INTRODUCCIÓN:
Estas reflexiones son para compartir y para comentar, pero sobre todo para orar, preferentemente con la
Biblia abierta...
Y aunque son para todos, por cuanto tratan de algo tan universal como la persona y sus relaciones, la
felicidad y el bienestar, son reflexiones dirigidas primordialmente a las parejas, tanto a las que ya viven en
el santo estado del matrimonio como a quienes consideran acometerlo.
El uso que hacemos de la voz “hombre” es siempre refiriéndonos a los dos géneros de la especie humana.
Cuando no es así, empleamos los términos “varón” o “mujer”.
Hay pensamientos propios, fruto de la vivencia y de la reflexión, pero también muchas aportaciones de
otros, así como cosas oídas y leídas por aquí y por allá, por lo que pido de antemano perdón por no poder
dar crédito a todos cuantos lo merecen. Por eso es que el uso de este material es pastoral y no editorial.
EL FIN DEL HOMBRE:
El fin del hombre -ser humano- en cuanto persona es amar.
Dios ha llamado al hombre a la existencia por amor, es decir, por sí mismo, por cuanto Dios es amor. El
amor es, por consiguiente, la vocación fundamental de todo ser humano, y en su persecución radica todo
el sentido de la vida.
A todos los seres humanos nos gusta que nos amen y nos traten como personas. El mayor don que Dios
puede transmitir a un hombre es el de introducirle, contando siempre con la libertad concedida al ser
humano, en la corriente del amor infinito que constituye esencialmente a Dios. Dicho en términos quizás
más sencillos: La máxima perfección y la más completa dicha que alguien puede lograr es amar: “Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. Yo el Señor.” (Levítico 19:18). (Ver Mateo 5:43 ss.; 19:19; 22:39; Marcos
12:31; Lucas 10:27; Romanos 13:9; Gálatas 5:14; Santiago 2:8). “Porque de tal manera amó Dios al
mundo, que ha a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna.” (Juan 3:16). Sólo en el amor encontrará el hombre su perfección, y, por consiguiente, su felicidad.
El amor afirma al otro en su calidad de “otro”. El amor se deleita en la diferencia. Amar a una persona es
confirmarla en su ser... Hacer de ella un “tú” consciente, dotado de densidad, de peso específico. Por lo
tanto, la fuerza irrefrenable del amor obliga a inclinar la balanza en favor de la persona amada, del “tú”,
de los “otros”. Dice el poeta Pablo Neruda: “A nadie te pareces desde que yo te amo.” Es decir, que el
amor hace brotar en toda su pujanza al ser amado, haciéndole verdaderamente real; dibujando en él o en
ella los perfiles conscientes de su singularidad. La mayoría de los seres humanos creen equivocadamente
que el amor surge en virtud de un objeto, pero la verdad es que el verdadero amor es una capacidad, una
capacidad para amar.
Alguien ha dicho que Ano existe el amor, sino el acto de amar”... Por eso “El Verbo es Dios”, y “Verbo” es
“Palabra”, “Palabra activa”, “Acción creadora”... El auténtico amor es hijo de la libertad, nunca del
dominio... El amor basado en el afán de dominación es sadomasoquista.
RELACIÓN:
La persona no es individuo, sino relación. Vivir es “con-vivir”, es decir, “vivir con otros”. Dios nos creó para
“convivir”, no para “competir”, del latín “competere”, que fue originalmente
Air al encuentro una cosa de otra”, derivado de “petere”, que es “dirigirse a”, “pedir”; pero que con el
paso de los siglos ha llegado a significar lo más opuesto: “pugnar”, “luchar”, “contender”. Vivir es también
“ser vivido”, del mismo modo que mirar es “ser mirado”.
Dice D. Antonio Machado, en Proverbios y Cantares”:
“El ojo que ves
no es ojo porque tú lo veas,
es ojo porque te ve.”
Y añade una coplilla popular:
“Mis ojos en el espejo
son ojos ciegos que miran
los ojos con que los veo.”
Yo llego a ser “yo” en el “tú”.
El peligro es que “yo” y “tú” podemos cosificarnos, embrutecernos...
Y “cosificar” es ver y tratar a una persona como si fuera una Acosa”.
De ahí la trascendencia de saber que no pertenecemos al orden de las cosas, sino a la Palabra de
Dios, a esa luz verdadera que alumbra a todo hombre, y que nos anhela ardientemente.
Pero también tenemos frente a nosotros la opción de personificarnos...
Tengamos presente que las mejores “cosas” de la vida no son “cosas”...
Sólo la personificación puede vencer a la cosificación.
Por eso es urgente reconocer el carácter misterioso y sagrado de la existencia.
La enfermedad del espíritu del hombre radica en la frecuente carencia del “tú” en el “yo”
¿Por qué es esto así?
Porque el hombre no puede jamás encontrarse a sí mismo...
Porque sólo puede encontrarse en el “tú”. Y dado que el “yo” y el “tú” sólo existen en relación mutua, no
hay tal cosa como un “yo” absoluto sin un “tú”, del mismo modo que tampoco puede haber un “tú”
absoluto sin un “yo”.
Por eso el Señor dice “Yo Soy el que Soy” (Éxodo 3:13-14), pero no dice tal cosa como “Yo soy Yo”, pues
de ser así, el Señor no se pondría en contacto, en relación, con nosotros. “Yo Soy” es “Yo Soy el que se
pone en relación con el “tú”. Dios no cierra su “Yo” ante nuestro “tú”; no afirma y cierra su posición, su
identidad, sino que abre su relación con el “tú”... Esa es la Revelación... Tenemos que atrevernos a decirlo:
Dios no existe para sí, sino hacia nosotros. Y por eso se nos revela como “amor”, en el “amor” y para el
“amor”. Por eso es que nuestro pecado nos separa de Él y de los otros. Esa es una gran lección para
nosotros, pues sólo así podemos vencer con nuestra personificación sobre nuestra tendencia natural a la
manipulación, a la cosificación. Esto es lo que significa “ser con los demás”. Y ser con los demás es ser
diálogo...
Ser “diálogo” es estar dispuesto a “cantar en dúo”.
No podemos dejar pasar este momento sin explicar que “existencia” es “ek-sistencia”, es decir,
“procedencia de otros”. Lo más contrario a la existencia es la “ego-sistencia”... La auténtica existencia es
“no-egocéntrica”, sino “ex-céntrica”, “inter-comunicada”... Y esto sólo es posible en la medida en que
nuestra “ek-sistencia” (“ek” = “fuera de”) comparte, es decir, “com-parte” su centro con otros. Volvamos
a escuchar a D. Antonio Machado: “Poned atención: Un corazón solitario no es un corazón.” Una
“persona” no puede ser un “yo” cerrado o clausurado sino un “yo-contigo-y-con-nos-otros”. La relación
personal sólo es posible en el “perderse-encontrarse”, en el “desposeerse-poseerse”. Amar es
desposeerse en beneficio del amado... Es “desaparecer” en beneficio del amado... Es “vivir para ti, a fin de
que tú te eleves hasta las más altas cumbres del amor-perfeccionador”... Amar es dedicarse a sacar del
“tú” amado ese mejor “yo” que hay en él o en ella, y que ni él ni ella podrían jamás llegar a conocer, para
presentárselo como regalo absolutamente singular e irrepetible... Por eso es que Dios, quien es amor,
llama a Abram a salir de su tierra y de su parentela hacia un país nuevo que Dios mismo le mostrará.
Y en el amor auténtico entre los humanos se produce exactamente lo mismo: Es salir de sí hacia una tierra
nueva que Dios mostrará, que nos hará auténticamente forasteros, y que se apoderará completamente de
nosotros para envolvernos en la aventura sin fin de hacer que el ser a quien amamos sea verdaderamente
él o ella misma; es decir, distinto a nosotros.
Para esto es menester estar muy seguros de ser “persona”...
De no ser un “hijo o hija del azar”... De no ser parte aislada de un universo abandonado, a la deriva. Para
esto es imprescindible saber que has sido pensado, amado, querido y creado por el Dios
Vivo y Verdadero, con amor personal e infinito.
Es imprescindible reparar en el hecho de que un día, antes de todas las cosas, fuiste un pensamiento de
Dios... Amamos, pues, cuando nos entregamos enteramente a la afirmación del otro. Y, considerando que
nuestra mayor necesidad es la de amar y ser amados, hemos de recordar las palabras de nuestro Señor
Jesucristo: “Más bienaventurado es dar que recibir.” Únicamente posee quien da... Y quien más posee es
quien más se da... ¿Por qué?
Porque el “ser” vale inmensamente más que el “tener”... Porque quien más regala de sí es quien más
posee lo que nadie puede robarnos, lo que tampoco podemos jamás perder.
Las manos humanas se llenan tanto más cuanto más vacías se quedan de amor y por amor.
Hemos sido llamados y capacitados para multiplicar lo que, teniendo un altísimo valor, carece, sin
embargo, de precio... Al menos, de precio que nosotros podamos pagar. En el egocentrismo aislacionista
no puede nadie hallar su identidad. La identidad sólo puede hallarse en la alteridad, en el otro, en el tú.
“Alterificar” (“alter = otro”) es hacerse otro, sin dejar de ser uno mismo... Es buscar la felicidad propia en
la felicidad del otro... Es la dialéctica de pasar del “uni-verso” al “multi-verso”.
Sólo es persona quien ama, por cuanto “persona” es la antítesis del “ego-centrismo”.
“Persona” es encuentro, adviento, acontecimiento, y, por consiguiente, es el rechazo del “absurdo”, que
consiste en permanecer “ab-surdus”, es decir, “sordo ante” el “otro”.
Por eso es que cuando amamos nos interesamos por la persona amada. Y conviene aquí tener muy
presente que “inter-es” es la sustantivación del latín “interesse”, derivado de “esse”, “ser”, combinado
con “inter”, “entre”...
Es decir, “vivir nuestro ser” entre los demás; de lo que se deduce que “interesarnos” es “desvivirnos por el
tú”, cuya persona nos “inter-esa”.
Todas las relaciones humanas son positivas cuando proceden del “des-inter-es”; es decir, cuando nosotros
dejamos de ser el centro.
Continuará
1 comentarios:
Excelente reflexiòn que lleva al ser humano a valorar a quien tiene a su lado y a las maravillas que tiene a su alrededor. Nos invita a imitar a ese ser perfecto lleno de amor JESUS quien viviò una vida perfecta en medio del pecado, dandonos ejemplo de como debiamos vivir los hombres regalando un poquito de ese valor que no tiene precio EL AMOR A DIOS Y A NUSETRO PROJIMO.
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