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TRABAJO EN EQUIPO.

El Trabajo en Equipo es uno de los valores más grandes en nuestro Movimiento, para que todo resulte bien para Gloria de Dios todos ponemos un granito de arena.

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LA ORACION.

La oración comunitaria es la expresión de la fe que nos une a todos en una misma plegaria a Dios por nuestras familias.

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LA PALABRA DE DIOS.

Se comparte a través de temas que desarrollan los matrimonios, bajo la luz del Espíritu Santo.

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FRATERNIDAD.

En fraternidad compartimos desde nuestras vidas y carismas la alegría de ser hijos e hijas de Dios con alegría y entusiasmo.

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COOPERACION.

Todos cooperamos en este proyecto que es de Dios, el trabajo que se hace con dispocisión del corazón nos resulta agradable y bello.

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DONES Y CARISMAS.

Nuestros dones puestos al servicio de Dios nos hacen identificar nuestros carismas para compartirlo en familia en el Ministerio.

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Tema: ¿Cuántos hijos debo tener?

Muchas familias numerosas han sido cuna de santos
 
¿Cuántos hijos debo tener?
¿Cuántos hijos debo tener?
Cada matrimonio debe tener tantos hijos cuantos en conciencia formada y delante de Dios vea que Dios quiere, siempre manteniéndose abiertos a la vida en cada uno de sus actos conyugales. Hoy en día, incluso desde el punto de vista demográfico, son cada vez más necesarias las familias numerosas, en contra de cuanto dice una falsa propaganda alarmista y tendenciosa. Es muy útil al respecto leer el documento preparado por el Consejo Pontificio para la Familia sobre “la disminución de la fecundidad en el mundo”, (25 de febrero de 1998).

El Papa Pío XII decía de las familias numerosas que son “las más bendecidas por Dios, predilectas y estimadas por la Iglesia como preciosísimos tesoros... En los hogares donde hay siempre una cuna que se balancea florecen espontáneamente las virtudes... La familia numerosa bien ordenada es casi un santuario visible... son los planteles más espléndidos del jardín de la Iglesia en los cuales como en terreno favorable, florece la alegría y madura la santidad” (Pío XII, alocución “Tra le visite”, del 20 de enero de 1958.). También el Concilio Vaticano II alaba a los esposos que son generosos en la transmisión de la vida: “Son dignos de mención muy especial los que de común acuerdo, bien ponderado, aceptan con magnanimidad una prole más numerosa para educarla dignamente” (Gaudium et spes, 50).

Una descendencia numerosa es una bendición para los hijos mismos que son llamados a la vida y a la eternidad; para la Iglesia que crece con sus hijos bautizados y para la patria. Por eso es un dato de experiencia que una familia que reúne una numerosa descendencia y un auténtico espíritu cristiano es siempre un lugar donde reina la alegría, a pesar de las dificultades materiales que puedan pasar.

No está demás mencionar que muchas familias numerosas han sido cuna de santos, como las familias de San Francisco Javier (6 hermanos y él fue el último), San Bernardo (7 hermanos), Santa Teresita de Lisieux (9 hermanas y fue la última), Santa Teresa de Jesús (9 hermanos), San Luis Rey (10 hermanos), San Pío X (10 hermanos), San Roberto Belarmino (12 hermanos), San Ignacio de Loyola (13 hermanos), San Pablo de la Cruz (16 hermanos), Santa Catalina de Siena (25 hermanos y fue la penúltima).

La Iglesia, no obstante, reconoce que en algunas circunstancias es difícil en las circunstancias actuales llevar adelante una familia numerosa. Pero no hay que temer y la confianza puesta en Dios es, como dice San Pablo, una esperanza que no defrauda. 

Tema: Con respecto al Sínodo sobre la Familia

Enhorabuena se celebrará el Sínodo de Obispos en torno al tema de la familia en el mes de octubre
 
Con respecto al Sínodo sobre la Familia
Con respecto al Sínodo sobre la Familia
Enhorabuena se celebrará el Sínodo de Obispos en torno al tema de la familia en el mes de octubre. Creo que nuestra Iglesia debe fortalecer su papel en torno a este tema. Con mucha humildad, como creyente me permito exponer algunos criterios relacionados con tan importante tema.

Generalmente la opinión pública se concentra en temas como el matrimonio en segundas nupcias de una manera un poco superficial y creo que la Iglesia está llamada a dar consejos doctrinales y evangélicos en torno a este espinoso tema, al igual que hacer muchas revisiones en torno a la anulación matrimonial.

Hace poco celebrábamos la muerte de Juan el Bautista. El mayor entre los profetas nominado así por el propio Jesucristo. El porqué de su muerte tiene que calar en la conciencia de la Iglesia con toda su profundidad: Por denunciar un adulterio.

Cuando un católico conforma una familia e incluso cuando cualquier ser humano de cualquier religión lo hace, tiene que comprender la trascendencia de su decisión ante su propia vida, ante su cónyuge y ante la vida de sus frutos, sus hijos, porque sus actos van a repercutir profundamente a ellos, incluso a la vida de la sociedad. Nuestro proceso de evangelización debe hacer mucho más énfasis en el tema.

Cuando una pareja tiene problemas matrimoniales muy generalmente se debe a que, de una u otra forma, no está cerca de Dios, no está viviendo según sus leyes y mandamientos, a veces ambos, a veces alguno de los dos. Si uno de los dos, si es fiel a Dios en todo sentido, su tarea más importante como cónyuge es orar y ofrecer todo por la conversión de su cónyuge porque es su mayor esperanza de llegar algún día a Dios.

Yo soy Orientadora Familiar y he prestado alguna asesoría o acompañamiento a algunas parejas de una parroquia. Muy generalmente las parejas con problemas incumplen las leyes de Dios o las han incumplido, adulterio, mentiras, fornicación, envidias, etc. Cuando esas parejas se abren al amor de Dios en sus vidas, buscan su perdón, encuentran un bálsamo y muchas posibilidades de mejorar la convivencia. Algunas de las parejas que atendí, venían de visitas al psicólogo que no les daba esperanzas de sobrevivencia a la pareja y vi cómo apenas le abren el corazón a Dios, dispuestos a obedecerlo, todas las heridas se curan y la familia se fortalece.

Estoy muy preocupada con el tema de la nulidad matrimonial, considero que en muchos casos está siendo usada como vía de escape para no tener una verdadera conversión y a mi manera de ver, muchas veces es un divorcio disfrazado, incluso con peores consecuencias para la pareja y los hijos que el divorcio. Los hijos de matrimonios declarados nulos, generalmente tienen un resentimiento con nuestra Iglesia por no haber sido garantes de su familia. Los cónyuges que han acudido a la nulidad muchas veces acomodan su verdadera realidad para conseguirla y descalifican a su pareja lo que también causa heridas en sus almas. Los laicos que están participando y a veces los sacerdotes, no le ven la trascendencia a lo que están haciendo y a veces son muy superficiales en los procedimientos.

A veces incluso, el mismo que hace de abogado defensor de alguno de los cónyuges colabora con el sacerdote como voluntario en los procesos, viciando la imparcialidad.

Fui citada como testigo en una nulidad, yo estaba siendo testigo de la esposa quien defendía su vínculo, pude evidenciar lo que estoy afirmando además de los múltiples casos que me ha tocado ver de cerca.

Sé que no podemos juzgar a las personas, solo Dios conoce nuestras almas, nuestros motivos, nuestras posibilidades de santidad. Pero eso no nos puede llevar a la ligereza con que, cada vez más, se trata este tema. Nuestra Iglesia siempre tiene que velar porque las enseñanzas de Jesús se pongan en práctica para bien de las almas, bien de las familias, bien de la sociedad y bien de la Iglesia. He visto promover por sacerdotes las nulidades desde noticieros, desde púlpitos, eso me parece que hiere profundamente a nuestra Iglesia, a la sociedad, a las familias y a las almas.

Creo que debemos hacer un buen acto de contrición en este tema. Fortalecer la educación para la vida de familia ordenada según la ley de Dios. Ya en los colegios, ni siquiera en los católicos, se atreven a educar en este sentido a los jóvenes, para no herir susceptibilidades por tantas situaciones irregulares en las familias. Fortalecer la educación de las virtudes cristianas. Fortalecer la preparación al matrimonio. Hacer un acompañamiento más cercano a las parejas de casados. Dejar los procesos de nulidad solo a casos muy, pero muy extremos, en los que con uso de la fuerza o el engaño, se realiza el matrimonio. El proceso no debía ser iniciado por abogados sino por sacerdotes que hagan un verdadero examen de conciencia antes de recibir la declaración tanto de los cónyuges como de los testigos.

Creo que nos llegó la hora de levantar la voz y llamar a las jóvenes o a terceros, a no meterse en medio de los matrimonios, casos muy frecuentes hoy en día, llamándole al adulterio por su nombre como lo hiciera San Juan Bautista y haciendo una cruzada con mucho amor por la reconciliación de las parejas unidas en matrimonio. La gran mayoría de matrimonios rotos que nos toca ver a nuestro lado tienen su origen en la concupiscencia, en la falta de compromiso y en la falta de entrega. Estamos en la cultura del enamoramiento, en la que lo equiparamos con el amor y es necesario por nuestra parte hacer todos los esfuerzos necesarios para llamar al pan, pan y al vino, vino, porque podemos estar contribuyendo con la confusión.

Incluso quienes tienen conformada una familia de hecho, que no han bendecido ante Dios, que sepan que van en contra de las leyes morales cuando comienzan una nueva, desconociendo a su familia. A veces comienzan una nueva incluso frente a la Iglesia, hiriendo a los hijos, a la compañera o compañero permanente con los que habían constituido un hogar. El llamado de la Iglesia debe ser a santificar esa realidad acudiendo al sagrado vínculo del Sacramento Matrimonial.
Otro esfuerzo importante es el del fortalecimiento a la vida conyugal, fortaleciendo la fe, el acercamiento a Dios de las parejas ofreciéndoles muchos medios de crecimiento espiritual. Dios nos ilumine y nos de su Sabiduría para que abordemos estos temas con la profundidad que merecen.

Tema: Dios y las artes del hogar

Meditaciones en las abundantes referencias que el Evangelio hace a este ámbito de las artes del hogar
 
Dios y las artes del hogar
Dios y las artes del hogar
Las artes domésticas son esa compleja trama de servicios, competencias, destrezas, actitudes, hábitos, tradiciones, ritos, etc., con los cuales el hogar toma conciencia de sí, configura su rostro y celebra su hermosura. En estas tareas la familia aparece como lo que es: comunión de personas y, en palabras de Juan Pablo II, “primera y fundamental realización de la Iglesia”. Se trata, por otra parte, del trabajo ejercido por más personas en el mundo, sobre todo mujeres, y que esconde una mina de valores humanos y sabiduría pocas veces reconocidos como merecen. ¿Cómo no meditar, por tanto, las abundantes referencias que el Evangelio hace a este ámbito de la vida? No sólo en su trabajo escondido en Nazaret sino también en sus discursos y parábolas, Jesús demuestra una exquisita sensibilidad doméstica, la misma que emplea para fundar su Iglesia e imprimir en ella aire de hogar. ¿Y María? ¿Acaso su papel de corredentora no está íntimamente unido a su oficio de ama de casa?

Una advertencia: empleamos en estos textos la expresión “ama de casa” y otras similares en un sentido muy amplio, que incluye a todo miembro de la familia en cuanto responsable de la realización práctica del hogar, ya sea varón o mujer. Ciertamente la mujer personifica el hogar de modo especial, en virtud de cierto simbolismo inherente a su persona. No por eso, sin embargo, la casa deja de ser incumbencia de todos. Sólo colaborando cada uno según sus circunstancias el hogar resplandece como lo que es: organismo vivo, comunión de personas, y primera y fundamental realización de la Iglesia.

Un desarrollo más filosófico de estos temas puede encontrarse en la sección Inventando el hogar.

Estos textos son un testimonio de admiración y agradecimiento hacia las personas que se dedican a estas labores, y en especial a las que atienden la Administración doméstica en los Centros del Opus Dei.

Maternidad y colaboración

Un solo corazón

Vocación de nido 

Gestar y alumbrar

El regazo materno

Servir y reinar 

Inventar el espacio

Administrar el tiempo

Abrir y recibir

Artesanía 

La limpieza 

Medir y contar

La ropa 

La cocina y la mesa

ORACIÓN PARA OFRECER EL TRABAJO DOMÉSTICO 

Para ver el artículo completo visita la página Darfruto.com aquí

Comentarios al autor: pabloprieto100@hotmail.com


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Maternidad y colaboración

Una mujer hacendosa ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas… (Proverbios 31, 10).— El trabajo doméstico expresa y realza admirablemente el genio femenino, pues la mujer personifica el hogar, y lo convierte en prolongación de su regazo.

Ahora bien, esto que atribuimos a la mujer en el plano de lo simbólico e ideal nos incumbe a todos en el plano de lo práctico e inmediato. Cada uno a su modo y según sus circunstancias, está implicado en esta trama de servicio, respeto y delicadeza que son las tareas del hogar. ¿Cómo responder si no a la llamada que Dios nos dirige a través de todo corazón materno? ¿Cómo ingresar en el regazo de Él sin comprometerse activamente en el de ella?

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Dándole el pecho, la mujer es para su hijo cocina, cocinera, alimento y recipiente al mismo tiempo. En este gesto resplandece la majestad de la mujer. ¿Y qué son las labores domésticas sino una prolongación, en el espacio y el tiempo, de esta función estrictamente materna? ¿Qué otra cosa es un hogar sino un regazo?

Aunque al varón también incumban las tareas del hogar, porque así lo dicta la justicia y la caridad, lo cierto es que el espíritu materno lo informa todo, como el ungüento del Evangelio: La casa se llenó de la fragancia del perfume (Jn 12, 3)...

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Vi también la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo de junto de Dios, ataviada como una novia que se engalana para su esposo. Y oí una fuerte voz procedente del trono que decía: He aquí la morada de Dios con los hombres. (Al final de los tiempos, Apocalipsis 21, 2-3).— La Sagrada Escritura presenta la morada definitiva y perfecta en forma de mujer. Y nuestra morada terrena y temporal, ¿acaso no participa de algún modo en este designio? El hogar, en efecto, es un cierto misterio femenino que envuelve y rebasa a la mujer misma que habita en él.

Ahora bien, ¿qué misterio es este sino la Iglesia, es decir, la comunión de toda clase de personas, varones y mujeres? Somos por tanto todos los miembros de la familia, y no sólo la madre, los que hacemos patente este signo divino que es el hogar: una maternidad hecha de complementariedad.

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Y el discípulo la recibió en su casa. (Juan junto a la cruz, Jn 19,27).— Recibir a María no es sólo ofrecerle un hogar sino convertirse uno mismo, por Ella, en hogar para los demás, hacerse instrumento de su fuerza materna de atracción. En el hogar de Juan Ella actúa a través de sus manos varoniles.

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Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: He aquí a mi madre y mis hermanos. (Mt 12, 49).— El cariño que vivió en su hogar lo extiende ahora a sus discípulos. Y aquella casita de pueblo se ha vuelto universal, eterna e indestructible. La Iglesia tiene aire de hogar.

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Prejuicios acerca de la mujer al volante.— Es más difícil y más importante conducir un hogar que conducir un vehículo. En el hogar el varón suele estrellarse con más frecuencia.

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Lo doméstico es ecléctico y sincrético. Como un guiso, integra elementos dispares pero respetando el sabor de cada uno: lo técnico, lo artístico, lo económico, lo pedagógico, lo ético, lo lúdico y lo catequético. No revuelve: combina. No confunde: conjuga. No iguala: armoniza.

Un solo corazón

Todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca (Mt 7, 24).— Cierto, las palabras de Jesús forman una casa, pero también la casa cristiana es, ella misma, palabra viva del Señor: verbo tangible y habitable, síntesis de ladrillos y corazones, de utensilios y biografías. Todo ello proclama a Cristo con más elocuencia que el mejor sermón.

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...Y su voz era como el estruendo de muchas aguas (Apocalipsis 1, 15).— Como una cascada, incesante novedad en la permanente identidad: así es Cristo. Infinitos matices tiene su voz, eternamente fiel es su Persona.

Ofreciendo a Dios su trabajo, el ama de casa traduce este misterio al lenguaje multiforme y variadísimo del hogar. Así, a través de la humilde voz de las cosas —enseres, muebles, utensilios— Cristo proclama su Evangelio. Él, Palabra divina, nos interpela con todos los sonidos, colores, tactos, movimientos y sabores de nuestra propia casa.

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El Espíritu del Señor llena la tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido (Sabiduría 1, 7).— Cada tarea tiene su voz, dice a su modo el mismo mensaje. Limpieza, cocina, niños, office, planchero, lavandería, compras, etc. se ejercen cada cual según su técnica propia, con su “sonido” espiritual característico, pero todo se íntegra en una música común, al modo de los instrumentos de una orquesta.

¡Lástima que no todos sepan escuchar el hogar, ni todos están dispuestos, al menos, a intentarlo…!

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Recoged los trozos que han sobrado para que nada se pierda (Jn 6, 12).— Preparar y recoger; disponer y retirar; sacar y guardar; poner y quitar: es el ritmo de la casa, su latido constante, su pulso vital. Sin esta sístole y diástole silenciosa el organismo familiar desfallecería. Menos mal que la administración doméstica, verdadero corazón de la familia, renueva la sangre común y la bombea a todos los miembros. Nuestra vida está en sus manos.

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El ama de casa tiene un fonendoscopio que lo aplica a todo: la cocina, las cuentas, la ropa, la limpieza, la decoración, las plantas… En todos los rincones percibe el latido de un único corazón: la familia. Y el amor afina su oído de doctora y cirujana, para detectar la mínima enfermedad y curarla.

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Lo doméstico es ecléctico y sincrético. Como un guiso, integra elementos dispares pero respetando el sabor de cada uno: lo técnico, lo artístico, lo económico, lo cívico, lo pedagógico, lo ético, lo lúdico y lo catequético. No revuelve: combina. No confunde: conjuga. No iguala: armoniza.

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Y su madre conservaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 51).— Conservaba las palabras y acciones de Jesús conservando sus cosas, velando por su bienestar, gobernando su casa. Guardaba el alma del Hijo a base de cuidar diligente, primorosamente, de su cuerpo.

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No se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa (Mt 5, 15).— Esta luz que permite vernos las caras unos a otros tiene, ella misma, rostro y nombre propios: Cristo. Y el candelero que la sostiene es también realidad viva y personal: nosotros, toda la familia, cuando colaboramos en el hogar.

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Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre parientes y conocidos. (Jesús perdido en Jerusalén, Lc 2, 44).— En la caravana de la vida parientes y conocidos compartimos muchas cosas: cultura, fe, tradiciones, recuerdos, vecindad, compromisos, penas, alegrías… Aunque diversos en edad, carácter y condición, formamos entre todos aquel ámbito donde el hombre crece y se abre a la vida.

Buscándolo entre parientes y conocidos… ¡Sí, por aquí hay que empezar! Para encontrar a Cristo en el Templo, empieza buscándolo en tu casa. Investiga primero en la familia y acabarás hallándolo en el altar…

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Y extendiendo su mano hacia sus discípulos dijo: He aquí a mi madre y mis hermanos (Mt 12, 49).— El cariño que vivió en su familia lo extiende ahora a sus discípulos. Y aquella casita de Nazaret se ha vuelto universal, eterna e indestructible. La Iglesia tiene aire de hogar.

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Más ideas sobre la vocación femenina en Iglesia, mujer hogar

Vocación de nido 

Vocación de nido.— Nido no es cama, ni sofá con mullidos cojines, donde uno se amuerma perezosamente. Nido es el lugar donde se está lo justo para nacer, para crecer, y para aprender a volar: para perderle miedo a la altura, y lanzarse finalmente al cielo.

De ahí que la madre tenga vocación de nido. La mujer anida a los hijos, al marido, y a todos a cuantos ella prohíja con su amor, que no es ablandarlos con mimos y comodidades. El nido es esa rara forma de ternura que cría fortaleza, de suavidad que produce reciedumbre, de protección que incita al valor: ¡al valor de volar!

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Y la madre de Jesús estaba allí (En las bodas de Caná, Juan 2,1).— María está dondequiera que haya un hogar. En él Ella hace revivir el misterio de la Encarnación, alumbra a Cristo en nosotros, lo cría y lo lleva a su madurez. Pero ese allí, o sea la casa, hemos de realizarlo nosotros con la convivencia y el trabajo.

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Y María conservaba todas estas cosas ponderándolas en el corazón (Lc 2, 19).— En el hogar todo se guarda, todo se recoge, todo se aprovecha, como las sobras de la multiplicación (cfr Lc 9, 17). Pero no es obsesión maniática, ni se conservan las cosas de cualquier modo, sino asociando cada una a la acción humana que le confiere sentido: la fiesta, el juego, la comida, el descanso, la enfermedad. La madre vivifica cada objeto que ordena, haciéndolo crecer en humanidad. Su conservar es, en cierto modo, gestar.

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Y guardaba todas estas cosas…— Su modo de “guardar” a Jesús era “guardar” sus cosas, administrar todo aquello con que hace su vida: la educación, las costumbres de familia, la comida, la ropa… Cuidando lo que rodea al Hijo, la Madre lo retiene y lo ingresa en su corazón.

Las técnicas y destrezas del hogar son ejercicio de interioridad, pues despiertan el aprecio y la indulgencia hacia aquellos que atendemos. El auténtico servicio, aun en lo más prosaico y material, significa incorporar al prójimo en la propia vida. El cuidado de los enseres nos introduce en sus usuarios. Cuando hay amor de Dios el camino de la utilidad desemboca en la misericordia.

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Toma al niño y a su madre y huye. (El ángel a José, Mt 2, 13).— ¿Y cómo “tomar” a las personas si no es tomando aquellos objetos con que hacen la vida? Por consiguiente José cargó el burro con enseres, ropa, comida, herramientas, dinero, etc., en una palabra, la casa misma reducida a lo indispensable. Pues “tomar” a las personas es en definitiva hacerse con la casa donde viven.

Pues bien, aparte de cargarla en el burro existen otras formas de “tomar” la casa, y con ella a sus habitantes: administrándola, arreglándola, limpiándola, proveyéndola de lo necesario…

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El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que toma una mujer y mezcla con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta (Mt 13, 33).— Esta masa representa todas las faenas domésticas. Mediante ellas la mujer toma en sus manos la casa misma, y con ella a sus moradores. Añadiendo la levadura de su feminidad, humaniza esta masa doméstica, la informa con su espíritu, la vuelve elástica, homogénea, sabrosa. Hace, en definitiva, como Dios con el barro primigenio, del que sacó al hombre.

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Me disteis de comer…, de beber…, me acogisteis…, me vestisteis…, me visitasteis… (Mt 25, 35-36).— La parábola del Juicio Final hace depender la salvación eterna de cosas tales como proporcionar comida, bebida, vestido, compañía, asistencia sanitaria, etc., de modo que las demás obras meritorias deben parecerse a éstas para serlo. La atención al prójimo en su corporeidad se presenta aquí como paradigma de toda obra digna de recompensa divina. No es de extrañar ya que, desde la Encarnación hasta el fin de los tiempos el cuerpo humano es el eje de la Redención: caro salutis est cardo, decían los primeros cristianos: la carne es quicio de la Salvación.

Esta verdad ilumina el valor espiritual de las tareas domésticas, que se encuentran admirablemente reflejadas en la parábola evangélica (comida, bebida, asistencia, curación). En estos trabajos, sencillos y modestos, los cristianos encontramos la pedagogía suprema del misterio Cristo.

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Quien pierda su vida por amor a mí la encontrará (Mt 10, 39).— Administrar es al mismo tiempo poseer y dar; es conservar lo que se tiene a fuerza de entregarlo.

Este milagro, tan característico del hogar, sólo se cumple plenamente de un modo: por amor a mí, es decir, amando en Cristo y por Cristo a cada miembro de la familia.

Gestar y alumbrar

En el vientre materno te escogí (Jeremías 1, 4-5).— Elegir a alguien en el vientre materno significa elegirlo por entero y para siempre. Tomarlo en su origen es tomarlo en su fin. Allí es donde resuena por primera vez la voz de Dios, que habla con esa palabra de carne que es el cuerpo de la mujer. Por eso el seno materno es figura y antesala de la Iglesia, y lugar por antonomasia de la vocación.

La mujer embarazada intuye esta verdad cuando cuida de su cuerpo y de su alma exquisitamente. Con su salud, su pureza, sus virtudes, ella custodia y venera la vocación de su hijo y prepara su cumplimiento.

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Isabel concibió y se ocultaba durante cinco meses, diciéndose: Así ha hecho conmigo el Señor, en estos días en los que se ha dignado borrar mi oprobio entre los hombres. (Lc 1, 23-25).— La maternidad abre en la mujer un nuevo filón de su intimidad, una veta de sí misma que le maravilla y hasta le abruma. Por eso Isabel se esconde pudorosamente, no para proteger al niño, que aún no ha nacido, sino a esta tierna y dulce criatura que acaba de alumbrar, y que es ella misma. Nueve meses antes que su hijo, ella ha nacido, débil e inerme, a su propia maternidad.

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Isabel concibió y se ocultaba…— Se recoge en su casa como su hijo se recoge en su cuerpo. Para acoger a quien lleva dentro ella necesita vivir hacia dentro. El cultivo de la interioridad hace crecer a las personas dentro de nosotros.

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La primera habitación es el cuerpo de la madre. Todos los demás espacios que el arte doméstico amplía, amuebla, decora y limpia son prolongación de este primero y originario. Junto con el hijo, la madre también engendra el espacio humano que debe llenar.

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No había sitio en el mesón (Lc 2, 7).— El espacio y el tiempo son inventos del amor. Quien ama hace sitio, quien ama saca tiempo.

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En cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno (Lc 1, 41).— La que oyó fue ella, pero el que saltó fue él. ¿Pues cómo iba a oír el niño si aún no había nacido? Sin embargo oye por los oídos de su madre, hecho un solo cuerpo con ella.

Esto es propio de toda madre: escuchar para los otros, ser el oído del hijo, del esposo, del pariente. En ella Dios habla a cada miembro de la familia, a través de ella el Cielo penetra en esa especie de seno materno que es el hogar.

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Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos el niño saltó de gozo en mi seno (Lc 44).— Dios se anticipa a la madre, y la madre al hijo. Este es el orden misterioso que rige la vida de familia, y desde ella, toda la sociedad. Profética por naturaleza, la mujer entiende más, llega antes, acierta mejor.

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La ballena de Jonás (Jon 2, 1-11).— La casa se “come” no sólo la comida, sino el dinero, las fuerzas, el tiempo, la limpieza (pues hay que repetirla), la ropa (pues hay que renovarla), los electrodomésticos (pues hay que repararlos) y tantas otras cosas. Parece una gran boca ávida, que amenaza con devorar a sus habitantes.

Sin embargo no es así. Vividas con sacrificio y creatividad, estas labores engrandecen a quien las realizan. Parecen engullirnos en un primer momento pero luego, como la ballena de Jonás, nos restituyen fortalecidos y con afán de conquista. El hogar parece que gasta pero en realidad gesta.

El regazo materno

Y se apoderó de todos sus vecinos el temor y se comentaban: ¿Qué pensáis ha de ser este niño? (Lc 1, 65).— Todo bebé suscita la misma pregunta. No es sólo ¿qué hará? ¿Cómo será? ¿A quién se parecerá? Sino algo más radical: ¿Quién será mañana? ¿Quién promete ser? Ciertamente ya es una persona, pero su identidad está aún por revelarse y cumplirse: es una incógnita.

Por eso el recién nacido representa lo más genuino de la condición humana: su estado de indigencia e inacabamiento. Ser hombre es estar siempre en trance de serlo y en peligro de no serlo.

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Pannis involutum, velatum sub carne vidébimus (Himno Adeste Fideles).— Lo vemos involutum y velatum, envuelto en pañales y velado por la carne. Y a pesar de esta doble envoltura, es más, precisamente por ella, se nos hace patente el misterio de la Encarnación. Los pañales de la Virgen, en efecto, lejos de oscurecer el misterio de esta carne, la honran y la confiesan como divina.

¿Y qué son los pañales sino la síntesis y la semilla del hogar entero? Todo el trabajo de María en Nazaret envuelve a Cristo y lo entrega a las almas, lo vela y lo revela.

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Abriendo los ojos en Belén el Verbo encuentra en María un trasunto femenino del Padre Eterno. Análogamente sucede con todo recién nacido. El Cielo de un bebé es la cara de su madre.

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Como niños recién nacidos apeteced la leche del Espíritu (1 Pedro 2, 2).— El recién nacido entiende más por el tacto que por la vista, y por eso mamar equivale para él a conocer: conoce a mamá mamándola, el bebé se bebe a su madre, y sabe quién es porque sabe a qué sabe…

La salvación se administra exactamente de la misma forma: el regazo de Dios lo encontramos en la Iglesia, nuestra Madre nutricia, que nos da a beber la leche de la Gracia. Por eso toda madre que amamanta un hijo es signo de Dios que salva al mundo.

Servir y reinar 

Vio a la suegra de Pedro en cama con fiebre; la tomó de la mano y le desapareció la fiebre. Entonces ella se levantó y se puso a servirle (Mt 8, 14-15).— Se levanta porque ha contemplado a Jesús y le sirve para seguir contemplándolo. La mirada que la ha sanado, la mano que la levantó de la postración ¿cómo mantenerlas sin labrarlas, sin traducirlas en trabajo? El servicio, sobre todo en las cosas de la casa, es signo y fruto de la contemplación.

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Santo Rosario, segundo misterio gozoso: “La sustitución de Nuestra Señora a su prima santa Isabel”.— Más que una visitación, en efecto, lo que hace María en casa de su prima, anciana y débil, es suplirla en los diversos trabajos de la casa, ponerse en su lugar. Ahora bien, con tanta discreción y delicadeza, con tanta alegría y naturalidad, que parecía disfrutar con el trabajo aunque en realidad era duro y pesado.

Así sucede siempre en el hogar: la auténtica sustitución parece una visitación.

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María permaneció con ella unos tres meses y se volvió a casa. (Lc 1, 56).— Se quedó lo necesario, ni un minuto más, para que la gloria recayera en sus parientes y no en ella.

Ir, servir, y salir es también la norma que preside tanto el oficio doméstico como el ministerio sacerdotal.

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Le acompañaban los doce y algunas mujeres: María, llamada Magdalena…, y Juana … y Susana, y otras muchas que le asistían con sus bienes (Lc 8, 1-3).— Con sus bienes, porque servir más que dar lo que se tiene es emplearlo sabiamente. El verdadero desprenderse es comprometerse.

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Había también unas mujeres … las cuales, cuando estaba en Galilea, le seguían y le servían (Al pie de la Cruz, Mc 15, 40-41).— Le servían siguiéndole; era un servicio en movimiento, con una dirección y un sentido. Porque el mejor modo de seguir es servir. Así lo demostraron estas mujeres, las primeras al pie de la Cruz. Quien comienza sirviendo acaba llegando.

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Y la madre de Jesús estaba allí. (Bodas de Caná, Jn 2, 1).— Ante todo estaba. Es cierto que también hacía, pero su labor diligente —atender a los invitados, ayudar en las comidas, dirigir a los sirvientes— pasaba inadvertida.

Esta exquisita discreción es característica del oficio doméstico. La actividad se recapitula en la presencia; el hacer se reabsorbe en el estar. Se hace lo que se debe para que las personas sean lo que son.

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El maestresala probó el agua convertida en vino sin saber de dónde provenía (Jn 2, 8).— Un sabor sin saber: un gusto delicioso cuya fuente secreta se nos escapa.

Así la Administración doméstica: el velo de lo ordinario cubre pudorosamente lo extraordinario para que el milagro resulte así más divino.

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… sin saber de dónde provenía, aunque los sirvientes que sacaron el agua sí que lo sabían (Jn 2, 9).— ¿Por qué lo callaban? ¿Acaso el Maestro se lo ordenó? Más bien la reverencia ante lo divino les inspiró este silencio: que sea Dios quien hable a través de sus obras y no nosotros.

¡Que hablen las obras! Esta también es la consigna de la Administración doméstica. De ahí la proverbial discreción y modestia de este trabajo, de estas manos que hacen y desaparecen sigilosamente. Cuanto más saben más callan.

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El olor del perfume se extendió por toda la casa. (En Betania, Jn 12, 3).— En este momento ¿de quién procedía el aroma, de la mujer o del Señor? Del Señor. Lo había vertido ella, pero lo exhalaba Él.

—Yo me vuelco, Señor, en mi casa, para que la llenes tú. Mi perfume no es perfume hasta que sale de ti.

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El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que toma una mujer (Mt 13, 33).— Eres levadura de tu propio hogar. Éste toma cuerpo y se vuelve esponjoso, moldeable, sabroso, en la medida en que desapareces en él.

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El trabajo doméstico vacuna contra el victimismo. Victimismo es exagerar lo que se teme, convirtiendo las pequeñas espinas en cruces: lo que pesa, lo que cansa, lo que importuna, lo que irrita.

En el hogar, en cambio, plantamos cara a estas menudencias con aquella rara forma de valor que es la paciencia.

Inventar el espacio

Ven, Espíritu Santo…, llena lo más íntimo de los corazones. (Del himno Veni Sancte Spiritus).— ¿Y qué puede llenar la intimidad sino el amor? El amor llena ahondando y afinando a su receptor, abriendo en él nuevas interioridades, descubriéndole filones inéditos.

¿Y cómo realiza el Espíritu esta obra en el alma? Al modo de un ama de casa: lava lo que está manchado, riega…, sana…, dobla…, calienta…, endereza… (ibidem). Pues el oficio doméstico, ¿qué es sino crear espacio humano? Un espacio donde siempre cabe más, pues el amor lo dilata.

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Cuidando la casa tú mismo te haces casa. Te conviertes en lo que cuidas. La habitación que limpias y adornas se replica y desdobla en tu alma.

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Decorar un espacio es ampliarlo espiritualmente mediante el arte. Sin este ensanchamiento el prójimo apenas cabría en él.

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Judas conocía el lugar porque Jesús se reunía frecuentemente allí con sus discípulos (Jn 18, 2).— Este rincón apacible de Getsemaní les servía de “sala de estar”, pues no contaban con casa fija en Jerusalén. Y allí organizaban su tertulia familiar: esa reunión que no persigue más finalidad que “estar juntos”, y que recoge como un remanso los diversos ríos de la familia, haciendo transparente su fondo.

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Llenó toda la casa donde se encontraban. (Pentecostés, Hechos 2, 2).— ¿Y qué es “llenar” una casa sino unir a los que la habitan? Así nace la Iglesia: invadiendo el Espíritu Santo un cenáculo, es decir, un comedor, y convirtiendo a los discípulos en familia.

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La Iglesia no sólo nació en un comedor, sino que en cierto modo lo es.

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Sólo puedes “crear” un hogar hermoso si “crees” en sus moradores. La confianza en lo mejor del prójimo (creer) confiere a la labor doméstica talante artístico (crear). Lo que se crea está en función de lo que se cree. Si crees que los tuyos son maravillosos (por más que a veces no lo demuestren), crearás para ellos cosas maravillosas. La belleza nace de la fe.

¿Y qué fe? Una fe ciertamente humana, en cuanto su objeto son meros hombres, pero divina, pues profesa y realiza tu fe en Cristo. Apoyándote en Él, cree en tu prójimo y te sorprenderás de lo que sale de tus manos: El todopoderoso ha hecho cosas grandes por mí (Lc 1, 49).

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El Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros (Jn 1, 14).— Puso un hogar, estableció su casa, asentó una vivienda: en eso consiste la Redención. Dios se muda a nuestro domicilio y se sienta a nuestra mesa.

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¡Qué bien se está aquí!, ¡hagamos tres tiendas! (Pedro ante Jesús transfigurado, Mc 9, 5).— La belleza de Cristo incita a crear hogar. El resplandor de su Rostro reclama “una tienda”, una morada, donde esta luz se materialice y perpetúe. La casa que cuidamos todos los días es la respuesta exacta y cabal a esta belleza que vislumbra la fe.

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La casa se parece a las personas que la habitan: tiene alma y cuerpo, acusa el paso del tiempo, envejece, se maquilla. Sus objetos (muebles, utensilios, adornos) van cobrando significados nuevos, el tiempo los humaniza, los espiritualiza; el espacio se puebla de recuerdos; los muebles “se hacen” a sus usuarios: Pedro, Marta, Pepe, Lola. La simple mirada, de tanto posarse sobre un objeto, le confiere cierta marca personal que lo hace único.

Por eso cuidar los objetos de la casa es cuidar en ellos a sus moradores, acceder a sus corazones, y salirles al encuentro.

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Los envolvió con su luz. (El ángel de Belén, Lc 2, 9).— Pastores, ovejas, aperos, arbustos, y hasta piedras: ¡todo queda envuelto por la luz celestial! Lo más tosco emite sagrados destellos. En este efecto luminoso se insinúa el mensaje del ángel: que el Mesías santifica la vida ordinaria, y que las tareas y objetos cotidianos adquieren valor divino, incluidas (para consuelo de algunos de nosotros) las mismas piedras…

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¿Qué vieron los pastores? Una escena bien sencilla: Vinieron presurosos, y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre (Lc 2, 16). Y sin embargo se conmovieron de gozo, conscientes de estar ante Dios: Al verlo, reconocieron las cosas que les habían sido anunciadas acerca de este niño.

Esta misma es la fe de quien busca a Dios en las tareas cotidianas: en lo ordinario, descubre lo excelente; en lo humano, lo divino; en las cosas, a las personas; entre lo diverso, lo único.

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Y os mostrará una habitación en el piso de arriba, grande y amueblada; disponed allí para nosotros. (Preparando el cenáculo, Mc 14, 15).— Arreglar una habitación es honrar la presencia que la llenará. Mediante la limpieza y el orden salimos al encuentro del prójimo presintiéndolo en el espacio vacío y los objetos inertes. No sólo lo esperamos sino que lo llamamos. La habitación pulcra y aseada dice: “ven”.

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Arreglar una habitación no es sólo preparar un espacio sino “crearlo”: hacer que las cosas inanimadas (muebles, adornos, suelo, luz) “digan” a las personas que las usarán.

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El ama de casa tiene un fonendoscopio que lo aplica a todo: la cocina, las cuentas, la ropa, la limpieza, la decoración, las plantas… En todos los rincones percibe el latido de un único corazón: la familia. Y el amor afina su oído de doctora y cirujana, para detectar la mínima enfermedad y curarla.

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En la casa de mi Padre hay muchas moradas… Me voy a prepararos un lugar (Jn 14, 2).— ¿Qué es “preparar un lugar dentro de una morada” sino barrer, ordenar y adornar una habitación: la alcoba, el salón, el despacho…? La mejor imagen, en efecto, para explicarnos la doble Misión de la Santísima Trinidad la encuentra Jesús en esta tarea tan sencilla y prosaica. Por un lado Cristo nos prepara el Cielo para nosotros, y por otro el Espíritu nos prepara a nosotros para el Cielo.

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Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre parientes y conocidos (Lc 2, 44).— En esta caravana de la vida los parientes y conocidos compartimos muchas cosas: cultura, fe, tradiciones, recuerdos, vecindad, compromisos, penas, alegrías… Aunque diversos en edad, carácter y condición, formamos entre todos aquel ámbito donde el hombre crece y se abre a la vida.

Buscándolo entre parientes y conocidos… ¡Por aquí hay que empezar! Para encontrar a Cristo en el Templo, empieza buscándolo en tu casa. Investiga primero en la familia y acabarás hallándolo en el altar…

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El Sagrado Corazón es mi casa pequeña, donde yo vivo, duermo, trabajo y descanso, de donde nunca salgo, y si salgo, adonde siempre vuelvo.

Administrar el tiempo 

El lugar al que se vuelve. Así ha definido la familia un filósofo contemporáneo. Hacia ella, en efecto, volvemos los pasos tarde o temprano, acaso inconscientemente, buscando nuestras raíces. Para seguir viviendo necesitamos seguir naciendo; para alcanzar el fin hay que ensayar, incesantemente, el principio. Como Ulises, nuestra vida es un constante retorno a casa. Ahora bien, también la familia es el lugar donde se espera, donde se labra pacientemente, como Penélope, la conversión del amado (¿acaso ‘con-versión’ no significa eso mismo, ‘regreso’?). Ambas formas de vivir el hogar, la espera y el retorno, coinciden en el corazón humano confiriéndole su latido característico.

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Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír. (En la sinagoga de Nazaret, Lc 4, 21).— En cada “hoy” tiene lugar un designio eterno. Dios ha previsto un plan preciso y concreto para cada uno de nuestros días. La vida cotidiana (de cotidie, cada día) posee dimensión profética, ya que apunta a una plenitud.

Lo que importa, por consiguiente, no es dónde estás metido sino a qué estás llamado: ¿de qué es promesa esto que ahora te ocupa?; ¿a qué grandeza apunta esta menudencia?; ¿de qué santidad es principio?; ¿de qué árbol es semilla?, ¿qué felicidad augura esta preocupación?; ¿qué comunión incoa?; ¿qué encuentro prepara?; ¿qué gloria anticipa?

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¿Quién es el administrador fiel y prudente que el amo pondrá al frente de su casa para dar a su tiempo la ración adecuada? (Lc 12, 42).— La ración, el tiempo y las necesidades: son los tres factores que conjuga el administrador. Esta rara armonía entre personas, medios y horarios nos recuerda el oficio de director de orquesta. La música de las cosas hay que combinarla al ritmo de las personas. Los instrumentos deben concertarse en la armonía del hogar.

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Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo (Eclesiastés 3, 1).— Hay dos modos de concebir el tiempo: como un saco o como un mapa.

El tiempo-saco abruma con su peso a quien lo carga. En su interior se acumulan, en angustioso revoltijo, tareas, obligaciones, plazos, distracciones: mil asuntos heterogéneos e inconexos. ¡Y ay si el saco se rompe!: Quien no recoge conmigo desparrama… (Mt 12, 30).

El tiempo-mapa, en cambio, está surcado por un camino y hay un paisaje que contemplar. Unas veces el caminante tiende la vista al horizonte, que es su fin, y otras se entretiene con las menudencias de alrededor —las vicisitudes cotidianas—, que por estar en su lugar preciso resultan únicas, variadas y singulares, acaso un tesoro.

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Para administrar bien tu tiempo empieza ordenando tus cosas. Recogiendo cada mañana todo lo de ayer, guardando tu ropa y arreglando tu habitación te dispones óptimamente para el hoy. Organizando tus objetos esbozas tu jornada; en el armario ensayas el horario.

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Asistir al crecimiento del prójimo implica ante todo creer que se producirá; confiar en que esa persona —el hijo, el marido, la esposa, el hermano— puede y debe ser quien promete ser.

Abrir y recibir

El otro discípulo, que era conocido del Sumo Pontífice, habló a la portera e introdujo a Pedro (Jn 18, 16).— La mujer cristiana, sobre todo si es portera o recepcionista, deja pasar a Cristo y hacia Cristo. Gracias a ella el Señor entra en las casas, los corazones, las instituciones, la sociedad.

Así sucede con María, Ianua Coeli. No sólo es Puerta, sino portera del Cielo, o sea, una Puerta con rostro que invita diciendo: ven, pasa, te espero, te reconozco…

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La portera dijo a Pedro: ¿no eres también tú de sus discípulos? (Jn 18, 17).— Profesional competente, esta portera se fija en quién entra y sale. Ahora bien, ¿de qué casa?, ¿en qué puerta?, ¿de qué dueño? Cree estar en la entrada de Caifás pero en realidad está en la de Jesús.

Su perspicacia y aptitudes traicionan su misión. Pues atender una puerta ¿qué es sino abrir a alguien que busca, quizá sin saberlo, a Cristo en nuestro hogar?

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Quien sonríe al abrir es por considerar al visitante, sea quien sea, digno de entrar. Es dar por supuesto que merece ser recibido, que se le espera, que es alguien en la casa. Esta sonrisa por tanto profetiza el encuentro y lo anticipa. Quien sonríe es porque abre el corazón antes que la puerta.

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Si alguno oye mi voz y me abre… (Ap 3, 20).— Quien abre con una sonrisa es que presiente a Cristo detrás de la puerta.

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Cuando entréis a una casa decid: paz a esta casa (Lc 10, 5).— Paz es la relación personal entre el que abre la puerta y el que la cruza. ¿Y quién cruza nuestra puerta? ¿Quién es el peregrino de nuestro hogar? En realidad todo hombre lo es, empezando por los mismos que componen la familia. Pues la primera puerta, la que confiere significado a todas las demás y las hace posibles, es el seno materno: la puerta de la vida. Por eso el hijo es el primer mensajero de Cristo, el primero que llega diciendo: paz a esta casa.

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No llevéis dinero, ni alforja, ni dos túnicas, ni sandalias… (Mt 10, 9).— El apóstol actúa como peregrino menesteroso. Dando a Cristo parece que pide, y el que recibe parece que da. Pues sólo puede dar a Cristo quien reconoce su personal indigencia. Sólo declarándome pobre puedo hacerte rico, a ti, que me abres la puerta.

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Quien recibe a un niño como éstos a mí me recibe (Mt 18, 5).— En el aseo matutino volvemos a nuestra infancia. En estas operaciones tan prosaicas y elementales evocamos el primer descubrimiento de nuestra vida, lo que nos asombró por primera vez siendo bebés: nuestro cuerpo. Los usos higiénicos suponen, por eso, un sutil ejercicio de conocimiento propio y humildad. Con ellos no sólo comenzamos el nuevo día sino que retomamos la vida desde su inicio, o lo que es lo mismo, reconocemos en el espejo al niño que aún somos.

Por este motivo las tareas domésticas relativas a este aspecto honran la intimidad del prójimo de un modo especial, pues en ellas recibimos al niño que hay en cada adulto.

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Sobre el tema de abrir y recibir hay más reflexiones en Decid:paz a esta casa (Lc 10, 5).
Artesanía 

¿No es este el hijo del artesano? (Mt 13, 53) ¿No es este el artesano? (Mc 6, 3).— Artesanía es el trabajo hecho a mano y personalmente, pieza a pieza, con sentido artístico y amor a la tradición. Útil, bello y sencillo, el producto artesano nace del hogar y a él principalmente se destina.

Jesús, el Artesano, nos ofrece en el taller de Nazaret este modelo al que debe ajustarse todo trabajo humano. Cualquiera que sea nuestra profesión siempre puede desempeñarse artesanalmente, es decir: a conciencia, con creatividad y con espíritu de familia.

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Las tareas domésticas son trabajo artesanal por excelencia. Lo que José y Jesús hacen en el taller no es más que prolongación y complemento de lo que María hace en toda la casa.

La limpieza 

¿Qué mujer si tiene diez dracmas y pierde una, no enciende una luz y barre la casa y busca cuidadosamente hasta encontrarla? (Lc 15, 8).— Para ver decide limpiar; limpia la casa para limpiar la mirada. ¿Y qué es lo que ve? ¿Qué encuentra con este método? Encuentra que la casa misma es, toda ella, la dracma que buscaba. El oro divino que quería descubrir, la dracma preciosa que anhelaba era su propio hogar, que ahora tiene ante sus ojos gracias a la luz de Dios y a… su escoba.

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El oficio de limpiar entraña una pedagogía de la mirada, pues con él se advierten detalles que a otros pasan inadvertidos. El alma de una persona, por ejemplo, se adivina según el estado en que deja su habitación. De este modo la visión se afina psicológica y espiritualmente, hasta el punto de “leer” la casa como un gran libro abierto, donde hasta lo más íntimo se manifiesta en los utensilios, los muebles y la ropa.

Por otro lado la visión es posesión intencional, un modo de tener con el corazón. Ahora bien, el tener, o sea el haber, es fundamento del habitar. Por eso quien limpia una casa es el más capacitado para habitarla, el que más la llena con su presencia, el que mejor sabe estar en ella.

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El suelo.— Lugar de la disponibilidad, de la pisada, del estar. Barrer y fregar el suelo es aceptar a la persona en cuanto plantada en la existencia (ex-sístere: estar de pie, erguida, plantada). En la casa el suelo es el lugar de todo y de todos, por eso es símbolo de la de aceptación incondicional que define a la familia.

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Sabed que todo cuanto pisen vuestros pies os lo entrego (Yahvéh a Josué a las puertas de la Tierra prometida, Jos 1, 3).— Con la escoba medimos nuestra casa, la conquistamos y la ofrecemos incesantemente a los demás. Como la Tierra Prometida, la vivimos como un don que debe a su vez ser donado. Por eso, si lo hacemos por los demás, ¿qué es lo que barremos sino el polvo del egoísmo?

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Doña Atareada, esa perfeccionista: hiperactiva, maniática, pone nerviosos a todos y se queja de que nadie le ayude en las tareas domésticas.

Cierto, pero también está Don Tranquilo. Don Tranquilo presume de franco, sencillo y campechano: ¡fuera formalidades! Nadie tan alegre y apacible como él. Sin embargo sus continuos descuidos van deteriorando paulatinamente la convivencia familiar: el despacho desordenado, las luces encendidas, la comida sin recoger, los ceniceros sucios, los aseos de cualquier manera… ¿No podría usted, Don Tranquilo, esmerarse un poco más?

Medir y contar

Dad y se os dará. Echarán en vuestro regazo una buena medida, apretada, colmada, rebosante: porque con la misma medida que midáis seréis medidos (Lc 6, 38).— Las labores domésticas miden personas: no lo que hacen o dicen sino a ellas mismas. ¿Cómo? Con el metro de la caridad que es el servicio. El servicio hace que las cosas estén a la medida de las personas.

¿Y cuál es la traducción práctica del servicio? La excelencia tanto técnica como artística y moral, es decir, la medida apretada, colmada, rebosante. Pues el metro de la persona es el amor, y el amor es la medida de lo que no tiene medida.

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Con la misma medida que midáis…— Quien se mide consigo mismo cada vez mide menos, pierde estatura espiritual. Quien por el contrario se conmensura con los demás en el diálogo, se aumenta y crece.

Una forma de diálogo es el trabajo doméstico. Colaborando en él, los miembros de la familia se hablan sin palabras, se miden unos en otros y se agigantan.

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Dad y se os dará (Lc 6, 38) … lo que habéis recibido gratis dadlo gratis (Mt 10, 8).— Sólo se tiene lo que se da, y sólo da quien se da.

Así sucede en la casa: cuanto más la cuidamos más la damos, y cuanto más la damos más la tenemos.

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Dad y se os dará. Echarán en vuestro regazo una buena medida…— ¡El regazo! El lugar materno por excelencia, el de la lactancia, la caricia, el arrullo, la protección: ahí justamente es donde Dios quiere depositar sus tesoros, no sólo para la mujer sino, a través de ella, para toda la familia.

La ropa

Y lo envolvió en pañales (Lc 2, 7).— Envolverlo en pañales es retraerlo a su seno: prolongar el calor de sus entrañas. En los pañales el niño retorna dentro y la madre se vuelca fuera.

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La Virgen envuelve con pañales al Niño y los ángeles con luz a los pastores. Dios nos cambia su vestido por el nuestro.

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Sus vestidos se volvieron resplandecientes y muy blancos; tanto que ningún batanero en la tierra puede dejarlos así de blancos. (En la Transfiguración, Mc 9, 3).— Sus propios vestidos los asume Jesús en la revelación de su gloria: los mismos que su Madre tejió, recompuso y lavó innumerables veces. Así es como estos discretos trabajos quedan enaltecidos para siempre jamás en la Persona del Verbo.

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La razón de ser del vestido es la dignidad de la persona: ese resplandor que, asumiendo plenamente el cuerpo, lo rebasa. Cristo, plenitud de lo humano, nos muestra en el Tabor aquella luz que todo verdadero vestido intenta representar.

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Vestíos del hombre nuevo (Efesios 4, 22).— La transformación más profunda y radical del hombre, o sea la gracia, la compara san Pablo con un traje. ¿Cómo es posible, siendo una realidad tan íntima y misteriosa? Precisamente porque el vestido no es puro accesorio yuxtapuesto sino vivencia humana profundamente enriquecedora, como saben sobre todo las mujeres. Es el instrumento con que la intimidad se explora, se modela y se expresa. Al vestirte eliges la persona que quieres ser y tomas postura frente a los demás, emitiendo un juicio y adoptando una actitud. Vivido con elegancia y categoría, el vestido hace a la persona dueña de sí y don para el prójimo.

La sabiduría del hogar incluye también este aspecto de la vida humana que, como todos, sólo alcanza su plenitud con la gracia. ¿Cómo vestirte desde ti si estás desnudo de Cristo, el Hombre Nuevo, que es tu versión más auténtica?

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La ropa es el medio con que expresamos, protegemos y vivimos nuestra intimidad. Una persona no sólo tiene ropa, sino que “se tiene” con ella: le sirve para tomar posesión de sí, afirmar la propia libertad y abrirse a la convivencia.

El cuidado de la ropa (comprar, lavar, planchar, conservar, arreglar) honra la intimidad del prójimo en el instrumento con que la cultiva.

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La Virgen está lavando / y tendiendo en el romero (villancico popular).— Lavar periódicamente la ropa (“hacer la colada”) significa asumir la vida de los demás con sus ritmos y su desgaste, según se plasma en las prendas. Nuestra vida, por ser humana, lleva la impronta del trabajo, de la acción, del uso, del cambio…

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No basta con lavar: hay que planchar. Después de las manchas hay que quitar las arrugas. Lo que se manifiesta a la vista debe sentirse también con el tacto. Volviendo tersa y suave la ropa, la plancha complementa el lavado y en cierto modo lo humaniza, lo acerca al cutis del usuario, a su calor, a su latido. Por eso el planchado implica una sabia intuición de la condición encarnada, que es además fundamento del vestido: lo que en la persona aparece fuera corresponde a lo que se siente dentro.

La cocina y la mesa

Tomad y comed… (Mt 26, 26).— En la comida y mediante el lenguaje y los ritos que le son propios es como Cristo revela, anticipa y ofrece su Redención. Por eso mismo el arte culinario y el servicio de la mesa constituyen una pedagogía de Cristo y de su Iglesia. Lo que salva y vivifica es algo que se toma y se come.

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Tomad y comed.— Esto que dice Cristo también lo dice sin palabras nuestra comida cotidiana, cuando está aderezada y servida con cariño. Ella nos repite con voz de sabor el mensaje de la Última Cena, nos trae el regusto de aquella entrega y humildad.

Símbolo por antonomasia del don, la comida nos recuerda todos los días lo que Cristo dice, hace, pide y es…

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Danos hoy nuestro pan… A cada día le basta su afán (Mt 6, 34).—Las preocupaciones cotidianas encuentran su compensación y su alivio en la sobremesa familiar. El afán forma así una sola cosa con el pan. Lo uno y lo otro provienen de Dios y son para nuestro bien. De ahí que en la mesa, aparte de los alimentos, digerimos, degustamos e incorporamos los sucesos de la jornada, llevados cara a Dios.

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Y les dijo que le dieran de comer (A la hija de Jairo, recién resucitada: Lc 8, 55).— De la mortaja a la mesa, de la tumba al mantel: ordenándolo así Jesús parece interpretar la muerte como una especie de hambre, y la comida como un complemento de la resurrección.

Porque la comida, en efecto, no sólo sostiene la vida sino que la celebra. Y vivida con fe, entraña además una profecía de la vida futura.

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Os aseguro que no beberé del fruto de la vid hasta que lo beba nuevo con vosotros en el Reino de mi Padre… (Mt 26, 29).— Beber entre amigos conlleva brindar, y brindar es profetizar. El brindis de Cristo es la Pascua misma, a la que somos invitados en la Última Cena. Aquí y ahora nos emplaza Cristo al Allí y al Después: de la mesa de la tierra a la del Cielo; del fruto de la vid al disfrute de la Vida...

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El vino nuevo del Evangelio (Bodas de Caná, odres nuevos, Última Cena…).— Que sea nuevo no significa que tenga pocos años de crianza, ya que lleva siglos en la bodega del Antiguo Testamento. La novedad de este vino se refiere a lo que celebra, que es la eternidad adelantada. El sabor es añejo pero el brindis no: ¡He aquí que hago nuevas todas las cosas! (Ap 21, 5).

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No es conveniente que nosotros abandonemos la palabra de Dios por servir las mesas. Escoged, hermanos, de entre vosotros a siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, a los que constituyamos para este servicio. (Elección de los diáconos, Hch 6, 2-3).— Los primerísimos cristianos entendían la atención doméstica, en especial a los necesitados (en este caso a las viudas) como un auténtico ministerio apostólico, una forma eminente de anunciar el Evangelio de Cristo y dispensar su salvación.

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¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores? Y Jesús respondió: No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores (Lc 5, 30-32).— Para Jesús curar y llamar equivalen en esta ocasión a comer y beber, es decir, compartir la mesa. La comida adquiere cierto valor salvador siempre que él la preside. En cada mesa del hogar se presagia la misa del altar.

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Jesús, a quien ahora veo escondido. (Himno Adoro te devote).— El fin del plato exquisito no es perdurar en el tiempo, como las obras de un museo, sino justo lo contrario, ser consumido por los comensales. Y tanto mayor es su éxito cuanto más completa es su desaparición. El plato “se come”, en cierto modo, al cocinero; la obra cubre, con sabroso velo, a su autor.

Por eso Jesús elige el pan para su obra de arte, que es la Eucaristía. Y por eso el cuidadoso servicio de la mesa es pedagogía inestimable de la misa.

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Sacad ahora y llevad al maestresala. (Jesús a los criados en las bodas de Caná, Jn 2, 8).— Entre el milagro y sus beneficiarios quería Jesús que estuviera el profesional, el experto, que cata el milagro y lo degusta antes de ofrecerlo a los demás. La administración doméstica, representada aquí por el maestresala, hace de paladar de Dios.

¿Y no hay en todo hogar milagros cotidianos? Aunque pasen inadvertidos nunca falta alguien que sepa descubrirlos y saborearlos en su oración.

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Cocinar es unir. Es convertir el alimento en vínculo entre personas, hacerlo participable por muchos. Es sazonarlo de comunión, comunicarle sabor a familia. De modo que, como dice el Apóstol, formamos un solo cuerpo porque participamos de un mismo pan (1 Cor 10, 17).

Dios no da algarrobas crudas. Para los que somos sus hijos, Dios en persona nos amasa su Pan (cf. Lc 15, 16-17).

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¡Todo está a punto! (Mt 22, 4), exclama el rey de la parábola. ¿Y cuál es este punto propicio? Consiste en esa feliz combinación entre el aderezo de los alimentos, el apetito de los comensales y la disposición de los corazones. Cuando falla uno de estos tres factores el encanto de la mesa se desvanece. La comunión a que tendía decae o incluso fracasa.

¡Todo está a punto!— Esta misteriosa síntesis tiene su momento y lugar precisos, que es necesario observar. Pues la comida fraterna es figura de aquella fiesta de bodas donde Dios desposa a la Humanidad, o sea la Iglesia. La cita es aquí, en esta vida terrena, que para el Anfitrión eterno dura apenas un instante: lo justo para que aceptemos el convite...

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“Os doy lo mío pero condimentado, aliñado, hecho a vuestro paladar”. Esto insinúa Cristo con su parábola: He preparado mis terneros cebados, el banquete está listo. ¡El Cielo está en su punto! ¡Venga, empecemos ya aquí abajo! ¿Para qué esperar? ¡La tierra es un aperitivo, un entrante! ¿Qué es la Misa sino praelibatio, preludio, anticipo?

La fiesta se presagia. Aún no hemos atravesado la puerta y ya su aroma nos llega a este vestíbulo de la vida terrena. Basta un rato de oración, un roce con los sacramentos, un gesto de servicio a los demás, para barruntar lo venidero. ¿No oyes al gran Rey?: Todo está a punto: venid (Mt 22, 1-14).

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Preparas una mesa ante mí y mi copa rebosa (Sal 22).— No sólo preparas, Señor, el alimento para el comensal, sino el comensal para el alimento. Mediante la Encarnación del Verbo, tu cocinas lo divino para darle sabor humano. Y luego a nosotros, estos zarrapastrosos de los caminos, nos tomas, y lavas y trajeas y perfumas con tus sacramentos. ¡Dichosos los llamados a la cena de bodas del cordero! (Ap 19, 9).

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La cocina confiere al alimento “estructura humana”, es decir, alma y cuerpo. El arte culinario hace que la comida se parezca a quien se la come.

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Yo aquí me muero de hambre…me levantaré e iré a mi padre… (Lc 15, 17-18). El hambre de pan despierta en el hijo pródigo el hambre de filiación. Más que la sustancia alimenticia, lo que echa en falta es su sabor humano. Lo que añora no es tanto el pan como lo simbolizado por él: a su padre.

Este mensaje también lo proclama nuestra comida cotidiana: que pertenecemos a aquella casa donde Dios nos espera paternal con los brazos abiertos. El rito de comer juntos, con los usos y convenciones que lo acompañan —la compra, el guiso, los cubiertos, la sobremesa, etc.—, suscita el apetito espiritual por el auténtico “pan de los hijos”: Cristo. Un hambre que alimenta con sólo sentirla.

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En la mesa preparada se percibe el “hueco” de cada comensal. La silla vacía evoca su cuerpo, los cubiertos sus manos, y la servilleta su boca. Poniendo la mesa nos adelantamos al que viene y ensayamos su encuentro. Hacemos que los objetos saluden al que llega: “adelante, bienvenido, tu sitio es éste…”

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El reino de los cielos es semejante a la levadura que toma una mujer y mezcla con tres medidas de harina (Mt 13, 33).— Preparar la comida es al mismo tiempo prepararse para los comensales. Cocinar es en cierto modo cocinarse, aderezar el corazón para los que nos esperan.

ORACIÓN PARA OFRECER EL TRABAJO DOMÉSTICO

OH DIOS, que por medio de tu Hijo nos preparas la morada del Cielo y el banquete del Reino, acepta estas labores que me dispongo a realizar en tu presencia, para que por ellas mi casa se convierta en umbral de la tuya y remanso de paz donde tú, como el padre de la parábola, acojas siempre nuestro retorno y nos invites a la fiesta de tu misericordia.

JESÚS, que en Nazaret colaboraste con María y José en las faenas del hogar y que prometiste el Cielo a quienes te alimentan, visten, y atienden en la persona de los más humildes, enséñame a verte en los miembros de mi familia, y a servirte en ellos con la limpieza, el orden y el adorno de mi hogar, con la comida que preparo, la ropa que cuido, la educación que imparto, el dinero que administro, y tantas cosas más.

SEÑOR ESPÍRITU SANTO, Divino Huésped, inspira mi trabajo para que sea manifestación externa de lo que haces tú en la intimidad de nuestra alma, labrándola sin cesar con tu gracia y embelleciéndola con tus dones. Hazme vivir el hogar en su auténtica grandeza, como encarnación de la familia, escuela de humanidad, foco de cultura y lugar de encuentro contigo. Enséñame a conjugar los talentos que me has dado, y a promover la colaboración de toda la familia, de modo que este trabajo sea signo y fruto de la comunión que formamos.

MARÍA SANTÍSIMA, Reina del Cielo y Esclava del Señor, tú que criaste a Jesús en la casa de Nazaret, hazlo crecer también en la mía, de modo que mis familiares lo sientan cerca y lo amen cada vez más. Que contigo, Madre mía, aprenda yo el oficio doméstico y aproveche sus posibilidades de enriquecimiento personal y su misteriosa virtud de salvar y sostener almas. Que yo sepa desempeñarlo con competencia, creatividad y orgullo, sabiendo que es germen y pedagogía de todas las profesiones. Y que lo viva como tú en Nazaret, demostrando que servir es reinar, y que la verdadera soberanía interior sólo se alcanza dándonos a los demás en las cosas pequeñas de cada día.

DIVINA ADMINISTRADORA de la Gracia y Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros. San José, Jefe de la casa de Nazaret y Maestro de Jesús, intercede por tus hijos.

AMÉN.

Tema: Por qué no retrasar el primer hijo

Con las mejores intenciones de estar preparados como pareja y económicamente, muchos matrimonios esperan algunos años antes de traer su primer hijo al mundo
 
Por qué no retrasar el primer hijo
Por qué no retrasar el primer hijo
A Paola Binetti le interesa el fenómeno del aplazamiento de la maternidad y su visión es integral: lo analiza como neuropsiquiatra infantil, psicoterapeuta, presidenta de la Comisión Nacional de Bioética de Italia y senadora del partido La Margarita. Ella observa que en su país una de las causas más frecuentes son las dificultades laborales y la fuerte inseguridad que provoca la falta de garantías en la estabilidad profesional. Pero agrega: “Juega también un papel importante la costumbre de ver satisfechos todos sus deseos: la “ley del placer” hace que a menudo no sepan esperar para obtener lo que quieren. Esto, aplicado a la paternidad, los tiene convencidos de que para los hijos todo es poco”.

La doctora Binetti explica que la combinación de ambas cosas da como resultado adultos que si no tienen un trabajo seguro y bien remunerado como el que sus padres tuvieron desencadenan una crisis de madurez que los lleva a aplazar el nacimiento de los hijos. “De hecho, no son maduros para tenerlos, porque muchas veces en sus familias no han tenido la oportunidad de madurar en el sentido de responsabilidad que conlleva, por ejemplo, el cuidado de un hermano menor o de los abuelos... Son adultos que de niños se sentían y eran efectivamente el centro del universo socio-afectivo, y a menudo también económico-organizativo, de sus padres”, explica.

Según la senadora se da una situación paradojal: los matrimonios quieren esperar hasta estar preparados para tener un hijo, cuando en la realidad sólo cuando se deciden a tener un hijo logran la madurez necesaria para cuidar de ellos. “Sólo la responsabilidad hacia los demás permite salir de uno mismo y lleva consigo la esperanza de la madurez, del interés auténtico por los demás”, asegura Paola Binetti.

1. Un hijo, generalmente, contribuye a dar solidez y flexibilidad a la relación entre el hombre y la mujer.

Es común que en la primera etapa del matrimonio el hombre haga una fuerte inversión en sí mismo, en su trabajo y ascenso profesional, centrándose en sus propios desarrollos y sin darse cuenta de las necesidades de la mujer que son mucho más integradoras. Ella está convencida de la importancia de su papel en el contexto social, pero quiere que su compañero de vida la ayude a compatibilizar su futuro profesional con la familia que anhela formar. Un hijo es un proyecto de ambos, en el que los dos deberán invertir de su preciado tiempo. Es el proyecto común en que ambos deben mostrar lo dispuestos que están a darse y salir de sí mismos.

2. Un hijo enriquece el vínculo matrimonial.

Existen tres aspectos que caracterizan la calidad del vínculo: complementariedad, reciprocidad y asimetría. La complementariedad aparece como la expresión del deseo que uno tiene del otro y por ello la pareja vive la intimidad con una intensidad que no existe en otro tipo de relación. La reciprocidad es una dimensión ética importante, una plataforma relacional que le permite a cada uno salir adelante, sentir el matrimonio como un verdadero trampolín que lo protege y da fuerzas para expresarse hacia fuera de la relación. Y la simetría puede definirse como el elemento que da mayor solidez porque lleva a cada uno a definirse en la vida teniendo en cuenta las necesidades del otro sin perder de vista las propias. Al postergar o suspender a los hijos se corre el peligro de quedarse sólo en la complementariedad.

3. Los padres crecen junto con sus hijos.

La postergación del rol paterno va unido al “síndrome del retardo en la maduración”: retrasa la transición a la edad adulta porque trae tardanza en el desempeño sentimental. El hombre que no se vuelve padre sigue siendo un “hijo grande” empeñado en su realización personal y profesional, que pide a su propio padre legitimar este proceso, mejorando una autoestima que no logra darse a sí adecuadamente. Al tener un hijo, eso cambia y el “hijo grande” da paso al padre joven.

4. Tener un hijo lleva a un estilo de vida más sobrio y responsable.

Cuando un hijo nace en los inicios de la vida profesional, cuando la competitividad todavía no es excesiva, es posible que el hombre y la mujer decidan crearse modelos de organización flexibles y compatibles. Pero cuando el hijo nace en medio de la etapa de mayor exigencia profesional ya es más difícil echar pie atrás en un estilo de vida con altas exigencias competitivas. Tener un hijo a los 25 años permite soñar con otro a los 27 y un tercero a los 30…, pero también permite proyectarse para tener una vida más completa, creativa y plena incluso después de la jubilación.

5. Un hijo da un nuevo fundamento al pacto intergeneracional.

Con la baja y el retardo de la natalidad, en Italia no se habla ya de familias extendidas sino de familias “alargadas”, con una base pequeña y un alto grado de longevidad de abuelos y bis abuelos que están cada vez más solos y desvalidos. La solidaridad entre tres generaciones se vive con la llegada del nieto: los abuelos ayudan a los padres a cuidarlo para que los primeros puedan hacer frente a las exigencias profesionales, pero ellos a su vez transmiten la importancia de cultivar el cuidarse unos a otros, lo que garantiza a cada uno la ayuda que ha necesitado y soñado, con la gratuidad que naturalmente se da en una familia.

6. Un hijo necesita de la valoración y de la amistad de sus padres, lo cual es más fácil y natural cuando existe cercanía de edad.

Hoy se entiende como “bienestar” alargar la vida, pero el auténtico bienestar humano -a nivel social y familiar- lo brinda muchas veces la gente joven con su creatividad, la frescura de sus ideales, su humor y energía. Apostar por hijos es apostar por el propio futuro, pero esos hijos también necesitan de padres que puedan compartir sus ideales y vivencias. El reloj biológico define la calidad de las relaciones intergeneracionales mucho más de lo que las personas calculan.

7. En el plano social, tener hijos permite comprender más y mejor a los demás.

Cuidar a un hijo hace superar la cultura de los derechos individuales por una mayor responsabilidad social y vuelve a los padres personas más empáticas, capaces de captar las necesidades de los demás. Por otro lado, la mayor y mejor escuela de democracia es la experiencia familiar de hermandad. Llegado cierto punto puede decirse que la experiencia de paternidad y maternidad redunda en el propio desempeño profesional. Las herramientas para el éxito se enriquecen con las herramientas que brinda la experiencia familiar, llena de necesidades de organización, visión de futuro, entrega, comprensión y sacrificio.

8. Postergar un hijo significa valorar más otras cosas que, al final, no dan la felicidad.

No hay ningún trabajo profesional que dé la plenitud que como seres humanos necesitamos. Si no hemos crecido en profundidad interior, en capacidad de amar, terminamos ácidos, amargados. Así, la vejez es horrorosa.

9. La familia como valor en sí.

Una última consideración: a pesar de las crisis por las que periódicamente atraviesa, la familia sigue representando para los jóvenes algo deseado, algo a lo que todos aspiran. Representa un filtro a través del cual las auténticas situaciones de peligro decantan: la soledad, la vulnerabilidad, la tristeza. En este sentido cuando se habla de “nuevos modelos de paternidad”, atribuyéndolos la gente joven, se trata en realidad de nuestros propios miedos, en los que habitamos: querer proteger a los hijos de las crisis, la pobreza; es nuestro propio materialismo y consumismo. Los nuevos modelos son en realidad modelos de las generaciones precedentes. La libertad de los jóvenes de hoy está condicionada por el modelo de individualismo de la generación anterior. 

Tema: ¿Soy culpable de mí mismo?

Necesito abrir los ojos ante mi situación actual y verla con realismo y con esperanza.
 
¿Soy culpable de mí mismo?


Cada decisión deja una huella: en mi vida, en la de los seres cercanos, en otros corazones que no conozco pero que, de modos misteriosos, quedan bajo la influencia de mis actos.

Con el pasar del tiempo, las decisiones configuran un mosaico. Como enseñaba san Gregorio de Nisa, en cierto sentido somos padres de nosotros mismos a través de nuestros actos.

¿Qué imagen he trazado en mi alma? ¿Hacia dónde está dirigida mi mirada? ¿Qué busco, qué sueño, qué temo, qué lloro, qué me causa alegría? ¿Hacia dónde oriento el cincel cada vez que plasmo la estatua de mi vida?

Si los defectos dominan mi corazón, siento pena. Surge entonces la pregunta: ¿soy culpable de mí mismo? ¿Son mis decisiones las que me llevaron a esta situación de apatía, de tibieza, de orgullo, de envidia, de rencores?

En ocasiones busco la culpa fuera de mí. Incluso tal vez tenga algo de razón: hay personas que me han herido profundamente, que un día llegaron a provocar esa angustia o ese odio que me carcome a todas horas. Pero en otras ocasiones tengo que reconocerlo: la culpa es completamente mía.

Necesito abrir los ojos ante mi situación actual y verla con realismo y con esperanza. Sobre todo, necesito aprender a leer mi vida desde un corazón que me conoce como nadie: el corazón de Dios.

A Él puedo preguntarle si soy culpable de mí mismo, si me he dañado tontamente, si he permitido que me ahoguen asuntos insustanciales, si me he encerrado en un pesimismo dañino.

Luego, desde el diagnóstico del Médico divino, podré abrirme a su gracia para curar mi voluntad, para orientar mis pensamientos a un mundo nuevo y bello, para dar pasos concretos que me permitan perdonar y pedir perdón.

Será posible, entonces, que esa libertad con la que tantas veces he hecho daño, a otros y a mí mismo, empiece a ser usada para construir una vida nueva, desde la luz del Espíritu Santo y con la meta que embellece todo: amar a Dios y a los hermanos. 

Tema: Las 8 precauciones para proteger tu matrimonio de la infidelidad

Lo que empieza como una inocente amistad fácilmente se convierte en un tercero que interfiere en la pareja. Pensar siempre en los fallos del cónyuge, no dedicarle tiempo, ser despreocupado... acaba pasando factura.
 
Las 8 precauciones para proteger tu matrimonio de la infidelidad
Las 8 precauciones para proteger tu matrimonio de la infidelidad
Cada vez es más evidente que nuestra sociedad es especialmente hostil contra el matrimonio. En España existe el divorcio sin causa a los 3 meses de casados, mientras que las compañías telefónicas piden 6 meses de permanencia con nuestro móvil. Hay quien se casa sin valorar el compromiso de exclusividad y fidelidad.

Por eso, tiene sentido multiplicar las precauciones para proteger el matrimonio, algo que propone Jill Savage, fundadora en EEUU de Hearts at Home, un servicio que anima a las madres a dedicarse "a tiempo completo" al hogar y la familia.

Una inocente amistad

Jill pone un ejemplo. "Un padre que está en su casa en nuestro vecindario se ha convertido en mi mejor amigo", le decía una joven madre. "Vamos juntos con los niños al parque, a comprar, incluso cocinamos juntos una vez al mes; es un gran tipo", decía la mujer.

"Es evidente que ella no tenía ni idea del peligro de esta situación aparentemente inofensiva", escribió luego Jill Savage en un artículo. "La historia es siempre la misma: el cónyuge infiel desarrolló una relación que empezó como una inocente amistad, con alguien al que poder hablar, alguien que le escuchaba, que se preocupaba".

"Cada uno es tentado por sus propios deseos que le atraen y seducen; estos deseos, una vez concebidos, engendran el pecado, y el pecado, una vez crecido, engendra la muerte", cita Jill la Carta de Santiago 1, 14-15.

Plantar una valla de protección

"Necesitamos plantar un seto de protección alrededor de nuestro matrimonio, es decir, tomar decisiones ya, por adelantado, que mantengan la tentación lejos y hagan del matrimonio una prioridad", recomienda Jill como asesora familiar y matrimonial. En concreto, ella recomienda 8 precauciones para proteger la relación.

Precaución 1: Elige sabiamente.
Evita pasar tiempo innecesario con alguien del sexo opuesto. Por ejemplo, si buscas un entrenador personal en el gimnasio, elige mejor a alguien del mismo sexo que tú.

Precaución 2: Comparte sabiamente. 
Si un día te das cuenta de que estás compartiendo con alguien secretos e intimidades sobre ti y tu matrimonio que no ha compartido con tu esposo o que no lo haría, eso es una señal de alerta. Un lío emocional con alguien, incluso si no llega a ser sexual, también puede hacer mucho daño a la relación.

Precaución 3: Procura estar en sitios públicos. 
Haz el propósito de no citarte a solas con alguien del otro sexo. Si un compañero te invita a comer o a que le acompañes. haz que venga una tercera persona. No titubees en explicarle, si hace falta, que así lo has acordado con tu cónyuge. Puede servir para dar ejemplo.

Precaución 4: No seas inocente. 
La mayor parte de la gente que termina teniendo un lío no quería tenerlo; la infidelidad empieza como una relación inocente que termina alcanzando una profundidad emocional que cruza la línea de la fidelidad.

Precaución 5: Aumenta tu inversión en hogar.
Los matrimonios fuertes se consiguen pasando tiempo juntos, riendo juntos, jugando juntos. Si no tienes citas con tu pareja, planea ya citas para los meses que vienen y haz que pasar tiempo juntos sea una prioridad.

Precaución 6: Presta atención a lo que piensas.
Si todo el día estás pensando en los fallos de tu cónyuge, si el tiempo que dedicas a pensar en él o ella se centra en defectos y reproches, es fácil que cualquier otra persona pueda parecerte mejor y te atraiga. Haz una lista por escrito de los puntos fuertes que inicialmente te atrajeron de tu pareja. Aumenta el animar y apoyar y disminuye las críticas.

Precaución 7: No juegues a comparar.
Todos tenemos malas costumbres, manías y errores. Es muy tramposo comparar a tu esposa o esposo con un nuevo conocido, porque al recién llegado no lo estamos viendo en el mundo real, en el mundo de compartir techo, cuidar niños a las tres de la mañana, cuadrar cuentas, etc.

Precaución 8: Busca ayuda. 
Buscar ayuda es un signo de fortaleza, no de debilidad. Busca ayuda quien está dispuesta a presentar batalla, es un primer paso de fuerza. Acude a los sacramentos, mantente firme en tu fe, busca un sacerdote o un terapeuta familiar cristiano, un buen consejero, etc... te darán una perspectiva serena, valiosa, para establecer nuevas estrategias para proteger o defender o reconstruir tu matrimonio

Fuente: Religionenlibertad.com

Tema: Un extraño silencio sobre el adulterio

Vale la pena enfrentarnos al adulterio para denunciar sus males y para ayudar a tantos hombres y mujeres a huir de este pecado
 
Un extraño silencio sobre el adulterio
Un extraño silencio sobre el adulterio
El pecado de adulterio ha sido y sigue siendo algo muy frecuente en la historia humana. Surge por diversos motivos y lleva a resultados nefastos: infidelidad al propio esposo o esposa, tensiones en la familia, problemas con los hijos.

A pesar de la frecuencia de este pecado y de la condena firme que encontramos contra el mismo en la Biblia, un extraño silencio parece envolverlo en nuestros días.

Sí: se habla de pecados muy graves, como la trata de seres humanos, o el tráfico de drogas, o el crimen, o el robo, o la usura, o la especulación económica que daña a miles de inocentes. Pero del adulterio, ¿qué se dice?

Para que el tema no quede abandonado en el limbo del olvido, podemos entresacar algunas ideas presentes en el “Catecismo de la Iglesia Católica” (abreviado como CIC).

Una caracterización de este pecado aparece en dos números del Catecismo, en los cuales encontramos varias citas de la Sagrada Escritura. En el n. 2380, el adulterio queda definido así: “Esta palabra designa la infidelidad conyugal. Cuando un hombre y una mujer, de los cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque ocasional, cometen un adulterio”.

Inmediatamente después, ese mismo n. 2380 recuerda pasajes de la Escritura que hablan del adulterio:

“Cristo condena incluso el deseo del adulterio (cf. Mt 5,27 28). El sexto mandamiento y el Nuevo Testamento prohíben absolutamente el adulterio (cf. Mt 5,32; 19,6; Mc 10,11; 1Co 6,9 10). Los profetas denuncian su gravedad; ven en el adulterio la imagen del pecado de idolatría (cf. Os 2,7; Jr 5,7; 13,27)”.

El número siguiente explica la grave injusticia que se comete en cada adulterio. Quien lo comete “falta a sus compromisos. Lesiona el signo de la Alianza que es el vínculo matrimonial. Quebranta el derecho del otro cónyuge y atenta contra la institución del matrimonio, violando el contrato que le da origen. Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que necesitan la unión estable de los padres” (n. 2381).

Se trata de un acto que siempre es moralmente ilícito, que nunca puede ser llevado a cabo, ni siquiera para obtener algún bien (cf. CIC n. 1756). Por eso se explica cómo en los primeros siglos de la Iglesia el adulterio era considerado como uno de los pecados más graves, como lo eran también el homicidio o la idolatría (cf. CIC n. 1447).

Con una doctrina tal clara, y en un mundo tan confundido y manipulador, vale la pena enfrentarnos al adulterio para denunciar sus males y para ayudar a tantos hombres y mujeres a huir de este pecado. Y, si alguno ha caído en el mismo, para acompañarle, con respeto y tacto, a dar el paso que permita una conversión madura: reconocer que uno ha pecado, arrepentirse, pedir misericordia en el sacramento de la confesión, y reparar los daños causados en la propia familia.

Sólo con católicos valientes, que sepan imitar la audacia de san Juan Bautista al denunciar el adulterio de Herodes, incluso a riesgo de su vida (cf. Mt 14,1-11), podremos desenmascarar un mal dañino para cada matrimonio. Así, desde una auténtica conversión, muchos esposos superarán los males del adulterio, renovarán su amor, y trabajarán con más entusiasmo para ser fieles a sus compromisos matrimoniales.

Tema: El Amor en los Valores

 El papel que juega el amor en los valores, y un breve panorama sobre esta sección.
 Solo hay una cosa más difícil que hablar del amor y es hablar brevemente sobre él. Todos intuimos la necesidad del amor en nuestras vidas en todas sus manifestaciones: amor a los padres, a los hijos, en pareja, a Dios. Podemos tener graves dificultades para describirlo y aún mayores para entenderlo, pero todos percibimos cuánto lo necesitamos. Y precisamente por eso es un valor, porque sin él nuestra vida pierde todo su sentido. Amar y ser amado es uno de los grandes sueños de todo ser humano. La incesante búsqueda del amor puede llevar al más sensato a hacer una tontería, y es que ya decía Platón que el amor es una especie de locura. Otros autores han dicho que el amor es una puerta entre el cielo y la tierra, y esta metáfora puede tomarse en sentido poético, figurado o religioso siendo en todos los casos igualmente aplicable.
Sobre el tema del amor, hemos decidido dar una perspectiva más amplia. Definiciones de Amor y sus clases es un texto que comienza a esclarecer un poco qué es el amor con una perspectiva psicológica y antropológica. Como una de las primeras manifestaciones que nos vienen a la mente cuando pensamos en el amor es su connotación a nivel pareja, decidimos incluir el tema “El Eros y el Enamoramiento” para entender mejor esta faceta en particular. Por supuesto que el amor tiene aspectos agradables y otras no tanto, especialmente en lo que se refiere al amor en pareja, los cuales son tratados con más profundidad en “Es fácil enamorarse y difícil mantenerse enamorado”. Lo anterior nos lleva, por supuesto a hablar de “El amor en el matrimonio”. Queda muy claro a todos que el amor no solo se trata de parejas, por lo que “Educación en el Amor” será de gran utilidad para padres de familia. La “Reflexión sobre los sentimientos” cierra las puertas del segmento psicológico y antropológico para dar paso a las citas, textos y comentarios sobre el amor en el sentido religioso: Amor a Dios, Amor al Prójimo…
Esta brevísima introducción a este informe especial para valores te permitirá no perderte, pues algunos de los documentos son un poco largos, sin embargo quisimos que este tema tan importante no fuese solo un informe superficial. Para los textos largo, te recomendamos que los imprimas en papel, pues es mucho más fácil leer así que directamente en la pantalla.
Esperamos que esta sección te sirva para comprender mejor el papel del amor en todos los aspectos de nuestras vidas.
Fuente: Encuentra.com

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