Un tema desarrollado por el Padre Jesús Martínez García.
INTRODUCCION
Si hay algún tema que interese a la gente joven, hoy como ayer, es el del Amor. Porque
realmente es un tema importante, ya que nosotros estamos hechos para amar. A todos nos
repugna el amor propio de los demás y agradecemos los detalles de cariño y de interés por
nosotros.
Acabo de escribir la palabra Amor con mayúscula. Realmente habría que emplear esa
palabra con mayúscula para referirnos a la Caridad, al Amor de Dios, que es un amor de orden
sobrenatural. Aquí no nos vamos a referir al amor en este sentido, sino al buen-amor humano,
ése que enriquece a la persona y que la lleva a su plenitud humana. Y lo designaré con
mayúscula para distinguirlo del enamoramiento o de otras cosas a las cuales se las designa
con ese nombre aun cuando no lo sean.
Vamos a hablar aquí, pues, del Amor humano. Pero sucede hoy día que la palabra Amor,
como la palabras Libertad, Paz, Justicia o Familia tienen un contenido diverso según quien las
diga. Importa mucho, por tanto, saber lo que es realmente el Amor humano para no
engañarnos, ya que un error en tema tan fundamental puede traer como consecuencia la
infelicidad.
Como se podrá comprobar, no se pretende agotar el tema en estas pocas páginas;
podríamos pasarnos horas y horas hablando sobre el Amor. Y eso es lo que me gustaría, que
con base a estas reflexiones, dialogues con tus amigos y amigas.
II. ELEMENTOS DEL AMOR
4. Somos como somos
A continuación vamos a examinar cómo somos las personas. Cada uno tenemos nuestras
particularidades, pero coincidimos en aquellas cosas que hacen que seamos personas
humanas. Es decir, tenemos en común muchas cosas. Cada uno somos una unidad sustancial
de alma y cuerpo; pero además en nosotros hay más facetas que tenemos que tener en cuenta a
la hora de analizar las cosas que nos suceden o que tienen que ver con el Amor.
Antes de pasar adelante, conviene dejar sentado un principio importante, que todos estos
elementos -cuerpo, afectividad, tendencias, etc.- son siempre “humanos”, afectan o proceden
de una persona que tiene una dignidad muy superior a la de los animales o a la de los seres
materiales. Conviene tener esto en cuenta para no reducir al hombre a la categoría de animal
un poco más perfecto que los demás animales, porque piensa y quiere. La persona humana, en
realidad, no es un animal más evolucionado, sino que es otra cosa, otro tipo de ser –un
espíritu encarnado-, con una dignidad tal que todo lo que hace o le sucede es “humano”.
Si esto no se aprecia, se podría imaginar que todo lo que le sucede a nivel corporal,
afectivo o sexual, debería regirse por las normas de los animales, o se podría considerar sin
más a una persona como un número más de un género o de una estadística.
5. ¿Mi cuerpo es mío?
Hablemos en primer lugar del cuerpo. En realidad nosotros no tenemos cuerpo, en el
sentido de que nosotros seamos espíritu, y que el cuerpo sea algo que ajeno a nosotros.
Nosotros no tenemos cuerpo, somos alma y cuerpo humanos. Como el cuerpo no es algo
disociado de nosotros mismos, y no somos dueños absolutos de nuestro ser, sino que debemos
seguir unas normas morales, no debemos hacer con el cuerpo lo que nos venga en gana: no
debemos vendernos como esclavos ni autolesionarnos. Tampoco el cuerpo debe de ser un
juguete para divertirse, pues es algo de nosotros mismos, y nosotros tenemos un fin.
Utilizar el cuerpo para el placer inmoral, por ejemplo, es utilizarse a sí mismo, rebajarse;
emplearse a sí mismo para lo que no debe hacerse.
6. La afectividad
Por afectividad entendemos la capacidad de respuesta a estímulos sensibles. En el hombre
las sensaciones repercuten en el cuerpo y en el espíritu. Decimos “me ha afectado mucho” el
ver un documental sobre el tercer mundo, o un accidente de tráfico, o una persona agradable.
Los dinamismos afectivos humanos pertenecen al orden sensible, y por eso son inferiores en
rango a los espirituales, y por eso el hombre no debería dejarse llevar por ellos, sino
principalmente por la inteligencia y la voluntad, actuando libremente aunque sin excluir la
afectividad de sus actos libres.
A veces se oye decir que los animales también tienen sentimientos, pero es una manera de
hablar. Los animales propiamente poseen también afectividad, pero sólo por analogía con el
hombre decimos que están contentos, tristes o que se airan. En el hombre, la afectividad es
plenamente “personal”, puesto que radica en el principio de todas sus acciones: el alma
espiritual. En un animal cabe el temor al golpe; pero no cabe el temor a contristar a otro. Los
afectos, también denominados pasiones porque se padecen, son la tristeza, el odio, el temor, el
deseo, el agrado..., y también el atractivo o resonancia que surge en nosotros ante cualquier
bien conocido. Cuando alguien dice "me gusta tal persona" está hablando de esto.
7. La sensualidad
Cada sentido externo -vista, tacto, gusto, oído y olfato- puede gozar al tener presente su
objeto propio. La sensualidad, en general, es el placer del cuerpo. En cierto sentido se emplea
la palabra sensualidad para designar la desorientación en el placer, incluso restringiendo su
sentido al placer sexual, como la búsqueda y el goce del placer por el placer sin su debida
orientación.
En este aspecto, la sensualidad es un mal pues supone una acentuación de la inclinación
hacia lo agradable. La inclinación en su punto es buena y resulta de la información que
proporcionan los sentidos. Pero provocar reiteradamente esa inclinación para recibir los
estímulos del placer sensible es un desorden en el que reside la maldad de la sensualidad.
Por ejemplo, los romanos provocaban el vómito para poder reiterar el placer de saborear
nuevos alimentos, cuando ya estaban saciados. Les interesaba el deleite y no el agrado
conveniente para alimentarse sin caer en la inapetencia. Sería un error creer que el hombre, si
se deja llevar por lo que le apetece, siempre actúa bien. Antes del pecado original las
apetencias estaban ordenadas rectamente e inclinaban con la debida mesura al bien. Después
del pecado original esa cualidad -llamada integridad-- regalada por Dios, se perdió. Luchar
para controlar las apetencias, es luchar para volver a poner orden; recuperar la integridad
perdida, para no "desintegrarse".
8. La sexualidad
La persona humana es sexuada, es decir, es hombre o es mujer. Esto comporta una
diferenciación a muchos niveles: corporal, afectivo, psicológico y espiritual. Por ejemplo, en
el modo de conocer, la mujer es más intuitiva, capta de un golpe de vista muchos detalles y se
hace una idea acabada; el hombre, en cambio, se va formando una idea completa con el paso
del tiempo. También en cuanto al modo de amar -en cuanto a los matices, se entiende- el
hombre y la mujer, en general, no aman de la misma manera. (Sí aman igual, en cuanto
personas, mediante la entrega de sí, que es lo más esencial del amor).
Importa distinguir bien la sexualidad -que abarca a toda la persona- de la tendencia sexual,
de la que hablaremos enseguida, pues hay quiénes los confunden, reduciendo, por ejemplo, la
“educación sexual” al aspecto procreativo. Si el pleno desarrollo de la persona humana es
fruto de la educación, la "educación sexual" es fundamental para que los chicos aprendan a
vivir como tales y las chicas como mujeres, sobre todo en el campo de la afectividad.
9. La tendencia sexual
La tendencia sexual es la inclinación natural hacia las personas de otro sexo orientada
hacia la procreación y el mutuo complemento. Es una reacción de la persona ante la presencia
de los valores sexuales contrarios al considerar, aunque sea inconscientemente, el otro cuerpo
como posible objeto de placer y complemento. 5
Ya decíamos que con el pecado original la sensualidad se desorientó; lógicamente la
tendencia sexual puede desorientarse. De una manera clara y sencilla para que lo puedan
entender todos, la Biblia explica en los primeros capítulos cómo después del pecado original,
Adán y Eva sintieron que estaban desnudos y sintieron la necesidad de cubrir su cuerpo
¿para qué? Para que el otro no le mirara al cuerpo sino que le siguiera mirando a la cara, le
siguiera mirando como a una persona. Por eso el cubrir el cuerpo, guardar el pudor, es algo
"humano", natural a la nuestra condición actual, para no provocar en nosotros o en los demás
la tendencia sexual fuera de su orden.
Los animales no necesitan vestirse. Las reacciones sexuales de los animales están guiadas
infaliblemente por el instinto para lograr el fin previsto en la naturaleza, que es la procreación.
Pero en el hombre no: puede surgir involuntariamente la inclinación o puede motivarse
voluntariamente, ordenándola dentro del matrimonio a un acto capaz de originar la vida, o
cerrando el paso a la vida; o buscando un complemento -simple acuerdo de placer entre dos-
ilícito dentro o fuera del matrimonio. Por eso, el hombre precisa del control de la razón para
poner esta tendencia en su orden.
10. La castidad: algo apropiado a la persona
Todas las capacidades que la persona tiene en el orden corporal, afectivo y psicológico son
limitadas. Solamente su inteligencia y su voluntad están abiertas a lo infinito, aunque sin
alcanzarlo plenamente por su propia limitación. Por lo que se puede decir que las actividades
propiamente humanas son conocer la verdad y amar el bien.
Consiguientemente, todos los elementos humanos -cuerpo, afectividad, sexualidad,...- han
de estar subordinados a la razón -a la verdad del hombre- y al imperio de la voluntad; y la
importancia que merecen es relativa, relativa a lo que el hombre es: un ser corpóreo y
espiritual a la vez, dotado de facultades superiores e inferiores. El orden pide que las
facultades superiores gobiernen a las inferiores.
Por eso, una persona que se dejara dominar por la afectividad o la tendencia sexual habría
que considerarla algo así como un jinete que es dominado por el caballo que monta. "La
castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad
interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la
pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente
humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y
temporalmente ilimitado del hombre y la mujer. La virtud de la castidad, por tanto, entraña la
integridad de la persona y la integridad del don". (K. Wojtyla, Amor y responsabilidad).
Continuará .....
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