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La Natividad de María - Capitulo III




María, llena de gracia
Al tener el privilegio de nacer inmune de pecado, o sea la parte negativa de su santificación, la plenitud de gracia verifica la parte positiva de esa admirable limpieza original del alma de María. Ya que el pecado es absolutamente incompatible con la gracia, la misma plenitud de gracia de la Virgen exige de por sí la ausencia, en todo momento, del pecado original y actual.
La gracia es una participación de la naturaleza de Dios en la creatura racional, que, entonces, vive de la vida de Dios es un don sobrenatural que infundido por Dios en el alma, nos hace justos, agradables a Dios y amigos suyos, sus hijos adoptivos y herederos de la vida eterna.
En el Evangelio de San Lucas leemos: " Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón llamado José... entrando junto a ella, le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo" (Lc l, 26-28).
Palabras semejantes de boca del arcángel en nombre de Dios no pueden menos de ser la expresión más palpable de la benevolencia divina, la que a su vez no puede ser menos que la plenitud de la gracia santificante. Esta sola prerrogativa de Nuestra Señora la haría de por sí acreedora al título especial de culto con que la honra el pueblo cristiano.

Perfecciones del alma y del cuerpo de María

Virtudes de la Madre de Dios
Juntamente con la infusión de la gracia santificante, la creatura racional, en el momento de recibirla, recibe igualmente las virtudes sobrenaturales, es decir, esas fuerzas indispensables para poner en actividad la vida nueva que le ha sido dada: la fe, la esperanza, la caridad y demás virtudes morales infusas que, juntamente con los dones del Espíritu Santo, constituyen la estructura del organismo sobrenatural, es decir, todas las facultades y poderes de obrar bien y practicar actos virtuosos que le sirvan para conseguir méritos para la vida eterna.
María Santísima, al recibir desde el primer momento de su concepción la plenitud de gracia, conjuntamente fue adornada de la más profunda fe, de la más confiada esperanza y el más encendido amor de caridad con Dios y los prójimos, además de la infinidad de virtudes morales.
En el Evangelio y en la tradición cristiana aparece María llevando a la ejecución en grado heroico todas las más hermosas virtudes de que Dios adornó su alma, para que fuera digna Madre de Cristo, Dios y hombre verdadero.
"Bienaventurada la que ha creído que se cumplirán las cosas que se le han dicho de parte del Señor " (Lc l, 45)
No podría darse mejor testimonio de la fe profunda de Nuestra Señora que esta expresión inspirada de su prima Isabel.
La esperanza anima toda la existencia terrena de Nuestra Señora: en virtud de ella resplandece el misterio de su soledad y sacrificio; la vemos asimismo en la espera de la venida del Espíritu Santo, en el Cenáculo, con los apóstoles: "Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con las mujeres, y con María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos." (Act l, l4)
La inmensa caridad de María la llevó a aceptar todo el peso del sacrificio que la vida, pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo le imponía para realizar los designios de Dios en beneficio de la humanidad.
No faltan, dentro de la notoria sobriedad evangélica en todo lo referente a la Madre del Señor, ciertos rasgos simpáticos de esa inmensa caridad y misericordia de la Virgen, como en las Bodas de Caná:
"Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea, en la que se hallaba la madre de Jesús... Y como faltase vino, dijo a Jesús su madre: No tienen vino... La madre dijo a los sirvientes: Haced lo que El os diga" (Jn 2, l, ll)
También expresa el breve relato evangélico las demás virtudes morales de Nuestra Señora: su humildad, que la hace considerarse "sierva del Señor", al mismo tiempo que era designada su Madre: "Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra "(Lc l, 38)
Esa humildad profunda que atrajo las bondades del cielo: "Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humilde condición de su sierva." "Porque desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones." ( Lc l, 48)
La obediencia ciega a los designios de Dios, por difíciles e incomprensibles que parecieran: "Se apareció en sueños el ángel del Señor a José y le dijo: " Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise... "Muerto Herodes, un ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre, y vuelve a la tierra de Israel; porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño " (Mt 2, l3,l9)
La prudencia resplandece en su posición discreta y sencilla, a pesar de la altísima dignidad, pero conforme en todo a la economía con que Jesús se manifestaba; la justicia en su exactitud en el cumplimiento legal de la purificación: " Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la Ley de Moisés, lo subieron a Jerusalén para ofrecerlo al Señor... Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: He aquí que este niño está destinado para ser caída y resurgimiento de muchos en Israel..." (Lc 2, 22,38)
La fortaleza, que la distingue como "Reina de los mártires", es la virtud que resplandece en ella durante la pasión y muerte del Señor.
"Y una espada atravesará tu alma, para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones " (Lc 2,35)
La virtud de la templanza resalta de una manera peculiar en la virginidad perpetua de la Virgen. 


Virginidad perpetua de María
a. - La virginidad corporal o integridad física que supone la carencia total y perpetua de todo deleite carnal en la Virgen;
b. - La virginidad esencial del alma, o sea la voluntad de evitar todo cuanto se opone a la perfecta castidad, y
c. - La virginidad integral del sentido, o sea la inmunidad de los movimientos de concupiscencia de la carne y del placer venéreo, de tal manera que no experimentara nada menos casto.
Sin embargo, cuando nos referimos a la Virginidad perpetua de la Madre de Dios, nos referimos a la primera, es decir, a la corporal, puesto que la segunda y la tercera son consecuencias necesarias de su Purísima Concepción y de su plenitud de gracia.
La virginidad corporal de María subsiste:
l.- ANTES DEL PARTO, en la misma concepción, puesto que, según leemos en el Evangelio de San Lucas, concibió a Jesús, no de varón, sino fuera de todo concurso humano: " la virtud del altísimo te hará sombra" (Lc l, 37)
2.-EN EL PARTO, porque dio a luz a su Hijo sin violar, romper ni perforar o desgarrar el sello de la virginidad, sin dolor, por especial y portentoso milagro del poder divino "Como el rayo del sol pasa a través de un cristal sin romperlo ni mancharlo", según la hermosa expresión del catecismo del P. Astete. De manera que la mente humana se resistiría a admitir si no estuviera en el misterio de la fe.
3.-DESPUES DEL PARTO, es decir, que después del nacimiento de Cristo tampoco hubo consorcio alguno con varón, y por consiguiente no tuvo otros hijos, y ni siquiera perdió la integridad de su cuerpo de manera puramente accidental.
La triple virginidad de María antes del parto, en el parto y después del parto es un misterio de fe católica, proclamado en el Concilio Lateranense bajo el Papa Martín I, en el año 649, y también en el Concilio III de Constantinopla en el año 68O. Sin embargo, ya antes esta verdad estaba en el patrimonio de la fe cristiana.
Los primeros en proferir injurias contra este inefable privilegio de la Madre del Señor, fueron los judíos, al decir que Cristo nació verdadera y propiamente engendrado por José; más tarde completaron la farsa blasfema atribuyendo el nacimiento de Jesucristo a la obra de un soldado romano llamado Panther o Pantheres, conseja heredada por muchos protestantes y racionalistas que ven con mucho agrado la confusión entre "Parhenos", sustantivos griego que significa "Virgen", y "Panter" o "Panteros", nombre propio de un varón.
La definición del Concilio Lateranense dice:
" Si alguno, en conformidad con los santos Padres, no confiesa que la Santa Madre de Dios y siempre Virgen Inmaculada María... concibió del Espíritu Santo sin concurso de varón, y que ésta engendró incorruptiblemente, permaneciendo insoluble su virginidad después del parto, sea condenado".
El Evangelio nos ofrece el más claro testimonio de la Virginidad perpetua de María por boca de ella misma en esa hermosa expresión con la que respondió al saludo del Angel "María dijo al ángel: ¿ Cómo será esto, pues no conozco varón? " (Lc l, 34)
Expresión que indica un voto emitido, en un presente admirable, "a lo divino", y que significa: no conozco, ni he de conocer, significado este que fue refrendado por la misma autoridad de Dios, al explicarle inmediatamente el Angel del Señor: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y llamado Hijo de Dios" (Lc l, 35)
Igual explicación ofrece el Angel del Señor a su esposo José: "Estando desposada María su madre, con José, antes de que convivieran se encontró encinta por virtud del Espíritu Santo". " José, su marido, siendo justo y no queriendo denunciarla, resolvió dejarla secretamente".

Estaba pensando en esto, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueño y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir contigo a María, tu mujer, pues su concepción es del Espíritu Santo." (Mt. l, l8,2O)
La antigua tradición llamaba siempre a María con el título de Aeiparthenos, palabra griega que significa: La siempre Virgen, expresión que, a la verdad, contrastaba enormemente con el ambiente pagano, y se hacía incomprensible para aquellos cuyas mejores vírgenes eran nada más que prostitutas sagradas.


Matrimonio de María con José
La perpetua virginidad de María no es obstáculo para que entre ella y San José hubiera un verdadero matrimonio. Además del testimonio evangélico de que " Estaba desposada con José " (Mt l, l8) y de que después "la recibió como esposa" (Ibid. 24), tenemos la clara explicación de que, si bien el consentimiento matrimonial tiene que tener, para su validez, como objeto el derecho mutuo al uso del cuerpo del otro cónyuge, ese derecho muy bien podía estar condicionado a un propósito, también mutuo, de no usarlo, propósito que, después del matrimonio ratificado, podía muy bien convertirse en un mutuo voto sin invalidar el mismo matrimonio. En este caso se junta un verdadero matrimonio con una verdadera virginidad, y no hay lesión alguna de la virtud de la justicia que regula los derechos matrimoniales.
Santo Tomás de Aquino presenta como razones que pueden demostrar la conveniencia de que Cristo fuera concebido y naciera de Madre Virgen:
a.- La dignidad del Padre, ya que, siendo Cristo verdadero y natural hijo de Dios, no convenía que tuviese otro Padre que compitiese con Dios tal dignidad;
b.- Su mismo nombre y calidad de Hijo o Verbo de Dios que excluye toda corrupción del espíritu;
c.- La dignidad del Hombre-Jesús, que no debía tener en su origen nada que fuera pecado, puesto que había venido a borrar el pecado del mundo;
d.- Por el fin de la encarnación del Verbo, que era para que los hombres renacieran hijos de Dios.
Sin embargo, esa misteriosa conjunción de maternidad y virginidad es siempre un misterio impenetrable, objeto exclusivo de la fe, la cual simplemente se apoya en la autoridad de Dios y en su poder infinito, que, como el ángel Gabriel explicara a la Virgen, "porque nada hay imposible para Dios" (Lc l, 37)


Perfección del cuerpo de María
Recordemos que, siendo María inmune del pecado original y, por consiguiente, de todas las taras que trajo este consigo, también tenía que quedar inmune de las imperfecciones de cuerpo y espíritu que son efecto de ese pecado, y libre asimismo de los desórdenes consiguientes.
De ahí que debamos suponer una hermosura corporal sin igual, una proporción de todas sus partes cual describe Salomón en su esposa (Cantar de los Cantares, c,4,), y más todavía, una nobleza de cualidades sensibles y espirituales cual se debía a quien había de ser la Madre de Cristo, pedagoga y reina del mejor hogar que han conocido los siglos, el de Nazaret.
Cuando nos referimos a la belleza corporal de Nuestra Señora, debemos de tener presente que no hay una belleza ideal para aplicar a Nuestra Señora; la iconografía universal se ha encargado de demostrarlo. Así es como, por ejemplo, la belleza ideal que en España o en Italia se atribuye al cuerpo de Nuestra Señora, es muy distinta de la que se tiene en Japón o en Africa Central o en Indoamérica. El tiempo también ha contribuido a fomentar este concepto, de manera que hoy a muchos dice mucho más una imagen estilizada y deshumanizada de la actualidad, que un cuadro del Renacimiento, o una talla antigua.

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