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El adviento y la familia

Autor: Padre Pedro Hernández Lomana, C.M.F. 

 

Ciertamente el adviento es una época corta, generalmente un mes, en el que sin darnos cuenta nos sentimos movidos, por lo que el medio, la sociedad, nos presenta. Y, por supuesto, se nos anticipa lo suficiente, para hacernos sentir mucho mejor, dicen. Es un medio que parece caliente, amable, pacífico como el que realmente ofrece el titular de su navidad. Y ciertamente, la navidad, así escrita, aparece, incluso en nuestros periódicos, más de lo que quisiéramos, y con contenidos diferentes del todo a su significado original. Se trata, por supuesto, de hacer una navidad comercial, y en eso están empeñados, muchos de los que no tienen la más mínima idea de lo que es Cristo y el Cristianismo, y otros que la tienen, pero prefieren el dinero, a lo que Cristo desempeña, porque es claro, que El nos dijo, que su tema es el amor. Por supuesto, también es cierto, me refiero al verdadero cristiano, que a nadie le agrada que usen su nombre sin el valor y respeto que él tiene, y que ha venido engrandeciendo, incluso, a través de siglos, la historia más digna de la humanidad. 
Pero ¿no os dais cuenta de que nos han robado, del todo, el adviento, como antes lo han hecho de la Navidad? Y no me negaréis que este, es un momento fuerte dentro de los que sentimos querer los caminos que la Iglesia nos da, para nuestro mejor ser, y crear sobre todo, una conciencia de que estamos madurando en las ideales de Cristo, atacando todo aquello que no es válido a la construcción del Reino de Dios entre nosotros.

Veamos: antes de la venida de Cristo, la Iglesia nos pone cuatro domingos, generalmente, para preparar su llegada. Cuando hablamos de su venida, hay dos aspectos importantes, muy importantes, y que necesitan verdadera solución, los dos. Primeramente nos preparamos, para su segunda venida que no sabemos cuando va a ser, pero que, ciertamente, al menos para cada uno de nosotros, ello sucede cuando morimos. Así de sencillo. Para alentarnos y movernos, viene ese mundo apocalíptico que es difícil de entender, y que quiere presentarnos el momento de la real venida segunda del Señor. En él se complican el mundo, cielo y las estrellas. Jesús es Dios, y ciertamente va a venir, cuando le parezca oportuno, de una manera majestuosa, como rey, porque nadie podrá interpelarle, y en la que va poner cada persona y cosa, en su sitio. De esto, no hay duda.

Pero además, y aquí nos viene, en la Navidad, celebramos el nacimiento histórico de Cristo. Felizmente, los evangelistas nos han dado datos que, en general, nos entregan una idea de cómo y por qué vino Jesús al mundo. Nosotros somos deficientes, -es decir, nos caemos con frecuencia-, e históricos, y necesitamos por ello, recordar los momentos más importantes de nuestra vida para recoger su mejor sentido, y renovar su valor. Es evidente que como históricos, y religiosos, celebramos días que tienen que ver con lo uno y con lo otro. Así celebramos el día histórico de la independencia de nuestra patria. Y también celebramos los históricos religiosos. Somos conscientes de que estos, los religiosos, son más coherentes y transcendentes que todos los demás. En concreto con nuestra Navidad nos pasa así, y por ello lo celebramos desde momentos inmemorables, y con calor siempre muy divino y humano. Porque el mensaje que se nos da es válido para toda la humanidad, pues toda la humanidad necesita dar respuesta a su salvación eterna, y toda la humanidad es consciente, de que cada año, hay que vivir las experiencias maravillosas, que nos presenta la fe, por sus consecuencias para nosotros, en lo que se refiere a nuestra eternidad.

El adviento prepara entonces todos estos detalles que tienen que ver con nuestra maduración humana, nuestra puesta a punto, en orden a vivir en la seguridad de que estamos siguiendo los delineamientos que Cristo nos da. Para ello es necesario ganar cada día para que el Reino de Dios venga. El Reino de Dios es Justicia, amor, y paz.

Este es el momento de perfilar sin duda tantos detalles rotos o deshilachados de nuestro hogar. De mirarnos hacia dentro, y ver qué podemos perfeccionar en orden a celebrar una Navidad, verdaderamente feliz. Por ello el adviento debe ser un momento de austeridad personal y familiar. Austeridad que pone el acento en tantas cosas de menor importancia que durante el año nos han tenido fuera de sintonía con el hogar. Ellas son generalmente materiales, medios, que es claro necesita el hogar, pero que en la medida en que la armonía que, en la relación se necesita, se descompone el fluido que la alimenta, entonces todo se viene abajo, y las tensiones mutuas descomponen el resto de lo que necesitamos para vivir en paz.

El consumismo es una evidente consecuencia de esta actitud de buscar el dinero por encima de todo. Queremos creer, al principio, que sin, tantas cosas que necesitamos, la felicidad va a ser un intento imposible. Pero no tardamos mucho tiempo en convencernos de que eso, no nos da la felicidad verdadera. Porque advertimos que los valores superiores dejan de alimentarnos,...el diálogo, el amor, la ternura, la escucha... y otros, y empezamos a sufrir cuando las atenciones humanas desaparecen, casi del todo. La inseguridad, entonces, en el amor, es un tormento difícilmente pesable. Por ello, qué bueno, que el adviento nos pueda dar un poco de aire nuevo para encontrarnos de verdad a nosotros mismos. Para, en un sabroso diálogo abierto, que propician estos tiempos, encontremos en la austeridad, las claves de un nuevo caminar, que nos hace ver, como no necesarias, tantas cosas que hasta ahora creíamos. Y es que la austeridad pone en claro, lo importante, frente a lo accesorio, idea que tanto mueve, por ejemplo, el segundo domingo de adviento.

Al mismo tiempo la liturgia de estos días, hace hincapié en la vigilancia. Parece mentira que siendo tan débiles, nos olvidemos tan pronto de la coherencia del trabajo paciente para vencer los vicios o tendencias negativas que llenan nuestro ser personal. No es fácil comprender a un hombre que no tiene en cuenta que sus tendencias ofenden. Evidente, que no le importa que, al vivir en comunidad, esa actitud moleste, y ello indica, por cierto, falta de cortesía al principio, pero no mucho más tarde, la actitud se identifica con el desinterés por los valores del hogar, y entonces lo que había de hogar se difumina.

Ahora, en adviento, debemos cuidar el trabajo paciente para dominar estas tendencias negativas. Es claro, que con un día de trabajo o esfuerzo por el control de nosotros mismos, no hacemos nada. Necesitamos tiempo, meses si queréis, por eso qué buenas las cuatro semanas de adviento, para ir dominando la fiera que tenemos dentro. Lo bueno es que, si queremos los dos esta superación, nos ayudaremos mutuamente a que estas tendencias se vayan poco a poco agachando, desapareciendo, y en la confianza que este esfuerzo, y el buen ánimo consiguiente ofrecen, superando.

Pero la vigilancia nos va a seguir haciendo falta en adelante. Nunca, en una buena reflexión, debemos olvidar que la maduración humana exige este esfuerzo continuado, y que el adviento lo asegura, si tenemos un ápice de cristianismo, y alguna ilusión por vivir las maravillas de un hogar sano.

Por otra parte, la preparación del pesebre, nos ayudan a vivir la experiencia familiar en un verdadero mundo de amor y corresponsabilidad. De ahí la importancia de este tema. Y todo ello nos llevará, apuesto, a que la Navidad sea para nosotros, no solo fuente de alegría, sino sobre todo fuente de felicidad encontrada al aire del nacimiento de este niño, que se hizo carne para salvarnos, y que nos motivó a la lucha, de verdad, contra nuestra comodidad destructiva. El abrazo, y el desearnos felicidad, el día primero del año, al tomar las uvas, debe ser el síntoma de nuestra comunión en Dios, de nuestro amor de familia, que no se contenta con menos, que la felicidad eterna. Feliz Navidad, mis queridos lectores.

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