocer logros y actividades bien hechas. Con nuestras palabras y actitudes infundamos esperanza, seamos positivos, esto ayuda a que los demás crezcan sanos, amados y consistentes.

Al terminar el día, no dejemos de revisar cómo hemos vivido la relación al interno de nuestra familia… y también la relación fuera de nuestra familia. Y en este examen de conciencia al final del día, sepamos dar gracias a Dios por el bien que hayamos hecho o recibido, pidamos perdón por lo malo realizado, renovemos nuestra fe para iniciar el día siguiente con nueva disposición y esperanza.

Tema: Santiago el Mayor, al amor por el dolor

En la figura del Apóstol Santiago, el amor verdadero se curte en el dolor y en la cruz.
 
Santiago el Mayor, al amor por el dolor
Santiago, hijo de Zebedeo y Salomé (Mc 15,40), hermano del Apóstol Juan, fue uno de los tres discípulos más cercanos a Jesús: testigo de la curación de la suegra de Pedro (Mc 1,29-31), de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37-43), de la transfiguración de Cristo (Mc 9,2-8) y de la agonía de Getsemaní (Mt 26,37).

La vocación de Santiago está relatada de forma precisa: "Caminando adelante vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y a su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando las redes, y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron" (Mt 4, 21-22). Era de temperamento fuerte, pues enfadado por el rechazo de los pueblos samaritanos a Cristo, le proponen hacer bajar fuego del cielo (Lc 9,54-56). Cristo, ante la petición materna por sus hijos, le anuncia el martirio (Mt 20,21-28).

Vamos a contemplar en la figura del Apóstol Santiago cómo el amor verdadero se curte en el dolor y el la cruz. Sin duda, la cruz de Cristo es para nosotros el signo más evidente y claro del amor loco de Dios al hombre.

Amor y dolor constituyen dos términos de una misma realidad. Más aún, no puede existir el uno sin el otro. Un amor que no comportara sufrimiento, renuncia, sacrificio ya de entrada sería sospechoso. Un dolor que no se viviera con amor sería asimismo estéril e inútil. Justamente o el amor abre la puerta al dolor para demostrarse auténtico y el dolor se funde en el amor para vivirse en paz, o todo suena a patraña y a mentira. De hecho, cuando levantamos los ojos a la Cruz de Cristo, es cierto que vemos a un crucificado, pero sobre todo vemos en la Cruz el amor loco de Dios por nosotros. A través del dolor de Cristo comprendemos ese amor personal e infinito que nos tiene. Si en la cruz no hubiera amor, sería simplemente una estupidez. Por eso, como dice S. Pablo, la cruz es Aescándalo para los judíos , necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios@ (1 Cor 1, 23-24).


Al hombre de hoy de siempre la Cruz se le presenta como una realidad que inspira temor y rechazo. La sociedad siempre nos está prometiendo una vida fácil, cómoda, agradable, en la medida de lo posible ajena al sacrificio, al esfuerzo, al dolor. Por eso nos resulta tan difícil escoger el camino de Dios, y tan fácil seguir el derrotero del mundo. Sin embargo, la realidad es que nadie puede escapar a la presencia de la cruz y del dolor. Hay mucho tipo de cruces: cruces de todos los tamaños y de todos los colores, cruces más sangrantes y más profundas, cruces más llamativas y más calladas. El destino del hombre sobre la tierra pasa por la cruz en su camino hacia Dios. Si es inútil el querer escapar de su presencia; es todavía más bochornoso el vivir la cruz sin esperanza, sin amor, porque entonces la cruz amarga la vida y produce rebeldía.

El amor se convierte, por ello, en la única respuesta válida a todos los sacrificios, sufrimientos, luchas y trabajos del hombre. No se puede evitar la cruz en cualquiera de sus formas, pero siempre se puede vivirla con amor para darle sentido. Si esto se entendiera, los seres humanos verían en las dificultades de la vida, cualquiera de ellas, una forma de amor. Los problemas cotidianos de un matrimonio son ocasiones maravillosas para demostrarse un amor genuino y auténtico; los sufrimientos por los hijos se transforman en modos de amor más profundos que el simple cariño; los esfuerzos que exige la fe adquieren para ella el brillo de la autenticidad y de la verdad; el sacrificio en el seguimiento de Dios nos demuestra que Dios es demasiado grande y maravilloso para nosotros. Hay que sospechar generalmente de realidades que no cuestan, de matrimonios que no cuestan, de evangelios que no cuestan, de pertenencias a la Iglesia que no cuestan, de amores que no cuestan.

El dolor es, pues, la garantía del verdadero amor. Sólo es capaz de sufrir el que ama. Contemplamos así la vida de tantas personas que en el silencio de sus vidas, día a día, es el amor el que las impulsa a ir adelante, a pesar de todo y contra todo. Van adelante en su vida espiritual, aunque les atenace la sequedad; se humillan en el matrimonio esperando mejores momentos para solucionar las crisis; rezan con confianza a Dios cuando los hijos están pasando por momentos especialmente complicados; perseveran en las decisiones buenas, aunque a veces parezca que carecen de fuerza para seguir adelante. Sería extrañísimo e incluso desilusionador el amar sin tener que sufrir. Mas aun, el que ama se complace en el sufrir por aquél a quien ama. Hay santos que del cielo lo único que no les gusta es el no poder sufrir ya.

El Evangelio a través de dos evangelistas nos refiere de forma parecida, pero con matices diversos, una simpática escena en la que se pide para Santiago y Juan, su hermano, un lugar privilegiado en el Reino de Cristo. En Mt 20,21-28 es la madre de éstos, Salomé, quien eleva esta petición a Cristo. Y en Mc 10, 35-45 son ellos mismos directamente quienes hacen esta petición. Jesús en ambos relatos les dice que no saben lo que están pidiendo y les lanza esa misteriosa pregunta si pueden beber del cáliz que él va a beber. Ellos afirman que sí. Pero Jesús les anuncia que efectivamente van a beber el cáliz, pero respecto al sitio a su derecha e izquierda es para aquellos para quienes esté preparado.

"Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda" (Mc 10, 37). No hay duda de que es el amor el que impulsa a estos dos hermanos a pedirle a Cristo un privilegio tan extraordinario. Por el carácter apasionado, al menos de Santiago, suena lógico que quisiera estar cerca del Maestro en su gloria. El amor empuja hacia el amado de una forma irresistible. Sin embargo, para Santiago en este momento todavía el amor es un sentimiento, un impulso, una inclinación.

Es bello, pero no ha sido probado por el dolor. Aunque posteriormente se enfaden los demás por esta petición tan osada, no hay que quitarle valor a este deseo de los dos hermanos. Y Cristo la comprende. ¿Quién de los Apóstoles no desearía algo tan maravilloso? A Santiago no le bastaba la cercanía; quería la intimidad, la posesión, la totalidad.

"¿Podéis beber la copa que yo voy a beber o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?" (Mc 10, 38). Cristo enseguida trata de hacerle comprender con esta dura pregunta que para poder decir que se ama es necesario decirlo con el dolor. Si quiere de veras amarlo a Él, estar cerca de Él, compartir todo con Él, tendrá que beber su cáliz, cáliz que es Getsemaní, cáliz que es la muerte en la Cruz, cáliz que es la renuncia total a sí mismo. De esta forma Cristo toca la verdad más hermosa del amor: no se puede amar, cuando el amor no cuesta, o también el dolor es el modo más genuino y auténtico de amar. Seguramente en la vida es así: hasta que el amor no ha sido purificado por el dolor, no se puede decir que se ama en serio.

"Sí, podemos" (Mc 10,39). Del corazón decidido y generoso de Santiago salen estas palabras que confirman por un lado que ha entendido lo que el Maestro le ha enseñado acerca del amor a él y por otro que está dispuesto a seguir la suerte del Maestro hasta donde sea necesario, incluida la muerte. Jesús le confirma que efectivamente va a beber la copa que él va a beber y a ser bautizado con ese bautismo de sangre que será su muerte, pero le anuncia que sentarse a su derecha o a su izquierda no puede él concederlo. De alguna manera, todavía Cristo le orienta hacia un amor desprendido. El premio del que ama sólo es amar. Así el amor llega a su plenitud. Si se muere por él, no es para conseguir un lugar privilegiado en su Reino, sino simplemente para poder demostrar el grado de amor que invade su corazón, pues "no hay mayor amor que dar la vida por los amigos".

Para nosotros cristianos se convierte en una prioridad absoluta el aceptar la cruz y el dolor como la expresión más auténtica y genuina de nuestro amor a Dios, de nuestro amor a los demás y de nuestro amor a nosotros mismos. En todos estos campos se sigue realizando aquel camino de "a la luz por la cruz". Queremos que nuestro amor a Dios no se quede en meras palabras, deseamos que nuestro amor a los demás no se convierta simplemente en uso de los demás para nuestro egoísmo, pretendemos crecer como personas en el bien auténtico, tenemos que aceptar la cruz, amarla intensamente y vivirla en todas sus exigencias.


Nos tenemos que convencer de que el amor a Dios no son simplemente palabras, como nos enseña Cristo. El amor a Dios nos tiene que doler, es decir, tiene que vivirse en los momentos más difíciles para nosotros: cuando sentimos la oscuridad en la fe, cuando sentimos la desgana ante las cosas espirituales, cuando nos cuesta especialmente alguna exigencia del Evangelio como el perdón o la humildad, cuando tenemos que renunciar a nosotros mismos para aceptar el misterio de Dios, cuando tenemos que doblegar nuestro racionalismo ante la evidencia de la fe, cuando tenemos que aceptar el hecho de que el perdón de los pecados se confiera a través del sacramento del perdón, cuando en la persona del Vicario de Cristo tenemos que ver a Cristo mismo, cuando en el Magisterio de la Iglesia tenemos que reconocer a Cristo Maestro que nos habla por medio de sus representantes. Cuando me cueste amar a Dios, entonces estaré afirmando que mi amor a él es auténtico. Por el contrario, tenemos que sospechar cuando el amor a Dios nos resulte fácil, cómodo, tranquilo. Entonces no estaremos amando a Dios, sino buscándonos a nosotros mismos.

Y, ¿qué decir del amor a los demás? La esencia del amor es darse y entregarse, lo cual va en contra necesariamente de esa tendencia tan habitual en el hombre que es el egoísmo. Cada acto de amor es como una renuncia a uno mismo, lo cual se experimenta como dolor, aunque el amor sea capaz de darle un hermoso sentido. Por ello, tenemos que decidirnos a pasar por encima de nuestro egoísmo, aunque nos duela, cuando en casa nos resulte complicado sacrificarnos por los hijos o salir de nuestro mundo para entrar en contacto con el mundo de la mujer, cuando en el mundo profesional sintamos ganas o deseos de complicar la vida a cualquier precio a quienes compiten contra nosotros, cuando en la vida diaria sentimos que otros han pisoteado nuestros sentimientos y nos encontramos dolidos, cuando tenemos que mortificar nuestra lengua o nuestro pensamiento para no caer en el juicio temerario o en la crítica frívola, cuando hay que levantarse de la comodidad para servir y colaborar. Es natural que el amor a los demás esté hecho de renuncias propias, es decir, de gotas de dolor que, en este caso, sólo embellecen la propia vida.

Y finalmente, el amor verdadero a uno mismo tiene que aliarse con el dolor. Generalmente, porque nos atenaza la comodidad y no queremos sufrir, nos privamos a nosotros mismos de grandes posibilidades. No cultivamos nuestra mente, porque nos cuesta leer y formarnos, no desarrollamos los talentos que Dios ha depositado en nosotros, porque afirmamos que la vida en sí misma es ya muy complicada, no cuidamos muchas veces hasta nuestra misma salud porque no queremos renunciar a nuestros gustos y caprichos. Amarse correctamente a uno mismo es disponerse a luchar y a sufrir con el objetivo de crecer como persona, pasando por encima de criterios de comodidad y de pereza. En cambio, el amor a nosotros mismos, que nos destruye, es ese amor que nos lleva a buscar en cada momento lo fácil, lo barato, lo vulgar, en todo lo cual no hay renuncia, sacrificio, esfuerzo.


La Cruz de Cristo se ha convertido a lo largo de los siglos en ese monumento, visible desde todas partes, del amor loco de Dios al hombre. Pero sería triste que la Cruz sólo suscitara en nosotros admiración. La Cruz debe inspirar seguimiento. La Cruz con Cristo para nosotros se convierte en camino de salvación y de progreso espiritual. La Cruz nos es necesaria en la vida para poder autentificar el amor a Dios. La Cruz nos es fundamental en la vida para poder demostrar a los demás la sinceridad de nuestro amor. La Cruz nos es clave en la vida para poder salvarnos y ser felices en nuestro peregrinar por la tierra. Dígamosle a Cristo con las palabras de Santiago Apóstol que queremos bebe el cáliz que él va a beber y ser bautizados con el bautismo que él va a ser bautizado. 

Tema: Noviazgo y matrimonio

Artículo de Mons. Ángel Rubio, sobre la institución base de la sociedad, el matrimonio, y su preparación
 
Noviazgo y matrimonio
Noviazgo y matrimonio
El matrimonio fue instituido por Dios nuestro Señor en el Paraíso terrenal cuando unió como esposos a Adán y Eva. El Matrimonio no es una institución puramente humana a pesar de las numerosas variaciones que ha podido sufrir a lo largo de los siglos en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Esta diversidad no debe hacer olvidar sus rasgos comunes y permanentes. Dios, que ha creado al hombre por amor, lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano.

Cristo elevó la institución natural del matrimonio a la categoría de sacramento. La misión de engendrar hijos y educarlos, así como el amor que envuelve la unión de los esposos y todo el ámbito de la familia, han quedado apoyados en la gracia del sacramento cristiano. En consecuencia, los esposos reciben las gracias y ayudas especiales que necesitan en su vida para cumplir los deberes que les impone su vocación de engendrar y educar a los hijos que Dios les dé.

Casarse es establecer un vínculo de carácter permanente regulado jurídicamente; vivir con gozo una fecundidad generosa; contribuir a la transformación del mundo y al bien de la sociedad mediante la realización en el amor; expresar de un modo concreto la vocación cristiana a la santidad.

Los esposos están llamados a un amor total y para siempre; ser signos visibles de la alianza entre Cristo y la Iglesia; colaborar en el crecimiento de la comunidad familiar y eclesial; evangelizar y ser testigos, en su ambiente, del amor de Cristo.

La celebración se realiza cuando los contrayentes, que son los ministros de este sacramento, expresan públicamente su mutuo consentimiento, ante un representante oficial de la Iglesia y otros testigos. Si los novios están bautizados y se declaran creyentes, la Iglesia les invita a prepararse para celebrar el sacramento del Matrimonio bajo una de estas dos formas: en el marco de una celebración de la Palabra o dentro de la celebración de la Eucaristía. Cuando los novios no son creyentes o manifiestan una fe llena de contradicciones y desean y piden casarse por la Iglesia, los pastores deben examinar cada caso, sin caer en una actitud rigorista ni tampoco en una benevolencia rutinaria y los mismos novios tendrían que reconsiderar su actitud y reflexionar con sinceridad sobre su postura.

El sí de los esposos debe ser un acto libre y responsable.

+ Ángel Rubio
Obispo de Segovia

Tema: El valor de la familia

El valor nace y se desarrolla cuando cada uno de sus miembros asume con responsabilidad y alegría el papel que le ha tocado desempeñar en la familia.

Al hablar de familia podemos imaginar a un grupo de personas felices bajo un mismo techo y entender la importancia de la manutención, cuidados y educación de todos sus miembros, pero descubrir la raíz que hace a la familia el lugar ideal para forjar los valores, es una meta alcanzable y necesaria para lograr un modo de vida más humano, que posteriormente se transmitirá naturalmente a la sociedad entera…
El valor de la familia va más allá de los encuentros habituales e ineludibles, los momentos de alegría y la solución a los problemas que cotidianamente se enfrentan. El valor nace y se desarrolla cuando cada uno de sus miembros asume con responsabilidad y alegría el papel que le ha tocado desempeñar en la familia, procurando el bienestar, desarrollo y felicidad de todos los demás.
Formar y llevar a la familia en un camino de superación constante no es una tarea fácil. Las exigencias de la vida actual pueden dificultar la colaboración e interacción porque ambos padres trabajan, pero eso no lo hace imposible, por tanto, es necesario dar orden y prioridad a todas nuestras obligaciones y aprender a vivir con ellas. Debemos olvidar que cada miembro cumple con una tarea específica y un tanto aislada de los demás: papá trabaja y trae dinero, mamá cuida hijos y mantiene la casa en buen estado, los hijos estudian y deben obedecer.
Es necesario reflexionar que el valor de la familia se basa fundamentalmente en la presencia física, mental y espiritual de las personas en el hogar, con disponibilidad al diálogo y a la convivencia, haciendo un esfuerzo por cultivar los valores en la persona misma, y así estar en condiciones de transmitirlos y enseñarlos. En un ambiente de alegría toda fatiga y esfuerzo se aligeran, lo que hace ver la responsabilidad no como una carga, sino como una entrega gustosa en beneficio de nuestros seres más queridos y cercanos.
Lo primero que debemos resolver en una familia es el egoísmo: mi tiempo, mi trabajo, mi diversión, mis gustos, mi descanso… si todos esperan comprensión y cuidados ¿quién tendrá la iniciativa de servir a los demás? Si papá llega y se acomoda como sultán, mamá se encierra en su habitación, o en definitiva ninguno de los dos está disponible, no se puede pretender que los hijos entiendan que deben ayudar, conversar y compartir tiempo con los demás.
La generosidad nos hace superar el cansancio para escuchar esos problemas de niños (o jóvenes) que para los adultos tienen poco importancia; dedicar un tiempo especial para jugar, conversar o salir de paseo con todos el fin de semana; la salida a cenar o al cine cada mes con el cónyuge… La unión familiar no se plasma en una fotografía, se va tejiendo todos los días con pequeños detalles de cariño y atención, sólo así demostramos un auténtico interés por cada una de las personas que viven con nosotros.
Otra idea fundamental es que en casa todos son importantes, no existen logros pequeños, nadie es mejor o superior. Se valora el esfuerzo y dedicación puestos en el trabajo, el estudio y la ayuda en casa, más que la perfección de los resultados obtenidos; se tiene el empeño por servir a quien haga falta, para que aprenda y mejore; participamos de las alegrías y fracasos, del mismo modo como lo haríamos con un amigo… Saberse apreciado, respetado y comprendido, favorece a la autoestima, mejora la convivencia y fomenta el espíritu de servicio.
Sería utópico pensar que la convivencia cotidiana estuviera exenta de diferencias, desacuerdos y pequeñas discusiones. La solución no está en demostrar quien manda o tiene la razón, sino en mostrar que somos comprensivos y tenemos autodominio para controlar los disgustos y el mal genio, en vez de entrar en una discusión donde por lo general nadie queda del todo convencido. Todo conflicto cuyo resultado es desfavorable para cualquiera de las partes, disminuye la comunicación y la convivencia, hasta que poco a poco la alegría se va alejando del hogar.
Es importante recalcar que los valores se viven en casa y se transmiten a los demás como una forma natural de vida, es decir, dando ejemplo. Para esto es fundamental la acción de los padres, pero los niños y jóvenes -con ese sentido común tan característico- pueden dar verdaderas lecciones de cómo vivirlos en los más mínimos detalles.
En una reunión pasó un pequeño de tres o cuatro años de edad frente a un familiar adulto, después de saludarle en dos ocasiones y no recibir respuesta, se dirigió a su madre y le preguntó: "¿Por qué tío (…) no me contestó cuándo le saludé?" La respuesta pudo ser cualquiera, así como los motivos para no recibir respuesta, pero imaginemos el desconcierto del niño al ver como las personas pueden comportarse de una manera muy distinta a como se vive en casa. Se nota que está aprendiendo a cultivar la amistad, a ser sociable y educado, seguramente después de este incidente le enseñarán a ser comprensivo…
Por otra parte, muchas son las familias que han encontrado en la religión y en las prácticas de piedad, una guía y un soporte para elevar su calidad de vida, ahí se forma la conciencia para vivir los valores humanos de cara a Dios y en servicio de los semejantes. Por tanto, en la fe se encuentra un motivo más elevado para formar, cuidar y proteger a la familia.
Aunque son los padres quienes tienen la responsabilidad en la formación y educación de los hijos, estos últimos no quedan exentos. Los jóvenes solteros, y aún los niños, compartes esa misma responsabilidad pues en este camino todos necesitamos ayuda para ser mejores personas. Actualmente triunfan aquellos que se distinguen por su capacidad de trabajo, responsabilidad, confianza, empatía, sociabilidad, comprensión, solidaridad, etc. etc., valores que se aprenden en casa y se perfeccionan a lo largo de la vida según la experiencia y la intención personal de mejorar.
Pensemos que todo a nuestro alrededor cambiaría y la relaciones serían más cordiales si los seres humanos se preocuparan por cultivar los valores en familia. Cada miembro, según su edad y circunstancias personales sería un verdadero ejemplo, un líder en el ramo, capaz de comprender y enseñar a los demás la importancia y trascendencia que tiene para sus vidas la vivencia de los valores, los buenos hábitos y las costumbres.
Para que una familia sea feliz no hace falta calcular el número de personas necesarias e indispensables para lograrlo, mientras en ella todos participen de los mismos intereses, compartan gustos y aficiones y se interesen unos por otros.
Podríamos preguntarnos ¿cómo saber si en mi familia se están cultivando los valores? Si todos dedican parte de su tiempo para estar en casa y disfrutar de la compañía de los demás, buscando conversación, convivencia y cariño, dejando las preocupaciones y el egoísmo a un lado, sin lugar a dudas la respuesta es afirmativa.
Toda familia unida es feliz sin importar la posición económica, los valores humanos no se compran, se viven y se otorgan como el regalo más preciado que podemos dar. No existe la familia perfecta, pero si aquellas que luchan y se esfuerzan por lograrlo.

Fuente: Encuentra.com

Tema: Los pequeños detalles que alimentan el amor

El amor está hecho de esas cosas pequeñas...
 
Los pequeños detalles que alimentan el amor
Los pequeños detalles que alimentan el amor
Contaban de un niño que fue de visita a casa de sus tíos, y se divertía ver a su prima –ya mayor- esperar la llegada de su novio; estaba contenta, y se preparaba: se peinaba, perfumaba y pintaba los labios, se ponía guapa y corría de un lado a otro de la casa, arreglaba todo para que su "amor" no pudiera echar en falta ningún detalle en el entorno. Entonces llegaba el novio oliendo a mucha loción y al mirarse... parecía que flotaban en el aire, parecían dos tortoritos, embobados mientras se hablan y ella le ofrece tomar algo sabroso que le preparó durante la tarde. Además, el siempre elogia todo lo que ella prepara para cenar. Luego hablan de “tonterías” horas, sin soltarse sus manos, hasta que tienen que despedirse con disgusto porque les ha sabido a poco todo este tiempo de estar juntos.

El niño al volver a casa pregunta a su madre quién es su novio, y ella dice muy sonriente que su novio es “papá”. - "No, mamá, en serio..." pero ella insiste; y el niño piensa: “¿Cómo va a ser mi papá su novio?; él nunca llega con un ramo de flores, ni chocolates; sí que le trae un regalo en su santo o cumpleaños, pero no me imagino el novio de mi prima regalándole una máquina de café o dinero para que se compre algo.

Además mamá no pone cara de Blanca Nieves cuando papá llega del trabajo, ni él sonríe como príncipe azul cuando la mira. Mamá no corre a arreglarse el peinado, ni a pintarse los labios cuando suena el timbre de la puerta y apenas se da la vuelta al verlo para decir "hola" porque está ocupada en sus cosas. El saludo de papá, en vez de "hola mi vida" es "Hola ¡que día!"; y ella en lugar de "¿qué te apetece cenar?" le dice "-¿Qué, ¿quieres cenar?". Yo espero a ver si le dice: “-Que guapa estás hoy", pero no, le pregunta "¿has visto el mando de la tele?". Los novios se dicen cosas románticas como "¡cuánto te amo!", pero en vez de esto oigo "¿fuiste al banco?" Mi prima y su novio no dejan de mirarse, pero aquí cuando pasa mamá, papá se estira para seguir mirando la tele sin perder detalle. Sí que a veces papá le da un abrazo sorpresa a mamá, pero ella se va corriendo enseguida porque tiene muchas cosas que hacer. Veo que se dan la mano cuando en Misa dicen "daos fraternalmente la paz". M. Valverde acababa estas reflexiones con el pensamiento que tenía el niño: “Pienso que dicen que son novios para que no me entere de que cortaron cuando se casaron. La verdad es que mi mamá no tiene novio y mi papá no tiene novia. Qué aburrido... ¡Sólo son esposos!”

Ser novio es tener un amor siempre nuevo, un amor nuevo cada día alimentado con detalles continuados. Hay quien dice “se me ha acabado el amor”... el amor no se acaba, es el motivo de la vida, la esencia del existir, pero hay que alimentar esa planta cada día, si no se seca.

Cultivar el amor cada día, con una fidelidad vivida en donación permanente, superar toda dificultad a veces mirando al cielo que nos da su gracia para seguir aguantando, a veces mirando a los hijos para saborear la alegría de que vale la pena continuar, de que el amor como el vino mejora con los años... Así nunca se escapará el amor ni se irá con otra amistad que a quien se dice “tú si que me entiendes...” No habrá soledad ni buscar la “solución” al “problema” porque no se le verá a él o a ella como “problema” (aunque en el momento de crisis la memoria piense “en realidad nunca le he querido, era todo falso...”); no se mirarán otras alternativas pues después de la tormenta se verá que esas otras posibilidades son ilusorias, fuente de inquietudes, frágiles en comparación con la realidad de una familia real, unos hijos y un hogar donde a pesar de todo hay amor. Habrá siempre equivocaciones, fracasos, engaños, etc. (como las causas de nulidad, en las que se declara que en realidad no existió nunca la esencia del matrimonio), pero pienso que hoy hay en el ambiente el error de que ante cualquier problema la solución es echar a perder el matrimonio, deshacerlo.

En una película, “El violinista en el tejado”, se plantea el tema: ¿el amor es algo objetivo o es sólo un sentimiento? Los protagonistas forman un matrimonio bien avenido, con seis hijas que sucesivamente van enamorándose y contrayendo matrimonio. En una de las escenas, el padre, al observar el apasionado enamoramiento de una de las hijas (y pensando que el no siente eso hacia su esposa), se dirige a su mujer Golde, algo confundido y mantienen el siguiente diálogo: “¿Me amas?” –“¿Te amo?” (contesta ella en tono de sorpresa) “-Si, ¿me amas?” –“Durante veinticinco años he lavado tu ropa, guisado tus comidas, limpiado tu casa, te he dado hijos, he ordeñado la vaca. Después de veinticinco años ¿por qué me hablas del amor? Soy tu mujer”, responde ella intrigada. “-Todo eso ya lo se, pero ¿me amas?”, insiste él. –“-Durante veinticinco años he vivido contigo, luchando contigo, pasando hambre contigo. Durante veinticinco años mi cama ha sido la tuya. Si eso no es el amor, entonces ¿qué es?” dice ella al borde del desconcierto, ya rayando la duda de no saber quién es ni dónde está. –“Entonces ¿me amas?” – “Supongo que sí”, concluye ella. Y él: “-Y yo supongo que también te amo. Esto no cambia nada, pero incluso así, después de veinticinco años, es bonito saberlo”. En otros muchas películas es ella la que suele preguntar, para escuchar lo mismo del marido y al final decir: “entonces, ¿por qué no me lo dices más a menudo... lo necesito”. El amor está hecho de esas cosas pequeñas...

Tema: Lo que la gente -incluyendo muchos católicos- no sabe del matrimonio cristiano: ¡no es un contrato!

Con motivo del consistorio de cardenales que está reflexionando sobre los problemas de la familia y el matrimonio, el dominico Giorgio Carbone ha publicado en La Bussola Quotidiana esta reflexión
 
Lo que la gente -incluyendo muchos católicos- no sabe del matrimonio cristiano: ¡no es un contrato!
Lo que la gente -incluyendo muchos católicos- no sabe del matrimonio cristiano: ¡no es un contrato!
¿Qué cree la gente que es el matrimonio?

«Es un contrato»: esta es la respuesta más frecuente cuando pregunto a grupos de personas de edad heterogénea, casadas o prometidas, qué es el matrimonio.

Después, pregunto cuál es el fin, la meta última del matrimonio. Y las respuestas más frecuentes son: «El amor, la familia, los hijos».

Raramente alguien responde: «La santidad de los cónyuges», que es la respuesta justa.

No estoy en posición de decir la importancia estadística de estas respuestas dentro de un amplio grupo de población. Pero para nuestro análisis basta saber por ahora que está muy difundido el convencimiento de que el matrimonio es un contrato que tiene como meta el amor y/o los hijos. Y de ello están convencidos casi todos, creyentes y no, esposos jóvenes y ancianos, prometidos y solteros.

Verdades olvidadas

Esta convicción demuestra por lo menos un hecho: a nivel normal se han perdido dos verdades sobre el matrimonio.

La primera verdad olvidada es que el matrimonio, más que un contrato, es un sacramento. El contrato desde el punto de vista formal es un acuerdo entre dos o más partes que tiene por objeto bienes de carácter patrimonial. Pero el matrimonio es otra cosa, es sacramento, es decir, una res sacra, una alianza entre una mujer y un hombre que tiene en Dios su origen, su consistencia y su fin.

Porque es Dios Amor quien llama a los esposos al amor recíproco: el matrimonio no es un encuentro fortuito, sino una llamada divina, una vocación cuyo actor es Dios. Jesús lo dice: “Lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (Marcos 10, 9).

En segundo lugar, Dios, al hacer experimentar su misericordia, su ternura y su paciencia al cónyuge, llama este cónyuge a comunicar al otro la misma misericordia, ternura y paciencia recibidas: esto significa ser ministros de Dios en el sacramento del matrimonio.

Los cónyuges, viviendo juntos y amándose, se intercambian lo que han recibido de Cristo y realizan así una comunión divina y no sólo humana, comunión humano-divina que es similar a la que hay entre Cristo y la Iglesia, comunidad de los creyentes como se expresa en Efesios 5, 25-32: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella (…) Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia”.

En tercer lugar, Dios es el fin, es decir, el fin del matrimonio, porque el día de la boda el cónyuge acoge la persona del otro cónyuge con vistas a Cristo, es decir, para llevarlo a Cristo, para caminar juntos hacia el Señor: es una vocación común a la santidad.

Y es esta la segunda verdad olvidada del matrimonio: la santidad, es decir, el deseo de conversión a Cristo y de conformarse a Él en todo, en la mentalidad y en los gestos concretos.

¿Mirada horizontal o degradante?

Que el matrimonio se reduzca a un contrato o a un convencionalismo social y que se haya perdido su destino a la santidad son el resultado de una mirada, no horizontal, sino degradante de la existencia humana.

Hemos expulsado a Dios de nuestras consideraciones, ya no nos esforzamos en conformar nuestra mentalidad a la de Cristo, por Él mismo manifestada en los Evangelios, por lo que la consecuencia es la pérdida del sentido de la existencia, del significado de la relación matrimonial que funda la existencia humana.

Sin embargo, vivir la fe teologal significa propiamente pensar según los pensamientos de Dios, es decir, sintonizar nuestra inteligencia, nuestra mentalidad, nuestros convencimientos con el pensamiento de Jesucristo.

Además, la difusión acrítica de la opinión según la cual el matrimonio es un contrato, por lo que la santidad ya no se considera su meta, debería hacernos considerar que a menudo los matrimonios que vemos celebrados en la iglesia en realidad no son sacramentos; es decir, son matrimonios nulos.

Los esposos, aunque dicen sí con los labios, en realidad no creen en el matrimonio como cree Jesús y su Iglesia.

Los esposos tienen una concepción mundana del matrimonio, es un contrato, y como sucede con todos los contratos que están sometidos a la total disponibilidad de las partes, éstas pueden rescindir del mismo cuando quieran.

En cambio, al ser un sacramento, es una realidad que es de Cristo, tiene un origen, una consistencia y un fin divinos.

Cuando dicen sí no dicen sí

Aunque dicen sí con los labios, consideran que el matrimonio dura mientras haya sentimiento de amor.

En cambio, el matrimonio se funda sobre el amor recibido de Dios y, por tanto, es para siempre, como también es para siempre el amor que Dios tiene por nosotros.

Aunque dicen sí con los labios, los esposos no se acogen totalmente como personas porque excluyen positivamente la posibilidad de tener hijos recurriendo de manera habitual a la anticoncepción.

Efectivamente, el cónyuge que usa métodos anticonceptivos, precisamente con el gesto sexual que debería significar la donación total de sí al otro, en realidad no se dona totalmente porque reserva para sí la capacidad de convertirse en padre o madre: por tanto, dice una gran mentira al amor total.

Lo pastoral en relaciones fracasadas

Las recientes discusiones sobre la actitud pastoral hacia las personas que vive en el fracaso de un matrimonio, y que tal vez han pasado a una convivencia o a un matrimonio civil, no pueden prescindir de estas dos verdades antes recordadas porque son verdades evangélicas.

La Iglesia, como comunidad de creyentes, tiene la vocación de ser esposa de Cristo, evidentemente fiel y no incrédula.

Por tanto, está llamada a anunciar siempre la verdad del matrimonio indisoluble porque esta es la enseñanza de Cristo su esposo: basta leer Marcos 10,5-9; Mateo 19,4-9; Lucas 16,18.

Todos nosotros creyentes, si queremos vivir la virtud teologal de la fe, advertimos la exigencia de obedecer y de uniformar nuestra mentalidad a la enseñanza de Cristo Señor. Al mismo tiempo, no podemos amar renunciando a la verdad y no podemos conocer la verdad sin amar: el conocimiento de la verdad y del amor del bien son movimientos estructurales e identificativos del ser humano.

En razón de la verdad y del amor no podemos generar ilusiones en nadie y, por tanto, ni siquiera podemos hacer pensar que la praxis de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio esté cerca de cambiarse, o bien que después del Sínodo de los obispos de octubre de 2014 las personas divorciadas y casadas por lo civil serán absueltas y admitidas en la comunión eucarística.

Si las personas divorciadas y vueltas a casar por lo civil fueran admitidas a la comunión eucarística, la comunidad de los creyentes renunciaría a ser fiel a Cristo que enseña la indisolubilidad del matrimonio.

Ideas prácticas para mejorar
Como conclusión resumo unos criterios prácticos:


1) preparar a los novios al matrimonio de manera más seria y completa, haciendo conocer que el matrimonio es una cosa de Cristo y no de los esposos, y que es una vocación divina a la santidad;

2) considerar que todos los sacramentos son un don que la Iglesia recibe de Cristo, y no son un derecho que hay que reivindicar. Esto vale también para la comunión eucarística;

3) agilizar los procesos canónicos concernientes a la verificación de la nulidad del sacramento del matrimonio;

4) demoler la difundida opinión según la cual los divorciados vueltos a casar están excomulgados. Más bien, lo que se hace es acoger a estos creyentes y hacerles saber que aunque vivan en una condición objetivamente desordenada como es la convivencia con una persona que no es el propio cónyuge, pueden y, es más, deben vivir la fe, la esperanza, la caridad, participar en la Misa, rezar juntos e individualmente, vivir la penitencia y el deseo de conversión y que el dolor y la amargura de no poder recibir la eucaristía tienen un valor salvífico que puede llevar a la sincera conversión de su corazón a Cristo Señor.

(Traducción de Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)

“No hay suegra perfecta”, las frases del Papa por San Valentín.


Ante 25 mil parejas, también dijo que “vivir juntos es un arte” que se sustenta en tres palabras: “permiso, gracias y perdón”

El Papa Francisco pidió hoy, Día de San Valentín, a las jóvenes parejas de novios que su boda sea "sobria" y "una verdadera fiesta cristiana y no mundana", porque "algunos están más preocupados del exterior, de las fotografías, de los trajes y vestidos y de las flores".

Esta fue la respuesta del Papa argentino a una pareja que le planteó las dificultades económicas que atraviesa y que les obliga a celebrar una boda más que modesta.

Un distendido y sonriente pontífice se reunió en la Plaza de San Pedro con más de 20.000 parejas de 28 países de todo el mundo, con motivo del día de san Valentín, en una celebración histórica, denominada "La Alegría del SÍ para siempre", la primera de este género que se lleva a cabo en el Vaticano.

Previamente a la aparición del Papa, la Plaza de San Pedro se convirtió en gigante escenario de actuaciones de cantantes, que entonaron románticas melodías, como "Love is all around", banda sonora de numerosas comedias románticas y "A te" de Lorenzo Giovanotti.

Además, varias parejas de enamorados, micrófono en mano, explicaron sin rodeo a la muchedumbre, que asistió al acto en un día que amaneció claro y soleado en contraste con las últimas lluvias, en qué circunstancias se conocieron y cómo nació su amor hasta llegar al compromiso de matrimonio.

En medio de un ambiente festivo cargado de Cupidos imaginarios entre miles de parejas sonrientes y enamoradas, el papa llegó a bordo de su papa móvil y ya en el estrado escuchó tres preguntas que le formularon tres parejas, y antes de responder, confesó sonriendo que las había recibido antes y, por tanto, se sabía la contestación.

A una pareja de Gibraltar que habló en llanito, el Papa le respondió que "el amor que funda una familia" tiene que ser "un amor para siempre" y capaz de vencer a la "cultura de lo provisional", dijo.

Para el Papa, "el amor verdadero no se impone con dureza y agresividad", sino que surge y se conserva a través de valores como "la cortesía".

Francisco comentó a los enamorados que "vivir juntos es un arte, un camino paciente, bonito y fascinante" que se sustenta en tres palabras, que en otras ocasiones ya ha mencionado ante las familias cristianas: "permiso, gracias y perdón".

Y habló sobre el "perdón". "Generalmente cada uno de nosotros está preparado para acusar al otro y justificarse a sí mismo. Es un instinto que está en el origen de muchos desastres".

Reconoció que no existe la familia perfecta, como tampoco existe el marido perfecto ni la mujer perfecta. "Ni hablemos de la suegra perfecta", añadió ante la carcajada general.

Francisco continuó en tono jovial con una mención a las parejas de abuelitos que llegan a las audiencias, a las que, según comentó, en ocasiones pregunta cómo llevan la vida como casados. "¿Aquí quién soporta a quién?, les digo. 'El uno al otro', me responden. ¡Eso es lo bonito!", dijo cada vez más animado.

Además, el pontífice argentino pidió que el matrimonio de los futuros novios sea "sobrio y resalte aquello que es verdaderamente importante", por mucho que para la mayoría el "vino" sea "lo más importante" de una fiesta, "como sucedió en las bodas de Canaa".

"Algunos están más preocupados del exterior, de las fotografías, de los trajes y vestidos y de las flores. Son cosas importantes en una fiesta, pero solo si son capaces de indicar el verdadero motivo de vuestra alegría: la bendición del Señor sobre vuestro amor", concluyó.

Recomendó a todos los enamorados que se den las gracias el uno al otro. "Es necesario saber decir gracias para continuar adelante juntos", sostuvo.

Y finalizó sus recomendaciones para el amor con su remedio para conservar el amor y el matrimonio: "Pelear entre marido y mujer es habitual, pero por favor, recordad esto: Nunca terminéis el día sin hacer la paz".

Tema: Vivir la Pureza del Corazón

Vivir la pureza de corazón.

El mundo gira en un ritmo frenético y a veces parece que hasta perdemos el aliento en el  tener que dar cuenta de todas las demandas de nuestra existencia. Hay tantas cosas por hacer que corremos el riesgo de perdernos de nosotros mismos y olvidar el gran deseo de felicidad sincera que tenemos dentro del ¡corazón!
Vivir se vuelve la tarea más linda y desafiante de todas, vivir de verdad y no fingir que se vive. Tener una vida sincera, con pureza de corazón y esfuerzo de vida... ¡Eso sí nos vuelve felices de verdad!
Pero parece que hablar de pureza de corazón se vuelve algo medio “retro” medio “edad media”. ¿Será que lo es?
¡Creo que no! Pureza quiere decir la calidad de aquello que es, de aquello que no ha sido alterado, mezclado, se dice respeto a la esencia y a accidentes. Ser puro de corazón es ser aquello que si es sin las alteraciones que depura nuestra esencia.
Pero en un mundo que nos exige tanto y hasta parece que nos perdemos de nosotros mismos, ¿será posible ser puros de corazón?
¡Totalmente posible! Comparo la búsqueda por la pureza de corazón al proceso de reeducación alimentar. Precisamos sacar de nuestro día a día alimentar todo aquello que nos perjudica. No da para abrir concesiones. ¡Necesitamos sacar mismo! El no que tiene fuerza de un sí. No a eso que me hace mal y sí a aquello que me hace bien, y me vuelve un bien
Ya pensaste si una persona que está viviendo un proceso de reeducación se alimenta y que al ver un postren un pedazo de torta de chocolate con cobertura de chocolate y relleno de dulce de coco ella no consigue decir no y ¿parte para el ataque? Si no consigue decir no a la torta ¿cómo podrá decir no para un e-mail pediendo para mirar pornografía en Internet, o un no para una invitación para aspirar cocaína, o un no a un noviazgo fuera de la castidad? El ayuno es una forma maravillosa de crecer en el dominio de nuestras pasiones. Si eso aún no es parte de la vida de una persona, ella debe comenzar con un simple sacrificio que sea relativamente fácil de poner en práctica.
Cuando los deseos surgen como un volcán en erupción necesitamos encararlos de frente en vez de reprimirlos, no da para decir: “sólo un poquito no hace mal”. ¡Ni pensarlo! ¡Aquel poquito irá arrastrarnos al fondo del pozo! Pureza de corazón es asumirse en tus manos aquel deseo y en este momento ofrecérselo a Dios, a Jesús en la Cruz, pues Él llevó sobre si nuestras transgresiones. Al hacer eso, "el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos" (Catecismo de la Iglesia Católica, 2764).
La Jornada Mundial de la Juventud nos ofrece varias oportunidades de vivir esta experiencia. Un encuentro con Jesús, con otro y consigo mismo. Tendremos esparcidos por la ciudad carioca innúmeros shows y espectáculos, literalmente un “Festival de la Juventud”. En todos estos lugares tendrás la oportunidad de vivir esta ¡pureza de corazón! Saber aprovechar lo mejor de tu juventud sin perderte ¡de ti mismo! ¡Créelo! Tu “sí” y tu “no” determinará ¡un corazón puro! ¡Sé tú mismo y deja a Dios ser todo en ti!
“Sin duda, la vida sólo puede valer si tienes el coraje de la aventura, la confianza de que el Señor nunca nos dejará solos.” (Benedicto XVI, discurso 21 de marzo 2009)

Tema: La terapéutica de la fe



El deseo de la Verdad sólo se aquieta cuando se alcanza el Absoluto, cuando se es capaz de encontrar en la vida aquellas cosas que participan de la Verdad Absoluta.

Autor: Zelmira Seligman | Fuente: X Jornadas de Psicología cristiana/ Universidad Católica de Argentina

El deseo de conocer la verdad

Cuando las personas vienen al consultorio, generalmente verbalizan sus expectativas de la siguiente manera: "quiero saber qué me pasa", "quiero saber porqué las cosas son así", "quiero saber cómo solucionar este problema", "quiero saber cómo salir de esto! etc. El denominador común es QUIERO SABER. Todo hombre quiere saber, y parecería que el "saber" puede calmar su dolor, puede remediar sus angustias, puede curar sus males, en fin... solucionar sus problemas. Y no quieren que se les mienta, pues dice San Agustín que ha conocido mucha gente mentirosa pero nunca conoció a nadie que le gustara que lo engañaran (1).

"Todos los hombres desean saber" decía Aristóteles (2) y la verdad es el objeto de ese deseo (3). Todo hombre desea SABER y quiere saber la VERDAD. Como recuerda el Beato Juan Pablo II en Fides et ratio: "el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre"(4) pues se puede definir al hombre como "aquél que busca la verdad"(5) . El hombre sufre porque tiene un deseo profundo de conocer la verdad de sí mismo, de la situación que vive, de su existencia, de su pasado, de su futuro y de su fin. Este deseo está ligado al deseo de felicidad común a todos los hombres. La ignorancia lo enferma. Se puede afirmar que la ignorancia es la verdadera y más radical enfermedad del alma y la causa de todo dolor (6). Dice San Pablo "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1Tim 2,4). Entendiendo que salud y salvación son la misma palabra; los hombres se curan por el conocimiento de la verdad.

Muchas de las cosas que trataré ya han sido sabiamente estudiadas por pensadores de todos los tiempos: Aristóteles, los Padres de la Iglesia (7), la Escolástica y santo Tomás de Aquino, y esto mucho antes de la aparición de la Psicología como ciencia autónoma. No son cosas nuevas, pertenecen a la problemática del hombre de siempre. Incluso hay bibliografía contemporánea que toma esta sabiduría perenne y desarrolla toda la psicología en el sentido moderno de la palabra, que es con una significación más práctica.

Pero si todo hombre desea saber la verdad, nuestro tiempo tiene algo de especial, vivimos una época en que -no sólo nos mienten continuamente- sino que además nos ocultan la verdad diluyéndola o "enjuagándola" con superficialidades, relativismos y ambigüedades.

Casi nadie se atreve a decir la verdad de frente y con claridad; el miedo a quedar mal delante de los demás, el miedo a perder la imagen y el aprecio de los otros, lleva a muchos a "esconder" la verdad. El deseo profundo y natural del hombre a conocer la verdad se ve frustrado, porque ya las filosofías modernas -que son la base de nuestra cultura- han impuesto (sobre todo en la educación y hasta en las instituciones católicas) una desconfianza en la capacidad de conocer la verdad. Esto está ya denunciado hace unos años por Juan Pablo II en la famosa encíclica arriba citada. La verdad compromete toda la vida del hombre, su existencia íntegra. Y este deseo no puede ser vano, por eso la persona se siente fracasada y vacía cuando le ocultan y niegan la verdad, o está desorientada en su búsqueda, porque ya desde niños no se educa en esa búsqueda de la verdad, y por lo tanto -en la mayoría de los casos- no logra encontrarla. Muchas veces los pacientes dicen: "si me hubieran explicado esto antes, no hubiera sufrido tanto".

Pero también debemos preguntarnos ¿qué verdad puede satisfacer este deseo tan profundo? ¿qué verdades se buscan para sanar nuestras heridas? ¿las verdades ligth que nos presenta el mundo moderno, siempre con sombras de falsedad o al menos de medias-verdades que esconden la verdad más absoluta? Todos los demás deseos del hombre se pueden calmar con poco o con sucedáneos, pero el deseo de la Verdad sólo se aquieta cuando se alcanza el Absoluto, cuando se es capaz de encontrar en la vida aquellas cosas que participan de la Verdad Absoluta y que nos iluminan el camino hacia Dios. La fe cristiana sale al encuentro de este dinamismo del hombre que tiene "nostalgia de Dios", "deseo de Dios"(8) , y que las cosas inferiores no lo satisfacen, porque no son proporcionadas a su capacidad. La sed de verdad compromete toda la existencia; y la fe le dará la posibilidad concreta de encontrar lo que busca. El objeto de la fe es la Verdad primera, y la verdad es el bien del entendimiento que todos buscan. La fe implica mantener el deseo y la voluntad en relación al conocimiento, porque la fe es un conocimiento donde interviene la voluntad, "la fe obra por el amor"(9) , como veremos más adelante.

El mundo moderno nos sumerge en una degradación monstruosa: nos compara con los animales y hasta nos desvaloriza frente a ellos -protege la vida de las ballenas, los osos panda y no la de los bebés no nacidos-, proclama la muerte para el desvalido, se enorgullece de las conductas anti-naturales y perversas, pero lo peor de todo es que niega al hombre su capacidad de conocer la verdad y de obrar el bien, y hasta llega a rechazar su capax Dei y su capax gratiae (de conocer a Dios y de la gracia)(10). De esta manera denigra al hombre rebajándolo a la categoría de animal o todavía inferior al animal, lo convierte en un monstruo (como los dibujos animados o los juguetes de los chicos que ya desde niños los impulsa a identificarse con seres monstruosos e interactuar con ellos y como ellos). Y esto lo captamos inconscientemente, aunque no nos lo digan de forma explícita: tantos problemas de baja autoestima, de depresión, de desvalorización profunda, de auto-punición, de maltrato o abuso, que pueden darse en el ámbito afectivo llegando incluso a niveles patológicos, pero tienen su causa y su fundamento en esta falta de verdad respecto del valor del ser humano, de su dignidad y de su destino. No se pueden tratar estos problemas sólo a nivel sensible y afectivo, porque el hombre es un ser racional, necesita entender y entenderse, lo más importante de su vida pasa por saber la verdad de su existencia.

El llamado angustioso de la persona que llega al consultorio, si bien remite a la necesidad de entender una situación concreta por la que atraviesa en ese momento, no está desligada de la totalidad de su existencia. ¿Quiénes somos en verdad? ¿Cuánto valemos? ¡Cuántas personas podrían curarse (y he conocido casos en que realmente se curan) si meditaran constantemente las palabras del salmo 8, 6 "Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad"! o fuimos comprados con la Sangre de Cristo (1 Cor 7,23) ¡¡valemos la Sangre de Cristo!! Qué diferente es saber esta verdad y vivir de acuerdo a ella, a creerse un monstruo que interactúa violentamente con otros monstruos (como en los videojuegos).

Distorsión del deseo

El hombre no puede dejar de desear la verdad; si está alejado de Dios hay una perversión del deseo: ese apetito por un bien ausente (que es el deseo) se pone en otros objetos inferiores a los cuales dirige su tendencia. Al callar este deseo de la Verdad y de Dios, se orienta a su propio yo, a los seres sensibles y busca gozar de ellos como si fueran Dios. Así nace la idolatría, la absolutización de otros bienes (inferiores) que pone en el lugar de Dios. Y esto lo sumerge en una insaciabilidad e insatisfacción "ontológica" perpetua, un vacío que lo hace sufrir en lo más profundo de su ser. Este deseo desviado de su verdadero objeto lo vuelve insensato, irracional, loco.

El hombre que pone sus deseos en cosas inferiores, en las cosas "indeseables" por así decir -porque no son proporcionadas a su deseo elevado de verdad y de Verdad absoluta- se va construyendo una vida con ídolos, con falsos dioses que imagina que le darán felicidad (el dinero, el placer, la fama, la imagen, las relaciones sociales, etc, etc.) y todo eso lo sumerge en esta gran frustración y en la locura de no entender nada de su vida.

Movido por el deseo pervertido, todo su mundo se distorsiona, no sólo en la relación a las cosas, sino también en relación a toda su conducta, su trabajo, su medio ambiente, a las personas, a sus prójimos. Su vida está dispersa y dividida, su alma desparramada y disgregada (como muy bien analizaba Santa Teresa en su famosa obra Las Moradas).

Justamente aquí podemos considerar un problema muy actual: la cantidad de gente que llega a estados de stress y agotamiento nervioso por gastar todas sus energías psíquicas en múltiples ocupaciones que la someten a una continua ansiedad e inestabilidad. Es una especie de zapping de la propia vida, donde todas las actividades están al mismo nivel. Pero en la vida personal -y en el universo creado- no todo tiene el mismo valor, no todo está a la misma altura.

Por lo tanto debemos preguntarnos: ¿realmente vale la pena "gastar" la vida de esa manera? Porque la vida terrena tiene un tiempo que se pasa muy rápido, y por eso siempre debemos recordar lo que Jesús le dice a Marta: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc. 10,41). Creer nos encamina a la salud mental, nos abre a una dimensión de verdad y bien sobre las situaciones concretas, porque nos ayuda a jerarquizar nuestra personalidad, nuestra vida y el obrar.

Justamente lo más grave de este estado delirante -donde la persona vive engañada, volcada a deseos inferiores e indignos de su alta vocación- es que se ahoga en la más espantosa confusión respecto del bien y del mal. Así llegará a preguntarse ¿y qué es la verdad? ¿dónde está el bien? ¿cómo debo actuar en esta situación o en tal otra? El deseo natural de verdad y bien se ha diluido en múltiples objetos que le dan satisfacciones pasajeras e inmediatas pero que, en el fondo, no pueden saciarlo, y entonces ya no sabe discernir entre el bien y el mal cuando tiene que obrar. Lo sumerge en la inseguridad cuando tiene que actuar. Porque uno obra como piensa y si no entiende nada de la vida, obrará mal seguramente.

El mal frecuentemente es tomado por un bien y el bien por un mal, y esto es objeto de un nuevo deseo al revés, invertido. Porque los efectos de la inversión del deseo (del deseo de saber la verdad, de entender su vida) se hacen sentir en primer lugar en la inteligencia, que pierde su capacidad de conocimiento de la realidad y de discernimiento al obrar. Perder esta capacidad significa también perder la "razonabilidad" en el manejo de los afectos y las pasiones, o sea perder la virtud, perder la salud mental. Aquí podríamos poner miles de ejemplos pero les doy sólo uno, uno de tantos que vemos a diario: una persona que llora la pérdida de un ser querido o de cosas queridas, o se lamenta por lo que no tiene o nunca tuvo; puede lamentarse un determinado tiempo, pero ¿puede suspender toda su vida quejándose siempre de su infortunio? Tiene que llegar un momento en que su inteligencia entienda que somos seres finitos, caducos, que vivimos situaciones contingentes, que ésta es la realidad de nuestra naturaleza creatural, y los afectos deben someterse a esta verdad. Es más, la fe nos abre a la esperanza del Dios que llena todo vacío. El fin de la vida es la felicidad en la vida eterna y a eso tenemos que dirigirnos. Y entender las cosas así, cambia toda mi realidad, porque ordena los afectos y hace la vida más "razonable" y entregada a lo que realmente vale la pena. Las cosas terrenales pasan, pero el deseo de felicidad trasciende todo lo mundano.
La inteligencia se pone en búsqueda de aquello que ama y cuanto más ama, más desea conocer. La fe es un conocimiento verdadero y cierto sobre la realidad, aunque de las cosas que no vemos. Es un conocimiento que ilumina la inteligencia y la perfecciona para que pueda conocer esa realidad, pero también interviene la voluntad. Nos da la seguridad de su certeza, pero debemos consentir con la voluntad. Decía San Agustín que la fe es "pensar con asentimiento". Creer es un acto del entendimiento movido por la voluntad a asentir. El acto de fe está en relación tanto con el objeto de la voluntad -el bien y el fin- como con el objeto del entendimiento que es la verdad. La fe es una virtud que nos compromete integralmente: por eso es tan diferente una persona que tiene fe de una que no la tiene.

Es correcto afirmar -dice Santo Tomás- que el acto de fe consiste en la voluntad del creyente, en cuanto que por imperio de la voluntad asiente el entendimiento a lo que ha de creer. Por eso "no sólo es preciso que la voluntad esté dispuesta a obedecer, sino que es también necesario que el entendimiento esté dispuesto a secundar el mandato de la voluntad.(11)"

El Concilio Vaticano II enseña que «cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse con la fe». Esta afirmación breve pero profunda, indica una verdad fundamental del cristianismo: que la fe es la respuesta de obediencia a Dios (12) .

La soberbia y la función de la humildad

Por eso también es muy importante la virtud de la humildad, porque el soberbio no está dispuesto a obedecer, a creerle a Dios. Hay gente que conoce las verdades que Dios nos revela pero no está dispuesta a someterse en la aceptación de esas verdades. No quiere "asentir", porque el orgulloso no acepta nada que sobrepase su razón, nada que vaya más allá de lo que puede "entender", y Dios nos propone cosas que superan nuestra razón y responden a la elevadísima vocación a la que nos ha llamado. El soberbio quiere entender todo y lo que no entiende, para él no existe. Porque el orgullo hace que uno prescinda de Dios, que uno piense que lo puede todo solo, y así se siente el centro del universo. El orgulloso cree que la realidad se acaba en lo que entiende y no quiere que le hablen de verdades que pueden superarlo. Es más, cuando se es soberbio, la inteligencia se cierra, se limita, y cada vez puede entender menos, o sea que su mundo se estrecha considerablemente.

Doy un ejemplo histórico, el del filósofo David Hume (en quien se inspira Freud, porque lo admiraba), quien al final de su obra Diálogos sobre la religión natural, después de criticar duramente los principios de la fe católica como absurdos e irracionales, "de hombres enfermos"(13) , que son "fantasías de monos con aspecto humano más que afirmaciones serias", termina el libro afirmando que prefiere refugiarse "en las apacibles aunque oscuras regiones de la filosofía" o sea de lo que sólo puede entender por la razón natural (14) .

Voluntariamente prefiere encerrarse en la oscuridad de su entendimiento antes que creer lo que Dios nos dice. La historia relata, tristemente, cómo -en los últimos momentos de su vida- se sumergió en una desesperación aterradora. Este filósofo que tuvo una gran influencia en la modernidad y especialmente en la psicología a través de Kant, expresa su voluntad de limitarse a lo que su razón natural puede llegar a conocer, aunque reconociéndole toda su oscuridad.

El orgulloso prefiere ignorar o desconocer a Dios, creyendo sólo en lo que puede llegar por sus propias fuerzas; hace de sí mismo un absoluto y se niega a someterse a algo o a Alguien. El orgullo es la raíz de la locura, la causa de las enfermedades psíquicas más graves, porque hay una percepción delirante de la realidad, porque el soberbio cree que la realidad termina en lo que su pobre y oscura razón puede ver (15). No acepta que puede equivocarse y por eso este pensamiento terminará en el idealismo más absoluto donde Hegel llega a afirmar que "todo lo real es racional y todo lo racional es real": la única realidad es lo que puede entender, está encerrado en su propia razón, que sin la fe es oscura y limitada. Y todavía peor, es prisionero de su loca imaginación, que no llega a discernir entre la realidad y lo producido por su mente. No podemos ignorar que esto está presente en el psicoanálisis y sobre todo en la psicoterapia psicoanalítica.

El problema es que la persona ni siquiera puede entender lo más obvio como es su propia vida porque no se abre a lo más real que es el ser, y el ser de Dios. Por eso la fe es el verdadero camino de apertura a la realidad, aun cuando haya realidades que no podamos llegar a entender, pero que tenemos que tener la suficiente humildad para aceptarlas porque creemos en Dios que nos las ha revelado y no puede engañarse ni engañarnos. La fe no sólo es un remedio a la cerrazón y ceguera del hombre soberbio, sino que es el comienzo de una vida nueva, de conductas nuevas, porque el hombre se reconoce creatura pobre e indigente y busca a Dios que lo hará realmente feliz. Una visión realista de las cosas y de las situaciones (como la que nos da la fe), hace que las podamos vivir bien porque los afectos son ordenados según esa realidad que es conocida tal cual es. El que tiene fe tiene un conocimiento superior al de todos los hombres mundanos, va más allá del conocimiento natural.

Muchos autores afirman que el orgullo es la enfermedad más difícil de sanar, y que se necesita de la humildad para curar las enfermedades mentales (Cfr. Adler, Allers, Larchet, etc). La humildad que es contraria al orgullo, supone reconocer nuestros límites, nuestra debilidad, nuestra ignorancia, nuestra impotencia. El humilde desconfía de su propio juicio y de su voluntad desordenada, y por eso se hace obediente a la Voluntad de Dios. Reconoce un Ser superior, Creador, y su propia creaturalidad, sometiéndose a las verdades que Él nos enseña. Vemos que hay gente que se enoja, que se irrita y reacciona mal ante los principios de la fe o las personas que testimonian la fe (por eso hoy en día hay tantos mártires). Pero ser humilde significa encontrar la paz despojándose del amor propio y del propio juicio, y abrirse al Buen Dios que quiere darnos los conocimientos divinos para que alcancemos la felicidad. El humilde reconoce la gracia de Dios, porque se da cuenta que sin la ayuda de Dios nada puede tener ni nada puede hacer. Es necesario ser humilde para disponer la voluntad al conocimiento y aceptación de la Verdad.

La humildad está asociada a la oración donde el hombre reconoce su nada ante Dios: de petición, de agradecimiento, de alabanza, de contrición. Y hay estudios psicológicos experimentales, con estadísticas que los apoyan y confirman, donde se observó que las personas que rezan se curan más fácilmente (16). La humildad es una de las principales fuentes de terapia psíquica porque se opone al orgullo que es el principio de la naturaleza caída que ha desordenado el alma y por lo cual se sufren todas las enfermedades. El orgullo es la raíz de todos los males del mundo y por eso Cristo nos muestra el remedio cuando nos dice "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29).

Sobre la humildad se construye todo el edificio psíquico porque el alma se abre a la realidad, a la verdad y a las certezas de las cosas que aún no ve. Es necesaria la humildad para abrirse a la fe, y ésta expande nuestro mundo y nos despliega no sólo en el conocimiento de las verdades accesibles a la razón sino también a aquellas que se nos proponen para ser creídas y que aún son oscuras en esta vida. Porque como dice San Pablo "Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman" (1 Cor 2,9)

Como lo reconocen todos los buenos psicólogos (de alguna manera Adler, Allers, Larchet y otros contemporáneos), la humildad es la fuente de toda salud y principio de curación mental. El fundamento de todas las virtudes es la humildad.

La fe como terapia

Una vez que el hombre con humildad busca la verdad y se abre a la fe, debemos ver cómo esta fe puede curarlo de sus desórdenes psíquicos. Decíamos que ya la misma virtud de la humildad es sanadora porque repara el mayor mal, lo que más desordena psíquicamente, que es el orgullo.

Larchet afirma que "es en el acto mismo de la fe que se da la curación de las facultades que el pecado había enfermado pervirtiendo su uso."(17) Las facultades del alma están desordenadas por el pecado porque el hombre se desordenó de su fin último que es Dios.

En la medida en que la fe orienta al hombre a Dios (igual que las otras virtudes teologales), lo pone nuevamente en dirección a su verdadero fin, preservándolo y liberándolo de las ataduras patológicas a sí mismo. Dirigiendo la voluntad a Dios, da rectitud y firmeza al deseo.

La fe es un conocimiento, que por principio ya tiene una función terapéutica sobre la ignorancia que -como antes dijimos- es la causa de las enfermedades mentales. La fe repara la ignorancia, en que nos sumerge el pecado, nos libera de todo conocimiento erróneo respecto de Dios y de las cosas creadas: del valor que deben tener en mi vida, de los afectos y deseos que me despiertan.

Por la fe las facultades tanto intelectuales como apetitivas son purificadas, y entonces el hombre puede conocer la realidad. En este nuevo conocimiento de Dios -que es el de la fe- el hombre recupera el verdadero conocimiento de sí mismo y de su naturaleza. Se reconoce y valora cono imagen de Dios, y encuentra su dignidad de hijo de Dios, esa dignidad que había perdido con sus errores y pecados. Por la fe se libera de su vida artificiosa y neurótica (18), porque los fines ficticios a los que estaba sometido y que perseguía con insistencia y muchas veces inconscientemente (el dinero, los placeres, la imagen, el status, etc), lo sumergían en la angustia, en el stress, y muchas veces hasta en la desesperación.

La fe da seguridades y reafirma nuestra identidad. Por eso al Credo se lo llama Símbolo, porque aquello que profesamos creer, eso somos, y por eso debemos ser reconocidos.(19) El hombre moderno, tan despersonalizado y masificado, y que muchas veces se siente perdido sin saber realmente quien es y cómo es, encuentra su verdadero y profundo ser, cuando se entiende desde lo que cree. También este creer nos hermana, y acrecienta un sentimiento de semejanza (y simpatía) con los que creen lo mismo.

Con la fe es empezar a encontrar una vida determinada al bien y firme en el obrar. Porque en el acto de fe la voluntad elige y quiere creerle a Dios, no cree en una verdad más, sino en la "Verdad Primera" -como afirma Santo Tomás- y esa verdad primera es al mismo tiempo fin último de la existencia del ser humano. No hay que ver el acto de fe como algo sólo intelectual, una enunciación de verdades frías que no conmueven nuestro corazón, sino como un acto en que el hombre quiere someterse a Dios y así queda "inclinado" hacia el verdadero fin del hombre. El acto de fe es credere in Deum (20), o sea "hacia" Dios. La voluntad inclina, dirige y arrastra toda la personalidad hacia lo que quiere, hacia el ser querido. La dinámica de la voluntad no sólo precede el acto de fe dándole su asentimiento a la Verdad Primera, sino que inclina y hace que toda la personalidad tienda al fin último unificando las potencias. Psiquiatras como Adler, Allers y otros han estudiado y confirmado que las patologías mentales, especialmente las neurosis, se caracterizan por la división causada por fines ficticios que alejan a la persona del verdadero fin del hombre distorsionando así todas sus conductas. Si la fe no nos "afecta" de alguna manera, no nos "mueve" a tener buenos afectos y obrar bien, es porque quizás no tenemos una fe fuerte o quizás no esté viva (o sea informada por la caridad).

Por eso me parece interesante el estudio que hace Larchet sobre lo que los Padres de la Iglesia llamaban dipsiquia, que es una enfermedad del hombre creyente, del que tiene una "fe enferma".

Se caracteriza por una división en la personalidad -hoy en día diríamos una esquizofrenia (etimológicamente: alma dividida)- que afecta a aquellos que tienen una fe débil, y que su corazón está dividido entre el Dios y el mundo. Esta "enfermedad" hace que el hombre obre mal, sea insensato, depresivo, triste, asténico, negligente.(21)

La fe nos enseña los afectos que debemos tener, la forma en que debemos actuar, nos muestra el camino de las conductas que nos hacen bien, que nos perfeccionan, que nos hacen buenas personas. La inmutabilidad de las verdades divinas frente a lo pasajero del mundo, nos hace descansar en la estabilidad y firmeza que es condición de salud mental. Sometido al error el hombre no puede más que estar sometido a la enfermedad. Aquel que vive una fe sólida pone fin a las dudas, las inseguridades, las indecisiones y miedos patológicos que lo alejan de la realidad.

Según los Padres de la Iglesia la fe es "un apoyo sólido y un puerto seguro"(22) . Justamente la palabra "enfermedad" alude a una falta de firmeza que la fe puede remediar. La fe es condición de salud ya que perfecciona al hombre dirigiendo toda su vida al fin natural y sobrenatural. Pero es necesario crecer en la fe y fortalecerla con actos en que se testimonie esa fe.

En síntesis, la fe es terapéutica porque 1º) sacia el principal deseo del hombre que es el de la Verdad,
2º) perfecciona el entendimiento con esa verdad que no sólo es cierta y segura, sino que lo libera del error en que puede caer por las limitaciones de la inteligencia,
3º) porque perfecciona la voluntad rectificando los deseos desordenados y desarrollando la virtud de la humildad que es la base de la salud mental,
4º) porque hace que uno capte y viva mejor la realidad, no sólo en la actualidad sino principalmente en relación al fin del hombre y su felicidad
5º) reafirma su identidad, aquello por lo cual uno se reconoce a sí mismo, es reconocido y reconoce a los demás.

....el hombre busca un absoluto que sea capaz de dar respuesta y sentido a toda su búsqueda. Algo que sea último y fundamento de todo lo demás. En otras palabras, busca una explicación definitiva, un valor supremo, más allá del cual no haya ni pueda haber interrogantes o instancias posteriores. Las hipótesis pueden ser fascinantes, pero no satisfacen. Para todos llega el momento en el que, se quiera o no, es necesario enraizar la propia existencia en una verdad reconocida como definitiva, que dé una certeza no sometida ya a la duda. Fide et ratio 27



Notas 1. SAN AGUSTÍN, Confesiones, X, 23, 33
2. ARISTÓTELES, Metafísica I,1
3. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Fides et ratio, 25
4. Ibídem, 3
5. Ibídem, 28
6. Como muy bien lo demuestra J-C Larchet en sus tratados sobre las enfermedades mentales.
7. Pueden verse los libros de JEAN-CLAUDE LARCHET, quien estudia la psicología con sólidos fundamentos en la doctrina de los Padres de la Iglesia. Cfr. Thérapeutique des maladies mentales, Cerf, Paris 1992. Thérapeutique des maladies spirituelles, Cerf, Paris 20004, etc.
8. Cfr. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA nº 27 a 38.
9. Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th. II-II q 1 a1- 3. Ibid, II II q 4 a 2 ad 3: "Pero, dado que la Verdad primera, objeto de la fe, es fin de todos nuestros deseos y acciones, como lo muestra San Agustín en I De Trin., de ahí proviene que la fe obre por el amor, de la misma forma que, como enseña el Filósofo, el entendimiento, por extensión, se hace práctico."
10. SAN AGUSTÍN, De Trinitate XIV, 11: Eo mens est imago Dei, quo capax Dei est et particeps esse potest [en esto la mente es imagen de Dios, en que puede ser participe (de Dios) y capaz de Dios].
11. S.Th II-II q.4 a. 2 ad 2
12. CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Dei Verbum, nº 4
13. D. HUME, Historia natural de la religión, Diálogos sobre la religión natural, Sígueme, Salamanca 1974, 96.
14. Ibid.
15. Esto lo trata en profundidad J-C LARCHET en Thérapeutique des maladies spirituelles, Cerf, Paris 2004
16. Cfr. W. PARKER- E. ST JOHNS, La oración en la psicoterapia, Pax-Mexico, 1973
17. J-C LARCHET en Thérapeutique des maladies spirituelles, 346
18. Como muy bien lo demuestran los psiquiatras Adler (especialmente en su obra "El carácter neurótico"), Allers (en su obra "Naturaleza y educación del carácter") y todos los que siguen este pensamiento.
19. Cfr. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA nº 185 ss.
20. S. Th. II-II q2 a2 ad 4.
21. J-C LARCHET, Thérapeutique des maladies spirituelles, 348-349
22. J-C LARCHET, Thérapeutique des maladies spirituelles, 350

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